martes, marzo 31, 2009

Santiago de Cuba – Volumen 5- Las noches

Más allá de los encuentros y desencuentros que tuvimos con los tomadores de ron de cada una de las plazas, podría decirse que las noches santiagueras suceden en las calles. Sí, Santiago se festeja en las calles.
Un par de días antes del fin de año, conocimos a un chico en el bar Baturro, un cantante, que nos invitó al paseo Martí, un boulevard con el que uno se choca caminando hacia el norte de la ciudad, donde terminan todas las calles. Allí se reúnen los rastas y ciertos grupos afrocubanos.
Salimos de la casa de la Trova a la una de la mañana. En base a nuestra insistencia mortífera y rompe-paciencia habíamos logrado entrar gratis una vez más. Recordamos, en el medio de todo el son, de la invitación del cantante del bar Baturro y caminamos calle abajo hacia el paseo Martí. Encontramos tres o cuatro grupos de chicos tomando y conversando, parecía como si la fiesta hubiese terminado. Había un escenario vacío debajo de las luces tenues del boulevard, luces que le daban a la escena de madrugada un tono lúgubre.
En uno de los grupos divisamos al cantante, estaba con cuatro amigos tomando vino blanco. Entonados, intentamos comenzar una charla política, pero no había tanta confianza como para sacar trapos al sol, los temas derivaron en música y otras yerbas. “Llegan tarde”, nos dijeron, al parecer las bandas que iban a tocar no pudieron por algún motivo que desconocíamos.
Seguimos la charla entre el vino blanco y un pomo (botella) de cerveza dispensada, que tiene unos 14 grados de graduación alcohólica. Más que un vino. No sé a que hora compramos, en un puesto de comida abierto, frente al paseo, un pollo con plátano frito, que devoramos con las manos, y cerca de las 5 de la mañana nos fuimos hacia la casa de la calle San Francisco, después de escuchar las indicaciones para volver sin perdernos.

Otra noche, la primera del año después de los festejos, Carlos, el hermano de Fran (los hermanos dueños de la casa donde parábamos), luego de contarnos como fue la última vez que vio a Fidel en la plaza de la Revolución de Santiago de Cuba (ese día diluviaba, la plaza estaba colmada, era una multitud que fue a escucharlo, y Fidel, por la lluvia, empezó el discurso a las siete y media de la mañana, durante un aniversario del asalto al cuartel Moncada), nos recomendó ir a La Trocha, una avenida que se encuentra en sentido opuesto al paseo Martí, a cinco o seis cuadras del parque Céspedes. Y allá fuimos.
Entre las callejuelas oscuras de Santiago se adivinaban todas las sombras que caminaban hacia La Trocha. Jóvenes tomando ron y conversando a los gritos, a lo cubano, bajaban hacia la zona de la diversión. Cuando llegamos nos topamos con una marea de gente sobre la avenida. A lo lejos, el escenario y el DJ. Sobre el cruce de dos avenidas había muchos puestos de comida (pollo, pizza, refrescos, dulces, cerveza y ron), y baños químicos. Casi no se veían turistas, era una diversión bien cubana (a diferencia de la Casa de la Música, la Casa de la Trova o la Casa de la Tradición).
Compramos un pollo con plátano frito (¿Cuándo no?), venía presentado en una cajita de cartón y para comer con la mano. Luego un par de refrescos a peso cubano y cuando estuvimos listos, la base hecha, encaramos hacia el escenario, a mezclarnos en el medio de la multitud.
De fondo sonaba reggaeton, era música que administraba un DJ desde el centro de la avenida. Nos hicimos de un lugar a 50 metros del escenario y compramos vasos de ron (a diez pesos cubanos el vasito). Mientras mirábamos como se movía la gente (nos pedían fotos, nos charlaban), estalló el público a gritos: salió al escenario el plato fuerte de la noche…!!!Pachito Alonso y sus Kini Kini!!! Así lo anunciaban tres o cuatro carteles pegados por ahí.
Pachito toca una buena salsa, son unos diez músicos en escena, dos cantantes y Pachito, que tiene unos dos metros de altura, se sienta al frente de los teclados. El ron circulaba al ritmo de la música, tratábamos de mover un poco las caderas para no desentonar, cuando de entre la multitud apareció el Lenny Kravitz cubano: Oderris. Lo habíamos conocido una de las noches anteriores en la Casa de la Trova, y le hicimos notar su parecido: “Loco, sos igual a Lenny Kravitz”.
