miércoles, mayo 06, 2009

Viaje de Santiago de Cuba a Matanzas: El recorrido interminable

La idea era cruzar la isla de punta a punta, recorrer los 900 kilómetros que separan a Santiago de Cuba de Matanzas. Si caía la noche en el camino, dormiríamos en Sancti Spíritus para continuar al día siguiente. Y esa idea de cruzarla se afianzaba en la premisa: cruzarla con la menor cantidad de plata posible y sólo usando el peso cubano, la moneda nacional.
Hay muchas formas de viajar en Cuba, pero para hacerlo en camión y en moneda nacional el “truco” es ir de ciudad en ciudad, de a tramos, abordando los camiones en las terminales intermunicipales.
A las 3 de la mañana estábamos subidos al primer camión del viaje, frente a la terminal intermunicipal de buses de Santiago de Cuba, en la famosa Calle 4. Era madrugada de sábado, el primer sábado del año, y partíamos del oriente cubano sin dormir. En los alrededores llegaba el zumbido del eco de la noche, autos, jóvenes tomando ron, música. Y el camión a oscuras, con destino a la ciudad de Bayamo, 130 kilómetros de viaje. El vehículo se llenaba de a poco.
Ese primer viaje fue terrible. El camión partió a las 4 de la madrugada en plena oscuridad, soportando el frío cubano del invierno. Nos sentíamos refugiados rumbo al exilio, arriba de un camión a punto de cruzar una frontera.
Los camiones tienen dos filas de asientos de cada lado, si toca sentarse contra una de las paredes, se tiene que soportar la espalda de la persona que se siente a esa altura en le fila del medio. La espalda a 20 centímetros de la nariz. En el pasillo del medio viaja gente parada. Y ese primer camión era todo sombras, los cuerpos se recortaban oscuros ante la luz del alumbrado público. Todos durmiendo, o intentándolo. El hombre de al lado se me venía encima ante cualquier cambio de ritmo del camión. Si uno osaba dormirse se despertaba unos minutos después golpeando la cabeza contra la espalda del que tenía adelante. Fue un viaje interminable, casi desesperante. Seguíamos sin dormir y la cosa recién empezaba.
Entramos a Bayamo, capital de la provincia Granma, primera ciudad tomada por los rebeldes durante la primera guerra de independencia. Allí los rebeldes, al mando de Céspedes, formaron su cuartel general. Apenas despuntaba la mañana, la oscuridad de la madrugada dejaba paso al solcito débil y tempranero. La bruma cubría la ciudad.
Después de comer una pizza, tan temprano, y unas galletas con guayaba (el frío y el sueño dan hambre), caminamos hasta la estación de ferrocarril. Frente a la estación salían camiones hacia Las Tunas, había que sacar un turno y aguardar en lista de espera.
Bayamo, atrapada en esa bruma matinal, parecía una postal de los años 20. A un lado veíamos circular las sombras de carruajes que entraban y salían de la niebla a medida que se alejaban o se acercaban. Entre el cuchicheo matinal, porque se oía más de lo que podía verse, se escuchaba el traqueteo metálico de las herraduras en el asfalto. Ahí, caminando con la mochila a cuestas a paso rápido, sorteando la bosta de caballo que adornaba las calles, éramos seres de otro tiempo.
De a poco el sol aparecía como una bola blanca, grisácea, entre las numerosas capas de nubes. Ya sentados en la terminal de Bayamo, esperamos durante dos horas a que un camión saliera con destino a Las Tunas. 9.30 de la mañana pudimos subir. Conseguimos dos asientos, de los últimos que quedaban disponibles. El camión fue repleto en esos 76 kilómetros que separan a las dos ciudades orientales.
Llegamos a suelo tunero cerca del mediodía. Acumulábamos horas de viaje y sueño. En Las Tunas nos agolpamos en la ventanilla de turnos a Camagüey. Pudimos conseguir los números 863 y 864. Se fue el primer camión, se fue el segundo y el número de turno quedó clavado en el 791, éramos una multitud todavía esperando. Una chica nos regaló dos números más cercanos: 809 y 810, y así fue que el tercer camión fue nuestro.
Subimos para recorrer los 125 kilómetros hasta Camagüey. El viaje fue tranquilo, el sol y el viento se metían desde los costados, la lona abierta, los paisajes del campo en el centro de la isla. Bajamos en la terminal intermunicipal y preguntamos por el próximo camión a Ciego de Ávila: “Rápido que un camello está cargando gente para Ciego”. Corrimos por el andén de la terminal hasta la puerta 9. Allí nos esperaba un majestuoso camello, esos camiones gigantescos que antes circulaban por las calles de La Habana.
El camello, lento por naturaleza, debía recorrer por la ruta 110 kilómetros. Recorrió 30, parando en cada esquina, y antes de llegar a Florida se descompuso. Nosotros íbamos parados, a veces tirados durmiendo entre las mochilas y el piso. “No le llega el petróleo”, dijo uno, y claro, como le va a llegar si esa cosa es inmensa. Entre el cansancio y el mal humor (llegaríamos de noche a Ciego de Ávila y no sería fácil conseguir transporte a Sancti Spiritus) se arregló el camello en 15 minutos. El cubano soluciona todo, que tanto.
Llegamos a Ciego con lo último de las energías. Una vez la estación intermunicipal estaba al ladito de la estación de ferrocarril. Pensando qué hacer y con ganas de descargar todo el líquido del día en el baño de la estación, escuchamos la llegada de un tren y el anuncio por los altoparlantes: “Tren proveniente de Santiago de Cuba con destino a La Habana”, y pasaba por Matanzas, nuestro destino final. Entrando al andén le consultamos al guarda, y nos dijo “suban, suban, que lo pierden”. Era la segunda vez en el viaje que el personal de la estación de Ciego de Ávila nos salvaba el asunto.
Subimos al tren nacional. Sin saber que hacer porque nadie nos pidió nada, preguntamos la hora de llegada a Matanzas (eran las seis de la tarde): llegaría a la medianoche. Tomamos un refresco con galletitas que conseguimos a través de las ventanillas, tiramos las mochilas entre dos vagones, a un costado de las puertas, y nos sentamos encima. Había que tratar de dormitar algo o de conversar para pasar el rato largo que nos quedaba de viaje.
Cuba es el último país de Latinoamérica donde todavía se puede viajar en tren a cualquier rincón de su territorio, donde todavía dos trenes repletos de gente se cruzan en el medio de la noche, esa magia de ver los rostros y los rincones del tren débilmente alumbrado que corre en dirección contraria. Todos los misterios del ferrocarril están vigentes gracias a la Revolución.
Llegamos a Santa Clara a las ocho y media de la noche. En el andén encontramos bocados de jamón, arroz con pollo (que comimos con las manos) y algún que otro refresco. Ya era de noche y empezaba a sentirse el frío. La gente iba y venía dentro del tren. Recorriendo un poco uno podía cruzarse con camarotes, oscuridades, asientos en penumbras y conversaciones. Nunca nos cobraron, viajamos sentados en las mochilas, apoyando las cabezas contra las paredes, jugando al chinchón y escuchando música.
La bahía de Matanzas se hizo luz después de la medianoche. Desde la línea del tren fueron apareciendo de a poco las luces de la ciudad. Bajamos del tren y entramos en la sala de espera de la estación. Encontramos un bicitaxi y nos acercó hasta el centro de la ciudad. Si faltaba viajar en algo ese día infinito era en un bicitaxi cubano.
Tocamos timbres de madrugada, después de los 900 kilómetros y las 24 horas de trayecto sin dormir. Apenas pasadas las dos de la mañana encontramos una pieza disponible.

martes, marzo 31, 2009

Santiago de Cuba – Volumen 5- Las noches

Más allá de los encuentros y desencuentros que tuvimos con los tomadores de ron de cada una de las plazas, podría decirse que las noches santiagueras suceden en las calles. Sí, Santiago se festeja en las calles.
Un par de días antes del fin de año, conocimos a un chico en el bar Baturro, un cantante, que nos invitó al paseo Martí, un boulevard con el que uno se choca caminando hacia el norte de la ciudad, donde terminan todas las calles. Allí se reúnen los rastas y ciertos grupos afrocubanos.
Salimos de la casa de la Trova a la una de la mañana. En base a nuestra insistencia mortífera y rompe-paciencia habíamos logrado entrar gratis una vez más. Recordamos, en el medio de todo el son, de la invitación del cantante del bar Baturro y caminamos calle abajo hacia el paseo Martí. Encontramos tres o cuatro grupos de chicos tomando y conversando, parecía como si la fiesta hubiese terminado. Había un escenario vacío debajo de las luces tenues del boulevard, luces que le daban a la escena de madrugada un tono lúgubre.
En uno de los grupos divisamos al cantante, estaba con cuatro amigos tomando vino blanco. Entonados, intentamos comenzar una charla política, pero no había tanta confianza como para sacar trapos al sol, los temas derivaron en música y otras yerbas. “Llegan tarde”, nos dijeron, al parecer las bandas que iban a tocar no pudieron por algún motivo que desconocíamos.
Seguimos la charla entre el vino blanco y un pomo (botella) de cerveza dispensada, que tiene unos 14 grados de graduación alcohólica. Más que un vino. No sé a que hora compramos, en un puesto de comida abierto, frente al paseo, un pollo con plátano frito, que devoramos con las manos, y cerca de las 5 de la mañana nos fuimos hacia la casa de la calle San Francisco, después de escuchar las indicaciones para volver sin perdernos.