Al reconocernos se nos acercó. Después de los saludos hicimos una vaquita para comprar una botella de ron. Oderris, que toca el güiro, había tocado con su grupo antes de Pachito, pero no llegamos a verlo. Nos invitó a “la escena”, a subir a la tarima del escenario, detrás de Pachito y su grupo. Y de nuevo, allá fuimos.
Esquivamos la multitud y aparecimos por detrás de la escena, donde se veía en la noche el paseo de la Alameda y la guagua Astro (Una Youton nueva de China) que transportaba al grupo musical. Subimos al escenario, había unas veinte personas detrás de los músicos, y quedamos de cara a todas las caras de la avenida. Era un mar de gente que se perdía en el fondo, eran dos cuadras repletas de rostros bailando.
Me ubiqué a medio metro del batero, una distancia prudencial, y tomando ron y moviéndome al ritmo de la música (ustedes imaginaran de que manera, pssst), disfruté de un lindísimo show. Pachito y sus Kini Kini son buenos de verdad. La gente enloquecía con Pachito y los dos vocalistas que pedían manos levantadas, olas y demás jueguitos de concierto. Como postre al fin del show, conversábamos con Oderris y sus amigos al costado de la guagua, y de pronto se nos acercó Pachito. Le hicimos saber que nos había gustado el recital, que si podíamos sacarnos una foto con él, a lo clúdefans. “¿De dónde son?”, preguntó Pachito, “de Argentina, Pachito, de Argentina”, “ahhh, Argentina”, respondió el músico, “estuve allá una vez, tocamos en el Bauen hace un tiempo”. Nos sacamos la foto (*), nos saludó entre sonrisas, y se subió a la guagua junto con sus músicos.
Volvimos a la casa a las cuatro de la mañana, sorprendidos de que tanta juventud, tanta gente junta pueda funcionar tan bien, en plena fiesta, con la venta de alcohol ahí nomás, en todos los puestos de la avenida, a metros de las casas.
La noche del primero enero, la primera noche del año, fue una fiesta y terminó en paz.

(*) Tengo información de que se perdió la foto nuestra con Pachito, así como las fotos que nos sacamos arriba del escenario…era para poner en mi galería de “Fotos con Personalidades”, al lado de la foto con el Dr Simi. Que lo parió…
Santiago de Cuba – Volumen 4 – Preparativos para el fin de año

A medida que se acercaba el año nuevo y el 50 aniversario de la Revolución, Santiago se fue plagando de rumores acerca del acto, y la gente iba de un lado a otro comprando las cosas para la cena del 31. La ciudad estaba tapizada de carteles sobre la jornada histórica revolucionaria. De a poco, también, se fue llenando de argentinos. Era sabido que iban a acercarse muchos para ver que pasaría en el 50 aniversario, pero nunca imaginé que seríamos tantos.
Desde nuestra llegada a Cuba supimos, por conversaciones, que el asunto iba a ser tranquilo, ningún gran festejo debido al paso de los tres huracanes. Que aparecería Fidel, que Chavez, que Evo Morales, el entusiasmo crecía y decrecía. El Parque Céspedes estaba vallada y repleta de sillas. Sólo se podía circular por las calles que lo rodean e intentando adivinar lo que vendría. Luego, con el paso de los días, supimos que el acto iba a contar con 3000 invitados especiales, todos cubanos, y que Raúl daría el discurso principal sobre un escenario montado debajo del famoso balcón del ayuntamiento.
La seguridad alrededor del parque también fue en aumento.
Pasaban los días y se sucedían las charlas entre argentinos, nadie sabía con exactitud lo que iba a suceder, como sería la cosa, ni los que fueron por su cuenta ni tampoco los que fueron con agrupaciones. La noche del 31, en año nuevo, vimos muchísimas banderas argentinas, banderas del PC, de Proyecto Sur y de las Madres, que coparon una calle completa frente al parque central. Los cubanos miraban asombrados al grupo de doscientos argentinos que agitaban las banderas y cantaban canciones de los Redondos y consignas políticas. Todo eso después fue comentario de todos, Mario, un hombre barbudo, nos dijo dos días después que nunca en la vida había visto algo igual en ese parque.
Y llegó el primero de enero. El discurso de Raúl sería las seis de la tarde. Las delegaciones de invitados al acto salían de a tandas desde la sede del PC frente a la plaza Dolores, a cuatro cuadras del parque central. La plaza Dolores estaba repleta de argentinos que averiguaban la manera de meterse en el acto. De a ratos avanzábamos una cuadra, la policía nos hacía retroceder, y así.
Cuando una de las delegaciones empezó el camino hacia el acto, cientos de argentinos nos metimos detrás y empezamos a caminar todos juntos por las callecitas estrechas de Santiago, rodeadas de balcones antiguos y gente curiosa. En una esquina, durante media hora y al canto de “Raúl, Fidel, el pueblo quiere ver”, algunos argentinos trataban de negociar con la policía, que cerraba el paso, alguna cuadra más. Pero no se llegó a nada.
Llegó al lugar un hombre de la seguridad del acto y pidió hablar con el encargado, con el representante de todo el grupo. Pero al explicarle que cada uno había ido por su cuenta no logró terminar de entender la situación.
Finalmente, volvimos todos a la plaza Dolores y a fuerza de peticiones colocaron una TV en la sede el PC y, sentados en la vereda, vimos el acto en directo unos 30 argentinos, seguimos el escueto discurso de Raúl, aplaudiendo y gritando vivas. Otro grupo lo vio en el otro costado de la plaza, donde colocaron una TV gigante.
El acto no colmó las expectativas de tantos kilómetros hechos. Se entendía que todo fuera sencillo debido a la cantidad de viviendas que arrasaron los huracanes, pero en nuestro imaginario había una magnificencia revolucionaria que no se cumplió. Para peor, se corrió el rumor de que en La Habana, ese mismo día y también celebrando el aniversario, tocaron los Van Van y Silvio Rodriguez en la tribuna antiimperialista. Pero nada se comprobó finalmente. La cosa era estar ahí, y estuvimos.
Ese día y el siguiente los argentinos seguimos copando Santiago. La Plaza de Marté, incluso, funcionó como una gran escuela de murga al aire libre dictada por un grupo de compatriotas nuestros, donde participaron decenas de chicos cubanos. Y los días pasaron y Santiago de poco fue volviendo a la normalidad.
La última noche en Santiago, ya pudiendo pisar el Parque Céspedes, tomamos mate mirando la casa de Diego de Velazquez, el ayuntamiento, el hotel Casa Granda y la Catedral. Esa noche, también, conversé con Marcos, un chico de 11 años que está en 6to grado. Es un bocho en historia, me habló de fechas y datos de la historia de Cuba con precisión. Ahora, en 7to grado, empieza a estudiar la historia del resto de América. En Cuba son 6 grados de primaria, 3 de secundaria y 3 de preuniversitario.
Cuando se hicieron la once de la noche, Marcos se fue a su casa, aclarándome que quiere estudiar medicina. Marcos estaba sentado en la plaza con una libretita en la mano, era de su hermana y contenía apuntes de italiano, Marcos repasaba el idioma, practicaba, y en voz alta se lo escuchaba pronunciar expresiones típicas italianas, sin espiar en los apuntes. Eran las once de la noche y se fue caminando a la casa. Santiago es la segunda ciudad más grande la isla, en Cuba los chicos andan sueltos, sin preocuparse de mirar atrás, sin mencionar la palabra inseguridad.
Festival en el Zócalo: Reggae, Cumbia, Sonidos Balcánicos y Cerveza.

Detrás del escenario, la Catedral más grande de América Latina. A sus luces, en el interior de sus dos torres, las veremos encenderse de a poco, como el fuego en su tiempo y como el fuego en su color, a medida que la noche avance sobre la tarde.
Es el segundo domingo de la primavera en el zócalo del DF mexicano. Son casi las seis de la tarde y está por comenzar el cierre del 25° Festival del Centro Histórico. La gente va llenando a oleadas la explanada gigante, ideal para conciertos, explanada monótona que sólo se quiebra con un mástil gigantesco que sostiene una bandera gigantesca con los colores de la virgen de Guadalupe y en su centro, pintando el blanco, exhibe un águila parada sobre un nopal y con una serpiente en la boca.