Otra noche, la primera del año después de los festejos, Carlos, el hermano de Fran (los hermanos dueños de la casa donde parábamos), luego de contarnos como fue la última vez que vio a Fidel en la plaza de la Revolución de Santiago de Cuba (ese día diluviaba, la plaza estaba colmada, era una multitud que fue a escucharlo, y Fidel, por la lluvia, empezó el discurso a las siete y media de la mañana, durante un aniversario del asalto al cuartel Moncada), nos recomendó ir a La Trocha, una avenida que se encuentra en sentido opuesto al paseo Martí, a cinco o seis cuadras del parque Céspedes. Y allá fuimos.
Entre las callejuelas oscuras de Santiago se adivinaban todas las sombras que caminaban hacia La Trocha. Jóvenes tomando ron y conversando a los gritos, a lo cubano, bajaban hacia la zona de la diversión. Cuando llegamos nos topamos con una marea de gente sobre la avenida. A lo lejos, el escenario y el DJ. Sobre el cruce de dos avenidas había muchos puestos de comida (pollo, pizza, refrescos, dulces, cerveza y ron), y baños químicos. Casi no se veían turistas, era una diversión bien cubana (a diferencia de la Casa de la Música, la Casa de la Trova o la Casa de la Tradición).
Compramos un pollo con plátano frito (¿Cuándo no?), venía presentado en una cajita de cartón y para comer con la mano. Luego un par de refrescos a peso cubano y cuando estuvimos listos, la base hecha, encaramos hacia el escenario, a mezclarnos en el medio de la multitud.
De fondo sonaba reggaeton, era música que administraba un DJ desde el centro de la avenida. Nos hicimos de un lugar a 50 metros del escenario y compramos vasos de ron (a diez pesos cubanos el vasito). Mientras mirábamos como se movía la gente (nos pedían fotos, nos charlaban), estalló el público a gritos: salió al escenario el plato fuerte de la noche…!!!Pachito Alonso y sus Kini Kini!!! Así lo anunciaban tres o cuatro carteles pegados por ahí.
Pachito toca una buena salsa, son unos diez músicos en escena, dos cantantes y Pachito, que tiene unos dos metros de altura, se sienta al frente de los teclados. El ron circulaba al ritmo de la música, tratábamos de mover un poco las caderas para no desentonar, cuando de entre la multitud apareció el Lenny Kravitz cubano: Oderris. Lo habíamos conocido una de las noches anteriores en la Casa de la Trova, y le hicimos notar su parecido: “Loco, sos igual a Lenny Kravitz”.
Al reconocernos se nos acercó. Después de los saludos hicimos una vaquita para comprar una botella de ron. Oderris, que toca el güiro, había tocado con su grupo antes de Pachito, pero no llegamos a verlo. Nos invitó a “la escena”, a subir a la tarima del escenario, detrás de Pachito y su grupo. Y de nuevo, allá fuimos.
Esquivamos la multitud y aparecimos por detrás de la escena, donde se veía en la noche el paseo de la Alameda y la guagua Astro (Una Youton nueva de China) que transportaba al grupo musical. Subimos al escenario, había unas veinte personas detrás de los músicos, y quedamos de cara a todas las caras de la avenida. Era un mar de gente que se perdía en el fondo, eran dos cuadras repletas de rostros bailando.
Me ubiqué a medio metro del batero, una distancia prudencial, y tomando ron y moviéndome al ritmo de la música (ustedes imaginaran de que manera, pssst), disfruté de un lindísimo show. Pachito y sus Kini Kini son buenos de verdad. La gente enloquecía con Pachito y los dos vocalistas que pedían manos levantadas, olas y demás jueguitos de concierto. Como postre al fin del show, conversábamos con Oderris y sus amigos al costado de la guagua, y de pronto se nos acercó Pachito. Le hicimos saber que nos había gustado el recital, que si podíamos sacarnos una foto con él, a lo clúdefans. “¿De dónde son?”, preguntó Pachito, “de Argentina, Pachito, de Argentina”, “ahhh, Argentina”, respondió el músico, “estuve allá una vez, tocamos en el Bauen hace un tiempo”. Nos sacamos la foto (*), nos saludó entre sonrisas, y se subió a la guagua junto con sus músicos.
Volvimos a la casa a las cuatro de la mañana, sorprendidos de que tanta juventud, tanta gente junta pueda funcionar tan bien, en plena fiesta, con la venta de alcohol ahí nomás, en todos los puestos de la avenida, a metros de las casas.
La noche del primero enero, la primera noche del año, fue una fiesta y terminó en paz.

(*) Tengo información de que se perdió la foto nuestra con Pachito, así como las fotos que nos sacamos arriba del escenario…era para poner en mi galería de “Fotos con Personalidades”, al lado de la foto con el Dr Simi. Que lo parió…
Santiago de Cuba – Volumen 4 – Preparativos para el fin de año

A medida que se acercaba el año nuevo y el 50 aniversario de la Revolución, Santiago se fue plagando de rumores acerca del acto, y la gente iba de un lado a otro comprando las cosas para la cena del 31. La ciudad estaba tapizada de carteles sobre la jornada histórica revolucionaria. De a poco, también, se fue llenando de argentinos. Era sabido que iban a acercarse muchos para ver que pasaría en el 50 aniversario, pero nunca imaginé que seríamos tantos.
Desde nuestra llegada a Cuba supimos, por conversaciones, que el asunto iba a ser tranquilo, ningún gran festejo debido al paso de los tres huracanes. Que aparecería Fidel, que Chavez, que Evo Morales, el entusiasmo crecía y decrecía. El Parque Céspedes estaba vallada y repleta de sillas. Sólo se podía circular por las calles que lo rodean e intentando adivinar lo que vendría. Luego, con el paso de los días, supimos que el acto iba a contar con 3000 invitados especiales, todos cubanos, y que Raúl daría el discurso principal sobre un escenario montado debajo del famoso balcón del ayuntamiento.
La seguridad alrededor del parque también fue en aumento.
Pasaban los días y se sucedían las charlas entre argentinos, nadie sabía con exactitud lo que iba a suceder, como sería la cosa, ni los que fueron por su cuenta ni tampoco los que fueron con agrupaciones. La noche del 31, en año nuevo, vimos muchísimas banderas argentinas, banderas del PC, de Proyecto Sur y de las Madres, que coparon una calle completa frente al parque central. Los cubanos miraban asombrados al grupo de doscientos argentinos que agitaban las banderas y cantaban canciones de los Redondos y consignas políticas. Todo eso después fue comentario de todos, Mario, un hombre barbudo, nos dijo dos días después que nunca en la vida había visto algo igual en ese parque.
Y llegó el primero de enero. El discurso de Raúl sería las seis de la tarde. Las delegaciones de invitados al acto salían de a tandas desde la sede del PC frente a la plaza Dolores, a cuatro cuadras del parque central. La plaza Dolores estaba repleta de argentinos que averiguaban la manera de meterse en el acto. De a ratos avanzábamos una cuadra, la policía nos hacía retroceder, y así.
Cuando una de las delegaciones empezó el camino hacia el acto, cientos de argentinos nos metimos detrás y empezamos a caminar todos juntos por las callecitas estrechas de Santiago, rodeadas de balcones antiguos y gente curiosa. En una esquina, durante media hora y al canto de “Raúl, Fidel, el pueblo quiere ver”, algunos argentinos trataban de negociar con la policía, que cerraba el paso, alguna cuadra más. Pero no se llegó a nada.
Llegó al lugar un hombre de la seguridad del acto y pidió hablar con el encargado, con el representante de todo el grupo. Pero al explicarle que cada uno había ido por su cuenta no logró terminar de entender la situación.
Finalmente, volvimos todos a la plaza Dolores y a fuerza de peticiones colocaron una TV en la sede el PC y, sentados en la vereda, vimos el acto en directo unos 30 argentinos, seguimos el escueto discurso de Raúl, aplaudiendo y gritando vivas. Otro grupo lo vio en el otro costado de la plaza, donde colocaron una TV gigante.
El acto no colmó las expectativas de tantos kilómetros hechos. Se entendía que todo fuera sencillo debido a la cantidad de viviendas que arrasaron los huracanes, pero en nuestro imaginario había una magnificencia revolucionaria que no se cumplió. Para peor, se corrió el rumor de que en La Habana, ese mismo día y también celebrando el aniversario, tocaron los Van Van y Silvio Rodriguez en la tribuna antiimperialista. Pero nada se comprobó finalmente. La cosa era estar ahí, y estuvimos.
Ese día y el siguiente los argentinos seguimos copando Santiago. La Plaza de Marté, incluso, funcionó como una gran escuela de murga al aire libre dictada por un grupo de compatriotas nuestros, donde participaron decenas de chicos cubanos. Y los días pasaron y Santiago de poco fue volviendo a la normalidad.
La última noche en Santiago, ya pudiendo pisar el Parque Céspedes, tomamos mate mirando la casa de Diego de Velazquez, el ayuntamiento, el hotel Casa Granda y la Catedral. Esa noche, también, conversé con Marcos, un chico de 11 años que está en 6to grado. Es un bocho en historia, me habló de fechas y datos de la historia de Cuba con precisión. Ahora, en 7to grado, empieza a estudiar la historia del resto de América. En Cuba son 6 grados de primaria, 3 de secundaria y 3 de preuniversitario.
Cuando se hicieron la once de la noche, Marcos se fue a su casa, aclarándome que quiere estudiar medicina. Marcos estaba sentado en la plaza con una libretita en la mano, era de su hermana y contenía apuntes de italiano, Marcos repasaba el idioma, practicaba, y en voz alta se lo escuchaba pronunciar expresiones típicas italianas, sin espiar en los apuntes. Eran las once de la noche y se fue caminando a la casa. Santiago es la segunda ciudad más grande la isla, en Cuba los chicos andan sueltos, sin preocuparse de mirar atrás, sin mencionar la palabra inseguridad.
Festival en el Zócalo: Reggae, Cumbia, Sonidos Balcánicos y Cerveza.