Debajo del zócalo alguna vez existió Technotitlán. Los mexicas, más conocidos como aztecas, llegaron peregrinando hambrientos y cansados, y encontraron en este lugar a ese águila sosteniendo una serpiente con su boca y posando sus patas sobre un nopal. Por mandato de los dioses en el lugar donde hallaran esa escena deberían fundar su nueva civilización, y así fue. Cuando los españoles llegaron al valle de México no podían creer lo que estaban viendo: una ciudad perfectamente trazada (cuadriculada a diferencia de las curvas ciudades españolas), comunicada con puentes, porque el valle de México era puro lago y chinampas, islas flotantes donde los mexicas desarrollaban su agricultura (hoy en día puede verse una pequeña muestra de esto en el sur del DF, en Xochimilco, donde uno puede pasear con embarcaciones entre canales y chinampas, dándose besos y tomando cerveza).
Es así, la Ciudad de México descansa sobre un colchón de agua y sus pesados edificios lo hacen notar. El Palacio de Bellas Artes y la mismísima Catedral se hunden año tras año. Los ingenieros levantan pilares en el fondo acuático de la ciudad para sostener la historia. Es que antes el agua de la red se sacaba de abajo (para nada potable), y esa succión constante que abastecía a 20 millones de personas hizo cavilar al cemento de arriba. México se hunde, se escucha decir en el metro y en los mercados.
Así que eran las seis de la tarde y ya estaba todo listo para empezar el concierto de cierre del festival. Este ciclo comenzó hace 25 años gracias a una asociación civil que se conformó para recuperar el centro histórico de la ciudad, que para ese entonces, 1985, parece que estaba lo suficientemente abandonado y roto para pensar en su recuperación. En el proceso se logró que se declarara a toda el área Patrimonio de la Humanidad, por la Unesco. Y como todo patrimonio de la humanidad, tiene que estar limpio, sin vendedores ambulantes (es curioso, porque uno de los colores más lindos de México es el color de la venta callejera, de los tianguis, de los mercados, y en el centro histórico, en tanto zócalo pelado, no hay frutas y verduras sobre las piedras, dándole color a tanta roca), sin M gigantes de Mc Donalds, ni B de Burgers. Pero claro, hay Mc Donals y Burgers King, pero están camuflados con la arquitectura histórica del centro, lo mismo que los Oxxos y los Seven Eleven y los…etc etc.
Una voz en off (o por lo menos yo no vi al presentador) anunció al Rastrillo, la primera banda de la tarde. El Rastrillo hace un reggae clásico, algo así como Los Cafres mexicanos, pero con algunas variaciones interesantes en ciertas canciones. Están cumpliendo veinte años de carrera y le metieron onda. Me llamó la atención, a lo lejos y desde un principio, la camiseta de fútbol que vestía el guitarrista. Esperé a que lo enfocarán en las dos pantallas inmensas que había a los costados del escenario y corroboré: no era la camiseta de Banfield, ¡Era la de Excursionistas! El pelado era de excursio, y era el más sobrio de los integrantes del Rastrillo: cuando había que saltar, no saltaba.
Pasó el Rastrillo y pasaba la tarde, ya se veía la luna bien finita sobre la terraza del Holiday Inn (también camuflado en la arquitectura, por supuesto). Todo alrededor y dentro del zócalo se iba encendiendo: desde las hierbas de los asistentes hasta las luces hermosas que decoran el Palacio Nacional. Dato curioso: el piso del zócalo termino siendo un cementerio de botellas de cerveza…!acá se puede tomar mientras se asiste a un concierto público! Y si no se puede, se hace.
La voz en off que nunca vi anunció al segundo artista…y que sorpresa que fue: “Emiliano Gomez, desde Argentina…!El hijo de la cumbia!”...!Que lo parió! Me empecé a reír, sí, sí, sí, primero el guitarrista de Excursionistas y ahora El hijo de la cumbia…no sabía quien era pero me dije “veamos que tal…me viene bien la cumbia después de tres meses y medio de sones cubanos y corridos mexicanos”. Y es que cuando estando yo de viaje alguien me pregunta que se escucha en Argentina, que se baila, digo y comento: se baila tango y se escucha cumbia. Y sí, a veces exagero y cedo a las influencias, porque existe esa cosa tradicional de que queremos arraigarnos en nuestro folklore, hermoso folklore, pero de a poco uno empieza a entender que la cultura cambia como el lenguaje y como toda la sociedad, en cada uno de sus aspectos. Buenos Aires no tendría tango, ni Uruguay tendría candombe, sino fuera por la herencia africana que depositó la milonga en el Río de la Plata. ¡Ay afroargentinos!, ¿Dónde están que les debemos tanto? En el estado de Veracruz, en México, existe el fandango jarocho (jarocho es el gentilicio del estado de Veracruz), y eso es tan folklórico y mexicano, hoy en día, como la música purépecha (etnia indígena) en el estado de Michoacán, y eso que el fandango lo trajo el español. Así que folklore o no folklore, que viva la cumbia.