Detrás del escenario, la Catedral más grande de América Latina. A sus luces, en el interior de sus dos torres, las veremos encenderse de a poco, como el fuego en su tiempo y como el fuego en su color, a medida que la noche avance sobre la tarde.
Es el segundo domingo de la primavera en el zócalo del DF mexicano. Son casi las seis de la tarde y está por comenzar el cierre del 25° Festival del Centro Histórico. La gente va llenando a oleadas la explanada gigante, ideal para conciertos, explanada monótona que sólo se quiebra con un mástil gigantesco que sostiene una bandera gigantesca con los colores de la virgen de Guadalupe y en su centro, pintando el blanco, exhibe un águila parada sobre un nopal y con una serpiente en la boca.
Debajo del zócalo alguna vez existió Technotitlán. Los mexicas, más conocidos como aztecas, llegaron peregrinando hambrientos y cansados, y encontraron en este lugar a ese águila sosteniendo una serpiente con su boca y posando sus patas sobre un nopal. Por mandato de los dioses en el lugar donde hallaran esa escena deberían fundar su nueva civilización, y así fue. Cuando los españoles llegaron al valle de México no podían creer lo que estaban viendo: una ciudad perfectamente trazada (cuadriculada a diferencia de las curvas ciudades españolas), comunicada con puentes, porque el valle de México era puro lago y chinampas, islas flotantes donde los mexicas desarrollaban su agricultura (hoy en día puede verse una pequeña muestra de esto en el sur del DF, en Xochimilco, donde uno puede pasear con embarcaciones entre canales y chinampas, dándose besos y tomando cerveza).
Es así, la Ciudad de México descansa sobre un colchón de agua y sus pesados edificios lo hacen notar. El Palacio de Bellas Artes y la mismísima Catedral se hunden año tras año. Los ingenieros levantan pilares en el fondo acuático de la ciudad para sostener la historia. Es que antes el agua de la red se sacaba de abajo (para nada potable), y esa succión constante que abastecía a 20 millones de personas hizo cavilar al cemento de arriba. México se hunde, se escucha decir en el metro y en los mercados.
Así que eran las seis de la tarde y ya estaba todo listo para empezar el concierto de cierre del festival. Este ciclo comenzó hace 25 años gracias a una asociación civil que se conformó para recuperar el centro histórico de la ciudad, que para ese entonces, 1985, parece que estaba lo suficientemente abandonado y roto para pensar en su recuperación. En el proceso se logró que se declarara a toda el área Patrimonio de la Humanidad, por la Unesco. Y como todo patrimonio de la humanidad, tiene que estar limpio, sin vendedores ambulantes (es curioso, porque uno de los colores más lindos de México es el color de la venta callejera, de los tianguis, de los mercados, y en el centro histórico, en tanto zócalo pelado, no hay frutas y verduras sobre las piedras, dándole color a tanta roca), sin M gigantes de Mc Donalds, ni B de Burgers. Pero claro, hay Mc Donals y Burgers King, pero están camuflados con la arquitectura histórica del centro, lo mismo que los Oxxos y los Seven Eleven y los…etc etc.
Una voz en off (o por lo menos yo no vi al presentador) anunció al Rastrillo, la primera banda de la tarde. El Rastrillo hace un reggae clásico, algo así como Los Cafres mexicanos, pero con algunas variaciones interesantes en ciertas canciones. Están cumpliendo veinte años de carrera y le metieron onda. Me llamó la atención, a lo lejos y desde un principio, la camiseta de fútbol que vestía el guitarrista. Esperé a que lo enfocarán en las dos pantallas inmensas que había a los costados del escenario y corroboré: no era la camiseta de Banfield, ¡Era la de Excursionistas! El pelado era de excursio, y era el más sobrio de los integrantes del Rastrillo: cuando había que saltar, no saltaba.
Pasó el Rastrillo y pasaba la tarde, ya se veía la luna bien finita sobre la terraza del Holiday Inn (también camuflado en la arquitectura, por supuesto). Todo alrededor y dentro del zócalo se iba encendiendo: desde las hierbas de los asistentes hasta las luces hermosas que decoran el Palacio Nacional. Dato curioso: el piso del zócalo termino siendo un cementerio de botellas de cerveza…!acá se puede tomar mientras se asiste a un concierto público! Y si no se puede, se hace.
La voz en off que nunca vi anunció al segundo artista…y que sorpresa que fue: “Emiliano Gomez, desde Argentina…!El hijo de la cumbia!”...!Que lo parió! Me empecé a reír, sí, sí, sí, primero el guitarrista de Excursionistas y ahora El hijo de la cumbia…no sabía quien era pero me dije “veamos que tal…me viene bien la cumbia después de tres meses y medio de sones cubanos y corridos mexicanos”. Y es que cuando estando yo de viaje alguien me pregunta que se escucha en Argentina, que se baila, digo y comento: se baila tango y se escucha cumbia. Y sí, a veces exagero y cedo a las influencias, porque existe esa cosa tradicional de que queremos arraigarnos en nuestro folklore, hermoso folklore, pero de a poco uno empieza a entender que la cultura cambia como el lenguaje y como toda la sociedad, en cada uno de sus aspectos. Buenos Aires no tendría tango, ni Uruguay tendría candombe, sino fuera por la herencia africana que depositó la milonga en el Río de la Plata. ¡Ay afroargentinos!, ¿Dónde están que les debemos tanto? En el estado de Veracruz, en México, existe el fandango jarocho (jarocho es el gentilicio del estado de Veracruz), y eso es tan folklórico y mexicano, hoy en día, como la música purépecha (etnia indígena) en el estado de Michoacán, y eso que el fandango lo trajo el español. Así que folklore o no folklore, que viva la cumbia.
Mi expectativa cambió cuando vi que se trataba de un DJ. No había músicos…sólo El hijo de la cumbia VS el zócalo repleto de gente. Un desafío, algo así como El Santo Vs Blue Demon, el clásico de clásicos de la lucha libre mexicana. Yo no sé de donde lo habrán sacado al hijo de la cumbia, pero no fue un lindo espectáculo…con algunas bases cumbiancheras, pero escasas, no tan sólidas, empezó a mezclar ritmos metiéndole suficiente punchi punchi como para quebrar la esencia bailantera. Siempre me dije: Si la pizza de muzzarela sola es más rica, ¿para qué meterle un pedazo de ananá o de anchoa encima? ¿Eh?
Lo cierto es que El hijo de la cumbia se lo pasó arengando al público que respondió con poco y nada. Algunas frases del maestro, mientras la tecno-cumbia reventaba todo: “¿Qué pasa che? ¿A México no le gusta la cumbia?”, “Palma, palma, palma”…y al rato…”El que no hace palma es un cornudo”, “Vamos que la cumbia no tiene fronteras”, y para el cierre (después de que se le cortó el sonido y pidió “chiflidos para el sonidista”) con todas buenas intenciones tiró las frases: “Aguante el zócalo y aguante esa bandera, loco”, señalando la bandera mexicana gigante. Al lado mío un grupo de mexicanos se preguntaban: “¿Aguante el zócalo, dijo?”, y sí, es difícil de entender los modismos ajenos en semejante situación.
Ya estaban llegando los platos fuertes de la noche, porque eran las siete y la noche era casi completa. Entre artistas se oía a la voz en off que repetía el lema: “recuerden que todos somos la Seguridad”, así, la Seguridad con mayúsculas vigilándonos unos a otros a ver que hacemos. La maldita Seguridad, como en Argentina, está de moda gracias a la Inseguridad Mediática y Clasemedista. Acá en México, siglo XXI, hay partidos políticos (Partido Verde, ejem) que piden la pena de muerte para asesinos y secuestradores. Pena de muerte, sí. Hace unos días se realizó una jornada para discutir el tema y se oyeron todas las voces. Hay campañas políticas que le fueron al choque a esa petición, la campaña del PRD, que piden castigo pero no muerte, y la campaña del PSD (los socialdemócratas) que directamente refutan inteligentemente el clamor mortuorio de los yuppies del Partido Verde. El lider del Partido Verde es güero, como yo (rubiecito, digamos). Es un empresario, como Macri tal vez, que remueve el avispero con estupideces mediáticas y publicitarias. Hace falta recorrer pocos metros en México para encontrarse con carteles gigantescos (más grandes que la bandera de México que flamea en el zócalo) del Partido Verde que dicen: “Pena de muerte para asesinos y secuestradores, envía SI al 09999”. ¡No mames, guey!
Así que luego del pedido de que todos seamos la Seguridad, la voz en off anunció a la banda que daría el mejor show de la noche: Balkan Beat Box.
Balkan Beat Box es una especie de fusión de fusiones. Mantiene un sentido balcánico más allá del nombre. Bajo el liderazgo de los israelíes Ori Kaplan y Tamir Muskat, la banda despliega dos saxos en escena que luchan durante todo el set (uno de los cuales es del mismísimo Kaplan). El vocalista Jeremiah Loockwood se mueve para todos lados y agita a la masa. Temas eclécticos en noche ecléctica, cita ideal para descubrir un sonido distinto de la llamada “World Music”. El público chilango (así les dicen a los que habitan o nacieron en el DF) respondió con todo: bailó, gritó, saltó. Así fue que Balkan Beat Box dejó una mezcla rara el aire, un poco de Charlie Parker, una pisca de Fanfare Ciorcalia y un toquecito Manu Chao en el ambiente que seria difícil de superar.
Apenas pasadas las ocho de la noche, la voz en off anunció a la banda que cerraría el cierre del cierre del cierre: Asian Dub Fundation.
Todo empezó bien punk, o bien rap, o quién sabe. La banda se presentó con dos vocalistas-raperos, y uno era bien parecido a un Jackie Chan veinteañero. Esta banda se formó en 1993 en unos talleres de música para jóvenes asiáticos en Londres. Se agruparon para tocar en un concierto contra el racismo. Durante su presentación en el zócalo, uno de los músicos se encargó de tomar posición a favor de las luchas indígenas por la tierra en América, de la lucha Palestina y de la lucha anti-invasión yanki en Irak y Afganistán. El miembro más llamativo de la banda es un percusionista inmenso que se cuelga una especie de bombo legüero y lo toca de parado. Ese mismo músico se puso una máscara de lucha libre mexicana en el medio del concierto.
El recital terminó a las nueve y media de la noche. Muchos esperaban la pirotecnia prometida para el final, pero parece que hubo ajuste de presupuesto y la única luz del cielo capitalino seguía siendo la luna finita sobre el Holiday Inn. Irse del zócalo fue patear botellas y botellas, fue buscar la mejor calle, la más repleta de gente que se alejaba del zócalo, yendo hacia el Eje Central, hacia el metro o en busca de algún pesero que lo acerque a sus casas.
¡Bienvenidos sean los festivales! ¡Órale pues!

sábado, marzo 28, 2009

Leon Trotsky y su exilio en México


De los 24 miembros que conformaban el Comité Central del Partido Bolchevique soviético en 1917, sólo dos quedaban con vida en 1940: Stalin y Trotsky. Lenin había muerto en 1924, y su puesto vacante, la dirección del Partido, fue conquistado por Stalin y su séquito. Algunos otros miembros murieron en el camino, y la gran mayoría fue desaparecida o fusilada por las purgas estalinistas.
La vida de Trotsky supera cualquier ficción, su vida y la de su familia fue hostigada por las fuerzas de Stalin al punto de que el único familiar cercano que sobrevivió al mismo Trotsky fue su última mujer, Natalia Sedova, quién murió en 1961 y ahora sus cenizas descansan junto a las de Trotsky en el jardín de su casa, ahora museo, en el barrio de Coyoacán.
En un recorrido veloz por la vida de este teórico y político revolucionario ucraniano, podemos recordar que fue uno de los protagonistas de la Revolución Bolchevique de 1917, que negoció la retirada de Rusia de la Primera Guerra Mundial, que creó el Ejercito Rojo venciendo a las fuerzas contrarrevolucionarias y que sufrió numerosos exilios.
La primera vez, por su militancia antizarista, fue desterrado a Siberia por el Régimen. En 1905, al organizar el primer soviet de San Petersburgo y convertirse en un dirigente principal, fracasa la Revolución y el zarismo lo envía nuevamente a Siberia. Cuando Stalin toma el poder en 1924, la facción estalinista comienza a acusar a Trotsky de hacer movidas contrarrevolucionarias y de violar la disciplina del Partido. Primero fue deportado a Kazajistán y en 1929 fue expulsado de la Unión Soviética.
A partir de su expulsión, la dirección de Stalin comienza a cuestionar la figura de Trotsky haciéndolo aparecer como un traidor a la Revolución, e incluso llegan a borrarlo de fotos históricas donde sale junto a Lenin en un discurso y en algunas otras tomas famosas. En el exilio Trotsky empieza su propaganda antiestalinista, sin ahorrarse críticas contra su antiguo compañero de Comité.
Con Trotsky en Noruega y los procesos de Moscú pisándole los talones (ya habían sido fusilados Zinoviev y Kamenev) el pintor Diego Rivera (militante trotskista en esa época) y el fundador del Partido Comunista Mexicano, Octavio Fernandez Vilchis, gestionaron ante el presidente Lázaro Cárdenas el asilo del revolucionario soviético. La deportación de Trotsky a Moscú ya casi era un hecho, y no había gobierno en el mundo que quisiera recibirlo.
El 10 de diciembre de 1936, con el estallido de la Guerra Civil Española, Trotsky y su mujer Natalia se embarcaron en un buque noruego rumbo a México, donde arribaron la mañana del 9 de enero de 1937. Allí lo esperaba una comisión de la que formaba parte Frida Kahlo, esposa de Diego Rivera. Trotsky y su mujer llegaron a la Ciudad de México en tren. La GPU, la policía secreta de Stalin, estaba siguiéndole los pasos.
Para esa época ya habían sido asesinados varios de los hijos de Trotsky, y durante su estancia en México en Rusia asesinarían a los que quedaban vivos.
Una vez en México, Frida Kahlo y Diego Rivera le ofrecieron a Trotsky y a su esposa la Casa Azul en el barrio de Coyoacán, hoy llamado Museo de Frida Kahlo (luego vivirían allí la pareja de pintores). Vivieron en esa casa durante más de dos años, hasta la ruptura de relaciones entre el líder Revolucionario y la familia Rivera por cuestiones ideológicas.
Trotsky y su mujer se mudaron a tres cuadras de la casa Azul, rentaron una casa en las orillas del río Churubusco, en las esquinas de las calles Morelos y Viena. Llegaron a esa casa el 5 de mayo de 1939. Allí mandaron a construir torres de vigilancia y una casa para los guardias en el mismo jardín.
En esta casa de la calle Viena es donde Trotsky sufriría dos atentados, uno de los cuales le provocó la muerte. El revolucionario siempre hablaba de la importancia del trabajo manual, de que el hombre debía trabajar con sus manos además de pensar. En la casa de la calle Viena se dedicó a criar gallinas y conejos, y a plantar cactus que recogía en las montañas del valle de México. Le dedicaba horas al cuidado de los animales, y en ocasiones en plena tarea le surgían ideas y teorías que plasmaría en los papeles de su estudio.
El primer atentando fue en mayo del año 1940. Durante una madrugada un grupo de veinte hombres comandados por el pintor David Alfaro Siqueiros (famoso muralista mexicano y militante estanilista) logró entrar en la casa con la ayuda de un doble agente, un guardaespaldas norteamericano de Trotsky, Robert Sheldon Harte. El grupo disparó alrededor de 200 tiros pero no pudieron matar al revolucionario. Todavía se pueden ver los tiros en las paredes de la recámara del matrimonio, que se refugió en una esquina del cuarto, detrás de la cama, salvando sus vidas. El grupo armado además arrojó bombas incendiarias para quemar los papeles de Trotsky, quién estaba escribiendo un libro sobre la verdadera historia de Stalin (en ese entonces desconocida en la mayoría del planeta). Habiendo entrado en esa recámara del museo, y calculando desde donde dispararon los hombres, es difícil pensar como se salvó el matrimonio. El único que resultó herido fue Sieva, el nieto de Trotsky, que en ese tiempo vivía con él. Una bala le rozó el pie.
El propio Siqueiros disparó contra Trotsky, y luego de la ráfaga de balas los guardias repelieron el ataque y los intrusos huyeron, incluido el guardaespaldas traidor.
Luego del ataque Trotsky mandó a tapar varias de las ventanas que daban a la calle, incluso las del comedor que hoy en día siguen como quedaron en aquella época.
Unos meses después, el 20 de agosto de 1940, Trotsky sufrió el segundo y mortal atentado en esa misma casa.
El español Ramón Mercader, cuyo seudónimo era Jaques Mornard, y quién había logrado confianza en el círculo íntimo del revolucionario, entro a la vivienda con una excusa (mostrarle un escrito suyo a Trotsky) y una vez en el estudio le pegó en la cabeza al revolucionario con un piolet (una especie de martillo parecido al que se usa en escaladas). Trotsky, confiado, leía el escrito que Ramón Mercader le había llevado cuando este le pegó en la cabeza. El grito de Trotsky se escuchó en toda la casa.
Trotsky murió al día siguiente tras 19 horas de agonía en un hospital de la Ciudad de México. Cerca de doscientas cincuenta mil personas acompañaron al féretro en su peregrinación por las calles.
Ramón Mercader cumplió veinte años de prisión y Stalin lo condecoró como “Héroe de la Unión Soviética”.
Es de distinguir en esta historia los papeles de los artistas. Esté uno de acuerdo o no con las ideologías, Diego Rivera y David Siqueiros fueron hombres claves en el desarrollo de la historia. Rivera moviendo tierra y cielo para traer al líder revolucionario a México, Siqueiros empuñando un arma en nombre del estalinismo, comandando un grupo de veinte hombres. El arte y la toma de partido iban de la mano, inseparables.