Mi expectativa cambió cuando vi que se trataba de un DJ. No había músicos…sólo El hijo de la cumbia VS el zócalo repleto de gente. Un desafío, algo así como El Santo Vs Blue Demon, el clásico de clásicos de la lucha libre mexicana. Yo no sé de donde lo habrán sacado al hijo de la cumbia, pero no fue un lindo espectáculo…con algunas bases cumbiancheras, pero escasas, no tan sólidas, empezó a mezclar ritmos metiéndole suficiente punchi punchi como para quebrar la esencia bailantera. Siempre me dije: Si la pizza de muzzarela sola es más rica, ¿para qué meterle un pedazo de ananá o de anchoa encima? ¿Eh?
Lo cierto es que El hijo de la cumbia se lo pasó arengando al público que respondió con poco y nada. Algunas frases del maestro, mientras la tecno-cumbia reventaba todo: “¿Qué pasa che? ¿A México no le gusta la cumbia?”, “Palma, palma, palma”…y al rato…”El que no hace palma es un cornudo”, “Vamos que la cumbia no tiene fronteras”, y para el cierre (después de que se le cortó el sonido y pidió “chiflidos para el sonidista”) con todas buenas intenciones tiró las frases: “Aguante el zócalo y aguante esa bandera, loco”, señalando la bandera mexicana gigante. Al lado mío un grupo de mexicanos se preguntaban: “¿Aguante el zócalo, dijo?”, y sí, es difícil de entender los modismos ajenos en semejante situación.
Ya estaban llegando los platos fuertes de la noche, porque eran las siete y la noche era casi completa. Entre artistas se oía a la voz en off que repetía el lema: “recuerden que todos somos la Seguridad”, así, la Seguridad con mayúsculas vigilándonos unos a otros a ver que hacemos. La maldita Seguridad, como en Argentina, está de moda gracias a la Inseguridad Mediática y Clasemedista. Acá en México, siglo XXI, hay partidos políticos (Partido Verde, ejem) que piden la pena de muerte para asesinos y secuestradores. Pena de muerte, sí. Hace unos días se realizó una jornada para discutir el tema y se oyeron todas las voces. Hay campañas políticas que le fueron al choque a esa petición, la campaña del PRD, que piden castigo pero no muerte, y la campaña del PSD (los socialdemócratas) que directamente refutan inteligentemente el clamor mortuorio de los yuppies del Partido Verde. El lider del Partido Verde es güero, como yo (rubiecito, digamos). Es un empresario, como Macri tal vez, que remueve el avispero con estupideces mediáticas y publicitarias. Hace falta recorrer pocos metros en México para encontrarse con carteles gigantescos (más grandes que la bandera de México que flamea en el zócalo) del Partido Verde que dicen: “Pena de muerte para asesinos y secuestradores, envía SI al 09999”. ¡No mames, guey!
Así que luego del pedido de que todos seamos la Seguridad, la voz en off anunció a la banda que daría el mejor show de la noche: Balkan Beat Box.
Balkan Beat Box es una especie de fusión de fusiones. Mantiene un sentido balcánico más allá del nombre. Bajo el liderazgo de los israelíes Ori Kaplan y Tamir Muskat, la banda despliega dos saxos en escena que luchan durante todo el set (uno de los cuales es del mismísimo Kaplan). El vocalista Jeremiah Loockwood se mueve para todos lados y agita a la masa. Temas eclécticos en noche ecléctica, cita ideal para descubrir un sonido distinto de la llamada “World Music”. El público chilango (así les dicen a los que habitan o nacieron en el DF) respondió con todo: bailó, gritó, saltó. Así fue que Balkan Beat Box dejó una mezcla rara el aire, un poco de Charlie Parker, una pisca de Fanfare Ciorcalia y un toquecito Manu Chao en el ambiente que seria difícil de superar.