jueves, marzo 26, 2009

Santiago de Cuba – Volumen 3

Como dije antes, Santiago es el símbolo del oriente cubano, su gente tiene fama de ser hospitalaria y se dice que bastan dos palabras para estar conversando en el living de la casa de una persona que recién se conoce, tomando ron o café. De estos cubanos de oriente, el occidente de la isla dice que son vagos, que toman ron desde la mañana hasta la noche sin parar.
Caminábamos una tarde por el barrio Tívoli, un barrio aledaño al centro desde donde se alcanzan hermosas vistas hacia las tierras bajas de la ciudad y hacia la bahía. Estábamos sacando fotos a las decoraciones del 50 aniversario de la Revolución que coloreaban la puerta de una casa (Santiago fue la ciudad más decorada con motivos revolucionarios, cada casa tenía una consigna, una bandera de Cuba o del Movimiento 26 de Julio). Encuadrábamos la foto de vereda a vereda cuando desde una ventana a nuestras espaldas nos chistó un matrimonio.
“Oigan, ¿de dónde son?”, “De Argentina”, “¿De Argentina?, ¡de la tierra del che! Pasen por la vueltita que vamos a conversar”, y ahí estábamos en cuestión de segundos en el living de la casa de esta familia. Manuel fue combatiente de la Sierra Maestra, exaltó en nuestra charla todos los logros de la Revolución y las hazañas de esa época. Habló del Che, de Fidel, de Camilo, nos convidaron con café y con vino dulce. Rosario, la mujer de Manuel, Josefina, la hija, y Fátima, la nieta, se reunieron alrededor de nosotros para la charla. Josefina es “protección” (custodia) en el parque Céspedes, el parque central de Santiago. Ella afirmaba que yo era igual a un actor brasilero de telenovela. Manuel nos cuenta que mira mucha televisión argentina, la familia completa se reúne para ver Montaña Rusa. “¿Cómo es eso chico? Esa novela no se termina más”, se escucha la crítica de un Manuel disgustado con tanto vaivén en el guión.
La charla sigue mientras atardece, hablamos de los últimos ciclones que azotaron a la isla y de la solidaridad entre los cubanos para ayudarse unos a otros. Nos despedimos con la idea de pasar otra vez para convidarles un poco de mate, pero los trajines de Santiago nos van a complicar esa cita.
Otro amigo que cosechamos en Santiago es Oscar, el taxista. Se acercó el día de nuestra llegada mientras tomábamos mate en la Plaza Dolores. Aquella vez probó un mate y dijo que le gustó (no se lo notó convencido). Nos habló de cómo los cubanos se dieron maña para atravesar el Periodo Especial (1991-1995). Dijo: “Si tienes hambre no puedes pensar, había que inventar en esa época”. Los cubanos llaman “inventar” a llevar la vida con artimañas y pasar así los momentos difíciles. En ese momento se nos acercaron tres músicos que también querían probar mate. El viejito de la banda sacó la bombilla y le quiso dar un trago como si fuese un ron. Todos le gritamos “!No!” al unísono y abandono, asustado, la tarea.
A Oscar lo cruzaríamos otra vez un par de horas después del año nuevo. Fue ahí mismo en la Plaza Dolores. En esa noche nos contaría de sus infidelidades de joven y de sus actuaciones ante su mujer, no faltaron las escapadas, tirarse de los balcones y demás desventuras amorosas. Según recolectamos información, en Cuba la infidelidad es moneda corriente en todas las edades.
Después de haber pasado un fin de año tan tranquilo fuimos el primero al mediodía a tomar unos mates con pan y a leer el Granma a la Plaza de Marté. Desarrollábamos la estrategia para ver cómo podíamos comer ese feriado donde todo estaba cerrado (y la ciudad tan llena de argentinos), cuando Gabriel fue hasta la panadería y se cruzó con Manolito. “¿Vienen a almorzar de mi padre?”…”Y sí, vamos”…Al rato nos pasó a buscar por la plaza y empezamos la caminata hacia el Reparto Sueño, un barrio que está detrás del cuartel Moncada.
En el camino pasamos a comprar una botella mientras Manolo nos contaba un poco de la historia de su familia. Su abuelo paterno había sido militar de Batista (el dictador que derrocó la Revolución) y sus tíos (hermanos del padre) también. Pero el padre fue fiel a la causa revolucionaria y luchó junto a Fidel. En Santiago es común encontrar ex combatientes, guerrilleros de la Revolución
Llegamos a la casa, en ese barrio (como en muchos barrios de ciudades cubanas) se juega al dominó en las calles, los jóvenes sacan los parlantes a la vereda y escuchan reggaeton a todo volumen.
Entramos a la casa y encontramos al hermano de Manolo, a la novia del hermano y al padre. En el living estaban colgadas las fotos del abuelo en su época de militar, y la foto de un tío que lucho contra la Revolución. Hay música de fondo y el ron no tarda en empezar a circular. Al rato, entre la salsa de la Charanga Habanera y las bachatas de Juan Luis Guerra, llegó la comida: congrí, plátano frito y huevo. Manolo se acercó a charlar sobre la Revolución y repitió lo de la otra noche y fue algo que escuchamos muchas veces de boca de los cubanos: la Independencia de Cuba y la Revolución se ganaron gracias a la unidad, el concepto martiano de que hay que unirse con objetivos en común para poder vencer al enemigo.
Antes de irnos, mientras Nano empezaba en la televisión y la música se silenciaba de repente, anotamos los datos de Manolo, tal vez sea posible enviarle una carta de invitación desde Argentina para que pueda visitar a su madre que vive en Miami.
A las cuatro de la tarde emprendimos el camino hacia el Parque Céspedes, a las seis empezaría el discurso de Raúl, el acto central del 50 aniversario de la Revolución.

domingo, febrero 22, 2009

Santiago de Cuba – Volumen 2









Era lunes y estábamos invitados a Radio Rebelde. En esta misma radio, pero en otra ubicación a dos cuadras de la actual, Fidel proclamó el triunfo de la Revolución el 1 de enero de 1959. Esa misma noche dio un discurso a los santiagueros desde el balcón del ayuntamiento en el Parque Céspedes. Lo escuchaba una multitud.
Ese lunes a las siete de la tarde, en un pequeño auditorio tocaría la Orquesta Típica Juventud. Teníamos intriga sobre como nos recibiría Manolo, después de la despedida en medio de la borrachera de la otra noche. Pasamos por el frente de la radio a las siete menos cinco, Manolo nos vio mientras acomodaba unos parlantes. La gente ya estaba entrando a la radio. “¿Por qué no vinieron ayer a la casa?”, nos preguntó Manolo cuando nos vio, de esa invitación nos habíamos olvidado. Fuimos a comer una pizza de parados frente a la Plaza de Marté y volvimos para el show.
Se trataba del programa de radio “Noche tropical”, que sale de lunes a viernes de 19 a 21, y ese día se emitía en vivo. Lo produce Anselmo, “el hombre de los besos tropicales” según la locutora.
La orquesta sonó impecable, entre sones y danzones, la locutora salía de la cabina al escenario, organizaba sorteos y leía mensajes. La orquesta contaba con violín, con vientos, cuatro voces, teclado, bajo y percusión (ahh, y el güiro infaltable!!). Nos preguntaron los nombres a todos los presentes para mandar saludos en vivo, se sortearon discos de la orquesta y un afiche de prevención del HIV que se lo ganó un nene de siete años.
En el teatrito había un alemán, dos portugueses y siete argentinos (mucho número siete), el resto eran cubanos asiduos del programa tropical. La puerta daba a la calle y la gente se detenía a mirar. Fue un lindo show.
Nos despedimos de Manolo y de Anselmo y la noche de lunes siguió en otra plaza.
Atravesando Plaza Dolores vimos a Omar sentado en un banco, el día que lo conocimos en Parque Serrano (íbamos junto a Manolo) él casi ni había hablado. Ahora estaba acompañado por el viejo Tomás, el hombre-ron de Santiago.
Les preguntamos donde podríamos conseguir un poco de ron y Tomás se encargó del .
asunto. Fue la primera petaca de muchas en esa noche
Omar tiene 52 años pero está jubilado por un accidente laboral. Vive con su mujer y con su gallo, Dopito. El mismo Omar, el viejo Tomás y Julio, otro hombre que apareció más tarde, hablaron mal de la Revolución. Pura crítica, y en esos tonos fue el único grupo que nos habló así. Entre otras cosas, esa noche escuchamos que: Raúl es maricón y le dicen “la china” (estábamos a 50 metros del colegio Dolores donde estudiaron por varios años los hermanos Castro), Silvio Rodríguez y Pablo Milanés también son maricones (“pajaritos”, en cubano), que la mujer de Raúl y la hija son lesbianas, que Silvio está casado con la hija de Raúl (pero él es pajarito y ella lesbiana, eh), que la Revolución es una pantalla, que el único con cojones era Camilo Cienfuegos y lo mandaron a matar, que el Che fue una máquina de matar, que Silvio estuvo preso en el UMAP durante los 70, una suerte de campo de concentración para vagos y maricones.
Así fue la charla nocturna, un palo tras otro.
Julio decía que le daba bronca escuchar hablar a los argentinos de la izquierda, sin saber que es la izquierda realmente. Yo le dije lo mismo de la derecha. Durante el resto de la noche tratamos de comparar las ventajas de la Revolución con nuestras desventajas criollas (y las del resto de América Latina). Pero ellos insistían en que los logros que se cuentan son todas mentiras, y que cada vez nacen más niños distróficos en Cuba (a pesar de los últimos números que publicó la UNESCO sobre mortalidad infantil: Cuba aparece en los mejores lugares del mundo y en el primer lugar de América, incluso sobre Canada, con 4.7 muertes sobre mil nacidos, Canada con 5 cada mil, Argentina 14 cada mil, Guatemala 28 cada mil y Haití 60 cada mil).
Sin embargo, siguieron los ataques, ron mediante, al sistema socialista. No hubo caso.
Al parecer Omar estuvo más de una vez preso. Él nos invitó a almorzar a la casa al día siguiente. La noche en la Plaza Dolores terminó con una discusión fuerte entre Omar y el viejo Tomás porque el viejo nos quiso “apurar el trago” para comprar más ron. Omar, desconocido, descargó toda su ira contra el viejo, “que no me guste que se apure el trago”, etc, etc. Discusión de borrachos.
Al día siguiente fuimos a la casa de Omar. Vive en un departamento sin timbre en la esquina céntrica de Enramada (calle Saco) y San Félix. Debíamos llamarlo a los gritos desde la calle, pero una orquesta con órgano sonaba fuerte justo debajo del edificio. Por suerte Omar nos esperaba mezclado entre la multitud de la peatonal y subimos con él.
El edificio parece abandonado. Omar vive con su mujer en un pequeño departamento, juntamos varias sillas en una esquina del edificio, en un primer piso sin uso que tiene ventanales y balcones que dan a las dos calles. En un asiento colocaron un grabador, y al rato estábamos con Omar, Azuley (un vecino) y el viejo Tomás (Omar se disculpó con el viejo por la pelea de la noche anterior). La mujer de Omar cocinaba en el departamento mientras nosotros charlábamos tomando ron y oyendo salsa. Cuba no es país tan machista como cuentan de México, por ejemplo, pero sin embargo hay ocasiones en que uno nota las diferencias de género.
De pronto, Omar fue a buscar a su mejor amigo: el gallo Dopito. Lo quiere como a un hijo. El gallo tiene seis años (“ojalá llegue a 14 o 15 años”, nos dice Omar) y Omar lo besa, lo mima, lo llama y el gallo viene enseguida. El viejo Tomás lo agarra de la cola, lo molesta, y es el único momento de la tarde en que el gallo se inquieta. Cuando Omar se va por un rato y vuelve a su casa, el gallo le picotea los pies como llamándole la atención por su ausencia.
Entre los vasos de ron (yo seguía golpeado del ron de la noche anterior) Omar trajo chicharrón de cerdo y plátano frito (vianda, lo que se convirtió en una de mis comidas favoritas). La conversación fue variando con las horas, mientras el sol avanzaba desde los balcones. Se habló de música, de lo complicado que es en Cuba comer carne de res, del deporte de la isla y las diferencias con el deporte profesional al que estamos acostumbrados. Al fin llegó el plato principal: carne de cerdo con arroz y ensalada.
A las cuatro de la tarde nos despedimos, pero antes visitamos la terraza del edificio, donde en una jaula improvisada había dos chanchitos que esperaban el sacrificio para la cena de año nuevo. Era un 30 diciembre y Omar sentenció: hoy y mañana en Cuba son los días en que los chanchos lloran.