Apenas pasadas las ocho de la noche, la voz en off anunció a la banda que cerraría el cierre del cierre del cierre: Asian Dub Fundation.
Todo empezó bien punk, o bien rap, o quién sabe. La banda se presentó con dos vocalistas-raperos, y uno era bien parecido a un Jackie Chan veinteañero. Esta banda se formó en 1993 en unos talleres de música para jóvenes asiáticos en Londres. Se agruparon para tocar en un concierto contra el racismo. Durante su presentación en el zócalo, uno de los músicos se encargó de tomar posición a favor de las luchas indígenas por la tierra en América, de la lucha Palestina y de la lucha anti-invasión yanki en Irak y Afganistán. El miembro más llamativo de la banda es un percusionista inmenso que se cuelga una especie de bombo legüero y lo toca de parado. Ese mismo músico se puso una máscara de lucha libre mexicana en el medio del concierto.
El recital terminó a las nueve y media de la noche. Muchos esperaban la pirotecnia prometida para el final, pero parece que hubo ajuste de presupuesto y la única luz del cielo capitalino seguía siendo la luna finita sobre el Holiday Inn. Irse del zócalo fue patear botellas y botellas, fue buscar la mejor calle, la más repleta de gente que se alejaba del zócalo, yendo hacia el Eje Central, hacia el metro o en busca de algún pesero que lo acerque a sus casas.
¡Bienvenidos sean los festivales! ¡Órale pues!

sábado, marzo 28, 2009

Leon Trotsky y su exilio en México


De los 24 miembros que conformaban el Comité Central del Partido Bolchevique soviético en 1917, sólo dos quedaban con vida en 1940: Stalin y Trotsky. Lenin había muerto en 1924, y su puesto vacante, la dirección del Partido, fue conquistado por Stalin y su séquito. Algunos otros miembros murieron en el camino, y la gran mayoría fue desaparecida o fusilada por las purgas estalinistas.
La vida de Trotsky supera cualquier ficción, su vida y la de su familia fue hostigada por las fuerzas de Stalin al punto de que el único familiar cercano que sobrevivió al mismo Trotsky fue su última mujer, Natalia Sedova, quién murió en 1961 y ahora sus cenizas descansan junto a las de Trotsky en el jardín de su casa, ahora museo, en el barrio de Coyoacán.
En un recorrido veloz por la vida de este teórico y político revolucionario ucraniano, podemos recordar que fue uno de los protagonistas de la Revolución Bolchevique de 1917, que negoció la retirada de Rusia de la Primera Guerra Mundial, que creó el Ejercito Rojo venciendo a las fuerzas contrarrevolucionarias y que sufrió numerosos exilios.
La primera vez, por su militancia antizarista, fue desterrado a Siberia por el Régimen. En 1905, al organizar el primer soviet de San Petersburgo y convertirse en un dirigente principal, fracasa la Revolución y el zarismo lo envía nuevamente a Siberia. Cuando Stalin toma el poder en 1924, la facción estalinista comienza a acusar a Trotsky de hacer movidas contrarrevolucionarias y de violar la disciplina del Partido. Primero fue deportado a Kazajistán y en 1929 fue expulsado de la Unión Soviética.
A partir de su expulsión, la dirección de Stalin comienza a cuestionar la figura de Trotsky haciéndolo aparecer como un traidor a la Revolución, e incluso llegan a borrarlo de fotos históricas donde sale junto a Lenin en un discurso y en algunas otras tomas famosas. En el exilio Trotsky empieza su propaganda antiestalinista, sin ahorrarse críticas contra su antiguo compañero de Comité.
Con Trotsky en Noruega y los procesos de Moscú pisándole los talones (ya habían sido fusilados Zinoviev y Kamenev) el pintor Diego Rivera (militante trotskista en esa época) y el fundador del Partido Comunista Mexicano, Octavio Fernandez Vilchis, gestionaron ante el presidente Lázaro Cárdenas el asilo del revolucionario soviético. La deportación de Trotsky a Moscú ya casi era un hecho, y no había gobierno en el mundo que quisiera recibirlo.