sábado, febrero 07, 2009

Santiago de Cuba - Volumen 1










Una semana en Santiago de Cuba nos bastó para confirmar eso que dicen de su gente: las personas del oriente cubano son las más conversadoras y simpáticas de la isla. Es así, los habaneros tienen famas de ser hostíles, pero hostíles en el sentido cubano, que no tiene comparación con otras nacionalidades.
Por si fuera poco, Santiago es la cuna de la Revolución y desde allí se gestó gran parte de la hazaña (desde el asalto al cuartél Moncada hasta las palabras de Fidel anunciando el triunfo de los revolucionarios barbudos en la emisora de radio CMFK).
Nuestra vida cotidiana por las calles de Santiago puede resumirse en tres parques, distantes cada uno del otro a tres o cuatro cuadras: Plaza de Marté, Plaza Dolores y el Parque Céspedes (que hasta el primero a la noche estuvo vedado por el discurso de Raúl en el 50 aniversario de la Revolución).
Era el atardecer del sábado 27 de diciembre, tomábamos los últimos mates en un banco de la Plaza de Marté. A un costado, el bullicio de los chicos (los chicos copan las plazas a partir de las seis de la tarde, a diario, en toda la isla) que paseaban en carros tirados por chivos, o en autos gigantes a pedal. Frente a nosotros, cuatro hombres discutían a los gritos sobre baseball (pelota). Al cabo de un rato (en Cuba siempre se acerca alguien para conversar si estás sentado en un banco de plaza), se acercó Manolo Marrero, Manolito, a pedirnos candela, y aprovechó para preguntarnos de dónde éramos ("Ah, de la tierra del Che", respondió). Manolo volvió al grupo de discusión y a los cinco minutos nos llamó para presentarnos a sus amigos. Ahí estaba el director de programación de Radio Rebelde ("es una biblia, una eminencia"), Anselmo (productor de varios programas de la radio) y Manolo (asistente y sonidista). Debajo del banco de plaza, una botella de ron.
La charla fue fluctuando a medida que el ron se acababa. Hablamos de Maradona (sus contradicciones Menem-Che Guevara), de las reglas del baseball (nos sacamos las pocas dudas que acumulamos desde el partido de Camaguey y Las Tunas), de política y de la lucha revolucionaria.
Así llegó la primera invitación: el siguiente lunes a las 19hs en Radio Rebelde, para ver una orquesta típica de son. Aceptamos.
Manolo nos invitó a la casa esa misma noche, y fuimos caminando con él y con Anselmo a lo largo de la calle Aguilera. Pasamos por una barbería y nos paramos a saludar al peluquero-amigo de Manolo. Era el día del barbero y la peluqueria era un descontrol: los peluqueros y peluqueras tomando cerveza y ron dentro del local, bailando con música a todo volumen. "Este es mi peluquero, mi amigo", nos dijo un Manolo entonado, señalando al barbero. El peluquero se acercó después de unos cuantos gritos, se quedó conversando desde la ventana. Gabriel le contó que yo quería cortarme el pelo, "te espero el lunes a partir de las diez de la mañana en esa misma silla", pero luego falté a la cita.
Seguimos camino por Aguilera, en Cuba pasan cosas en cada una de las cuadras y esquinas. Nos detuvimos frente a Radio Rebelde y Anselmó entró apurado a trabajar porque produce el programa que transmite el partido de pelota de Santiago de Cuba. Esa noche se media contra la provincia vecina de Guantánamo.
Arribamos al fin al departamento de Manolo. Subimos los tres pisos oscuros por la escalera y al abrir la puerta de su casa nos recibió "Reina", su perrita de rulos blancos.
Manolo vive solo, está de novio con una mujer que limpiaba en su casa y que vive un piso más abajo. Ella está embarazada. Manolo tiene 45 años, su padre vive en Santiago, en el reparto Sueño, con su hermano mulato (de otra madre) y su cuñada. La madre de Manolo se fue a vivir a Miami hace un par de años, y era actriz. También en Miami vive su hermana y sus tres sobrinos. Manolo, además, tiene tres hijos que viven en distintas partes de Cuba.
Sentados en su living, nos sirvió un par de copas de vino dulce (Don Santiago) y conversamos largo rato.
Nos enseñó la casa, fuimos a la terraza (desde donde se ve una panorámica de la plaza Aguilera), al balcón y hasta arriba del techo, haciendo maniobras peligrosas por las medianeras. Manolo ya estaba bien entonado, y seguiría en esa línea el resto de la noche.
Nos propuso que el 30 de diciembre, cuando nos teníamos que cambiar de casa, vayamos a parar allí, en su departamento. Nos ofrecía un precio bajo y un lugar céntrico. Siempre aclaró que era por amistad, que no tiene permiso para alojar gente.
Estábamos en plena tratativa cuando llegó su novia con una amiga. Manolo le contó de su idea de alojarnos y ella le dijo que era imposible, porque el día del acto del primero de enero (y los días anteriores), la policía cortas las calles aledañas y suben a todos los balcones y terrazas para prevenir cualquier atentado. Si al ingresar al depto. nos preguntaran donde nos alojamos, les causaria un problema, así que descartamos la idea.
Manolo nos invitó el primero de enero a almorzar a la casa de su padre, y esa misma noche de sábado salimos a comer con él (bajo quejas de su mujer y después de mirar las fotos familiares de un álbum que armó su madre antes de irse a vivir a Miami).
Quisimos entrar al Bodegón, frente a Plaza Dolores, pero estaba lleno. En Marilyn tomamos unas cervezas Bucanero porque no había comida, charlamos un poco de música (de Silvio Rodriguez a Montaner, pasando por José José) y terminamos en La Dalia. Gabriel y yo cenamos, Manolo, ya borracho, siguió tomando.
Hablamos de política durante la cena. Él explicaba que la izquierda no triunfó en Argentina porque jamás se unieron bajo un mismo lema y bajo un mismo objetivo, además carecíamos de un lider como Fidel, que además Perón fue un dictador y que la dictadura de Videla y que Nestor Kirchner y bla bla bla.
Gabriel comía, Manolo y yo discutíamos. Una especie de conversación de locos o de borrachos. "¿Y qué hicieron ustedes para salvar al pueblo?", nos recriminaba.
Terminó la cena y siguió la caminata (recuerden que todo esto había empezado unas horas antes mientras tomábamos mate en una plaza).
En otro parquecito nos topamos con otros amigos de Manolo: Carlos, Omar y dos hermanos mulatos (el colorado y el otro), que contaron una batería de chistes. Uno de ellos fue a buscar unas petacas de ron (hay lugares ocultos donde uno lleva el envase vacío y vuelve lleno por diez pesos cubanos).
Me tocó sentarme al lado de Carlitos, un hombre que al parecer fue o es policía. Tiene unos 65 años. Empezó la ronda de chistes sobre maricones e infidelidades. Cada tanto, Carlitos me anotaba su dirección en un papel, calle Rastro 257, para que lo vaya a visitar uno de esos días. Estaba bien borracho el hombre. "Yo los cuido, porque somos amigos", me decía, "sí, sí, amigos", le decía yo, "Tu no entiendes, a-mi-gos", me silabeaba repitiendo. mientras me señalaba el pecho y luego se señalaba su pecho.
Los muchachos, mientras, les decián piropos a las chicas que pasaban frente a la placita. Una de ellas pasó insultando en voz alta, y las hicieron detenerse, haciéndose pasar por policías de civil, "cobrele multa oficial", le decián los amigos a Manolo, que iba al encuentro de las dos mujeres.
Luego, el colorado empezó un chiste (los contaba de parado, haciendo gestos) que insinuaba ser sobre Fidel (hizo el gesto de una barba larga). A modo de broma todos se alejaron un poco, haciéndose los distraídos. El chiste terminó siendo sobre Jesucristo y su loro.
Omar, que tenía puesta la camiseta de Brasil, no dijo ni una palabra en toda la noche. Despues de una hora de chistes y piropos, seguimos camino con Manolo y Gabriel hacia el bar Baturro. Entramos a ese bar para orinar, y una cuadra más adelante intentamos ingresar gratis a la casa de la Trova, el lugar más famoso de Santiago de Cuba para escuchar música en vivo. Pero en la puerta el encargado retó a Manolo por su borrachera ("otra vez en ese estado") y no pudimos entrar.
La comunicación con Manolito, en ese estado en que estaba, se empezó a complicar, y se lo dije. Nos abrazaba y nos hablaba de la vida. Fuimos a duras penas hasta nuestra casa y lo despedimos, con enojos de las dos partes (es que andaba pesado pesado ya). A los cinco minutos volvimos a salir hacia la casa de la Trova y entramos gratis nomás. A Manolo lo cruzaríamos varias veces en el resto de nuestra estadía en Santiago.
A la salida de la casa de la Trova le pregunté a un hombre, señalando el Parque Céspedes: "¿Vendrá Fidel?". "No", me dijo, bien rotundo, "tienen que empezar a surgir dirigentes jóvenes".
Y nos fuimos a dormir.