El 10 de diciembre de 1936, con el estallido de la Guerra Civil Española, Trotsky y su mujer Natalia se embarcaron en un buque noruego rumbo a México, donde arribaron la mañana del 9 de enero de 1937. Allí lo esperaba una comisión de la que formaba parte Frida Kahlo, esposa de Diego Rivera. Trotsky y su mujer llegaron a la Ciudad de México en tren. La GPU, la policía secreta de Stalin, estaba siguiéndole los pasos.
Para esa época ya habían sido asesinados varios de los hijos de Trotsky, y durante su estancia en México en Rusia asesinarían a los que quedaban vivos.
Una vez en México, Frida Kahlo y Diego Rivera le ofrecieron a Trotsky y a su esposa la Casa Azul en el barrio de Coyoacán, hoy llamado Museo de Frida Kahlo (luego vivirían allí la pareja de pintores). Vivieron en esa casa durante más de dos años, hasta la ruptura de relaciones entre el líder Revolucionario y la familia Rivera por cuestiones ideológicas.
Trotsky y su mujer se mudaron a tres cuadras de la casa Azul, rentaron una casa en las orillas del río Churubusco, en las esquinas de las calles Morelos y Viena. Llegaron a esa casa el 5 de mayo de 1939. Allí mandaron a construir torres de vigilancia y una casa para los guardias en el mismo jardín.
En esta casa de la calle Viena es donde Trotsky sufriría dos atentados, uno de los cuales le provocó la muerte. El revolucionario siempre hablaba de la importancia del trabajo manual, de que el hombre debía trabajar con sus manos además de pensar. En la casa de la calle Viena se dedicó a criar gallinas y conejos, y a plantar cactus que recogía en las montañas del valle de México. Le dedicaba horas al cuidado de los animales, y en ocasiones en plena tarea le surgían ideas y teorías que plasmaría en los papeles de su estudio.
El primer atentando fue en mayo del año 1940. Durante una madrugada un grupo de veinte hombres comandados por el pintor David Alfaro Siqueiros (famoso muralista mexicano y militante estanilista) logró entrar en la casa con la ayuda de un doble agente, un guardaespaldas norteamericano de Trotsky, Robert Sheldon Harte. El grupo disparó alrededor de 200 tiros pero no pudieron matar al revolucionario. Todavía se pueden ver los tiros en las paredes de la recámara del matrimonio, que se refugió en una esquina del cuarto, detrás de la cama, salvando sus vidas. El grupo armado además arrojó bombas incendiarias para quemar los papeles de Trotsky, quién estaba escribiendo un libro sobre la verdadera historia de Stalin (en ese entonces desconocida en la mayoría del planeta). Habiendo entrado en esa recámara del museo, y calculando desde donde dispararon los hombres, es difícil pensar como se salvó el matrimonio. El único que resultó herido fue Sieva, el nieto de Trotsky, que en ese tiempo vivía con él. Una bala le rozó el pie.
El propio Siqueiros disparó contra Trotsky, y luego de la ráfaga de balas los guardias repelieron el ataque y los intrusos huyeron, incluido el guardaespaldas traidor.
Luego del ataque Trotsky mandó a tapar varias de las ventanas que daban a la calle, incluso las del comedor que hoy en día siguen como quedaron en aquella época.
Unos meses después, el 20 de agosto de 1940, Trotsky sufrió el segundo y mortal atentado en esa misma casa.
El español Ramón Mercader, cuyo seudónimo era Jaques Mornard, y quién había logrado confianza en el círculo íntimo del revolucionario, entro a la vivienda con una excusa (mostrarle un escrito suyo a Trotsky) y una vez en el estudio le pegó en la cabeza al revolucionario con un piolet (una especie de martillo parecido al que se usa en escaladas). Trotsky, confiado, leía el escrito que Ramón Mercader le había llevado cuando este le pegó en la cabeza. El grito de Trotsky se escuchó en toda la casa.
Trotsky murió al día siguiente tras 19 horas de agonía en un hospital de la Ciudad de México. Cerca de doscientas cincuenta mil personas acompañaron al féretro en su peregrinación por las calles.
Ramón Mercader cumplió veinte años de prisión y Stalin lo condecoró como “Héroe de la Unión Soviética”.