sábado, enero 31, 2009

Baseball: Camaguey VS Las Tunas





Eran las ocho de la noche del día de Navidad, un 25 de diciembre. Decidimos ir a ver un partido de pelota (baseball) en Camaguey. La pelota es el deporte nacional de Cuba, el más masivo. En las calles se ven chicos jugando con palos, bates, latas haciendo de pelotas, chapitas de cerveza o de gaseosas. Juegan en los baldíos, en las escuelas y, por supuesto, los estadios se llenan (la entrada cuesta un peso cubano, es decir, la vigésimo cuarta parte de un dólar).
La liga cuenta con 16 equipos, uno por cada provincia más dos equipos de la ciudad de La Habana, Metropolitanos y el múltiple campeón, Industriales.
Como todo en la isla, la liga se divide entre oriente y occidente. Los ganadores de cada zona juegan playoff con los de la otra, en un sistema de eliminación directa hasta llegar a la final. Al parecer la final más popular es Santiago de Cuba (del oriente) contra Industriales (del occidente habanero). La gente de oriente se queja porque dicen que la zona oriental es mucho más pareja, y que Industriales no tiene casi competencia en el occidente, llegando siempre a las finales sin sobresaltos.
Divisamos el estadio “Candido González” de Camaguey, frente a la plaza de la Revolución. Sacamos la entrada y subimos las escaleras oscuras, como en todo estadio. Llegamos justo cuando empezaba el duelo entre Camaguey y su provincia vecina (y más oriental): Las Tunas. Camaguey de blanco y azul, Las Tunas de verde y naranja.
En la liga se disputan subseries de tres partidos, en general juegan martes-miercoles-jueves, sin parar. Camaguey y Las Tunas iban 1 a 1 en partidos ganados, y ese jueves navideño se definía la subserie. Nos acomodamos a mitad de tribuna, el estadio estaba lleno en sus tres cuartos de capacidad. Al lado nuestro un hombre, botella de ron en mano, nos explicaba que el de la foto, al lado del cartel del resultado, era el mismo Cándido González, un hijo ilustre de la ciudad, revolucionario camagueyano, fundador del mítico Movimiento 26 de Julio.
La voz del estadio (una voz con acento de relator antiguo, de esos de los años 50) anunciaba el nuevo bateador. Nosotros comíamos un bocadillo de jamón y queso mientras descifrábamos las pocas reglas que nos quedaban por entender. “Yo no entiendo este deporte, la gente está quieta todo el tiempo y todos se ponen a gritar cuando la pelota está se va afuera de la cancha. Es de locos”, nos contaría Marrero en La Habana, unas semanas después, de esa conclusión sobre el juego de pelota de una amiga suya, europea.
Se escuchaba, en el estadio, una batucada. Sonaba todo el tiempo, sin parar, a veces se oían trompetas y otros vientos. El público, por lo general, es solamente local, y se nota por los momentos de festejos y los momentos de quietud y silencio. Cuando cambia el equipo que batea, en ese pequeño entretiempo, se escuchaba música desde los altoparlantes del estadio: pura salsa. La gente bailaba en las tribunas.
Nos movimos, en uno de esos entretiempos, al escalón más alto de las gradas. Todas las tribunas son una gran popular, con escalones gigantescos para sentarse. Las tribunas cubren los tres sectores que están a la espalda del bateador, del lado del frente hay un paredón que divide el estadio de la calle, y en el medio, el cartel mecánico de los resultados y las estadísticas, coronado por la inmensa foto de Cándido González. Arriba las luces del estadio y al fondo los edificios más altos de la ciuda de Camaguey.
Desde lo alto, mientras el equipo local anotaba dos carreras, pudimos sacar algunas fotos. Recorrían las tribunas los vendedores de golosinas, de maní y de bocadillos. En el estadio se encontraban familias enteras viendo el partido, parejitas, y hasta chicas muy arregladas, como para salir de noche.
Hubo ciertas cosas del folklore cubano de la pelota que no entendimos. En ocasiones la gente se paraba, la tribuna completa, y gritaban todos juntos mirando a un sector de la tribuna que no alcanzábamos a distinguir. No sabíamos si se trataba de algún famoso, de una simple pelea de tribuna o qué. También sucedía que, de tanto en tanto, se escuchaba un sirena a todo volumen dentro del estadio. La gente como si nada, así que debería ser algo normal.
En la cancha todo seguía igual, Camaguey siempre arriba, Las Tunas no amagaba siquiera a anotar una carrera y los “in” iban pasando y pasando (se juega a 9 “ins”).
De pronto, lo más esperado en un partido de pelota: ¡un jonrón! (homerun en inglés). El bateador de Camaguey arrojó la pelota hacia fuera del estadio, y su equipo anotó tres carreras más.
Ya con el resultado de 5 a 0, era un partido liquidado.
Salimos del estadio poco antes de la medianoche, después de más de tres horas de intenso cubanismo y anotaciones camagüeyanas. Las sombras de los grupitos de jóvenes que salían del estadio iban poblando las callecitas del centro histórico, y enredado, de la ciudad. Las conversaciones hacían eco entre los edificios viejos y la noche.
El primer viaje en tren: de Ciego de Ávila a Camaguey





El único coche motor salía de la estación de Morón a las 12.50 del mediodía. Recorría la provincia hasta Ciego de Ávila y luego seguiría camino a Camaguey. Queríamos viajar en tren y era una buena oportunidad, emulando además la canción de Silvio, esa que dice que va a visitar a un amigo camagüeyano en el tren, atravesando valles y poblaciones desconocidas hasta entonces para el trovador.
Cuando llegamos a la ventanilla de la estación de Morón para sacar el pasaje, un hall inmenso y antiguo, vieron los pasaportes y nos enteramos de que en esa estación ya no tenían licencia para vender pasajes en divisas, y con pasaporte uno no puede comprar pasajes en moneda nacional. Insistíamos, mientras comíamos unos chupa-chupa, y llevaron a Gabriel a conversar con el encargado de todos los conductores de ferrocarril de esa sección. Pero Coco era imperturbable en sus deberes y no nos dejó subir al trencito.
Tomamos un micro hasta Ciego de Ávila, la capital de la provincia, por dos pesos cubanos. Íbamos sin esperanza de llegar en tren a Camaguey. Generalmente en las ciudades, las estaciones de ferrocarril y las terminales de buses intermunicipales están una al lado de la otra. Por el momento no salían camiones ni buses a Camaguey, había que esperar, pero los guardas de la estación de tren de Ciego nos dejaron pasar al andén (el trencito, el coche motor que salió de Morón llegaría en media hora). Algún cubano debería comprarnos los dos boletos con un par de carnet de identidad nacionales. Un amigo de los guardas se ofreció, consiguió otro carnet (de una mujer) y nos compró los tickets (3.50 pesos cubanos cada uno, o sea, 0.45 centavos de peso argentino).
El hombre no quiso ni siquiera que le paguemos, así que le dejamos de recuerdo un pin de Argentina, por el lindo gesto.
Pasamos al andén donde el sol, ya casi el solcito fuerte del oriente cubano, nos partía al medio.
Llegó el tren y casi lo perdemos por el antojo de pizza de Gabriel, a último momento. Estuvimos a punto de llamarlo por los altoparlantes de la estación.
Subimos a las 2 de la tarde. EL coche motor es un solo vagón moderno, similar a los trenes que hasta hace unos meses hacían el recorrido de Retiro a Rosario, sin locomotora. En el tren había kiosko y un vendedor circulaba con galletas y golosinas. No había asientos disponibles, así que nos sentamos adelante, sobre las mochilas.
En el tren era cuestión de minutos empezar a conversar con algún cubano. Un hombre y una mujer alternaron preguntas: él me hablaba de fútbol, de la final entre Tigre y Boca, de los jugadores argentinos en Europa, de que nos hacía falta un buen arquero (le gustaba Ustari pero anda lesionado). Ella me hablaba de sus vacaciones, estaban volviendo de unos días de playa, me hablaba de la educación cubana, de Argentina. Eran novios pero se bajaron en estaciones distintas.
Atardecía, el tren atravesaba Baraguá, Piedrecitas, Céspedes, Estrella, Florida y Algarrobo. El ayudante del maquinista bajaba de a ratos para operar los cruces de vías, los desvíos, todos manuales. El tren avanzaba y lo esperaba unos metros adelante, el operador de las vías subía nuevamente y el tren arrancaba.
Entrando a Céspedes detuvieron el tren unos doscientos metros antes del andén. “¿Por qué paran aquí que no hay andén, chico?”, preguntaba alguno de los pasajeros que formaba la fila para descender. “Es que venimos adelantados y vamos a tomar un poquito de guarapo”, respondió uno de los responsables del tren, mientras se bajaba con una botella vacía para cargarla de guarapo (bebida alcohólica en base a caña de azúcar fermentada) en alguna casa amiga del pueblo de Céspedes.
Así fue que diez minutos después el tren avanzó los doscientos metros hasta el andén y los pasajeros descendieron al fin.
Ya casi no había sol, el tren tuve que detenerse en varias ocasiones para dejar pasar a los convoyes nacionales, de muchísimos vagones, que iban hacia La Habana. Tocaba sacar la cabeza por la ventanilla, en cada espera, y aspirar el airecito de la tarde-noche en los valles centrales de Cuba.
Entramos a Camaguey, como canta Silvio, al anochecer.