Es de distinguir en esta historia los papeles de los artistas. Esté uno de acuerdo o no con las ideologías, Diego Rivera y David Siqueiros fueron hombres claves en el desarrollo de la historia. Rivera moviendo tierra y cielo para traer al líder revolucionario a México, Siqueiros empuñando un arma en nombre del estalinismo, comandando un grupo de veinte hombres. El arte y la toma de partido iban de la mano, inseparables.

jueves, marzo 26, 2009

Santiago de Cuba – Volumen 3

Como dije antes, Santiago es el símbolo del oriente cubano, su gente tiene fama de ser hospitalaria y se dice que bastan dos palabras para estar conversando en el living de la casa de una persona que recién se conoce, tomando ron o café. De estos cubanos de oriente, el occidente de la isla dice que son vagos, que toman ron desde la mañana hasta la noche sin parar.
Caminábamos una tarde por el barrio Tívoli, un barrio aledaño al centro desde donde se alcanzan hermosas vistas hacia las tierras bajas de la ciudad y hacia la bahía. Estábamos sacando fotos a las decoraciones del 50 aniversario de la Revolución que coloreaban la puerta de una casa (Santiago fue la ciudad más decorada con motivos revolucionarios, cada casa tenía una consigna, una bandera de Cuba o del Movimiento 26 de Julio). Encuadrábamos la foto de vereda a vereda cuando desde una ventana a nuestras espaldas nos chistó un matrimonio.
“Oigan, ¿de dónde son?”, “De Argentina”, “¿De Argentina?, ¡de la tierra del che! Pasen por la vueltita que vamos a conversar”, y ahí estábamos en cuestión de segundos en el living de la casa de esta familia. Manuel fue combatiente de la Sierra Maestra, exaltó en nuestra charla todos los logros de la Revolución y las hazañas de esa época. Habló del Che, de Fidel, de Camilo, nos convidaron con café y con vino dulce. Rosario, la mujer de Manuel, Josefina, la hija, y Fátima, la nieta, se reunieron alrededor de nosotros para la charla. Josefina es “protección” (custodia) en el parque Céspedes, el parque central de Santiago. Ella afirmaba que yo era igual a un actor brasilero de telenovela. Manuel nos cuenta que mira mucha televisión argentina, la familia completa se reúne para ver Montaña Rusa. “¿Cómo es eso chico? Esa novela no se termina más”, se escucha la crítica de un Manuel disgustado con tanto vaivén en el guión.
La charla sigue mientras atardece, hablamos de los últimos ciclones que azotaron a la isla y de la solidaridad entre los cubanos para ayudarse unos a otros. Nos despedimos con la idea de pasar otra vez para convidarles un poco de mate, pero los trajines de Santiago nos van a complicar esa cita.
Otro amigo que cosechamos en Santiago es Oscar, el taxista. Se acercó el día de nuestra llegada mientras tomábamos mate en la Plaza Dolores. Aquella vez probó un mate y dijo que le gustó (no se lo notó convencido). Nos habló de cómo los cubanos se dieron maña para atravesar el Periodo Especial (1991-1995). Dijo: “Si tienes hambre no puedes pensar, había que inventar en esa época”. Los cubanos llaman “inventar” a llevar la vida con artimañas y pasar así los momentos difíciles. En ese momento se nos acercaron tres músicos que también querían probar mate. El viejito de la banda sacó la bombilla y le quiso dar un trago como si fuese un ron. Todos le gritamos “!No!” al unísono y abandono, asustado, la tarea.
A Oscar lo cruzaríamos otra vez un par de horas después del año nuevo. Fue ahí mismo en la Plaza Dolores. En esa noche nos contaría de sus infidelidades de joven y de sus actuaciones ante su mujer, no faltaron las escapadas, tirarse de los balcones y demás desventuras amorosas. Según recolectamos información, en Cuba la infidelidad es moneda corriente en todas las edades.
Después de haber pasado un fin de año tan tranquilo fuimos el primero al mediodía a tomar unos mates con pan y a leer el Granma a la Plaza de Marté. Desarrollábamos la estrategia para ver cómo podíamos comer ese feriado donde todo estaba cerrado (y la ciudad tan llena de argentinos), cuando Gabriel fue hasta la panadería y se cruzó con Manolito. “¿Vienen a almorzar de mi padre?”…”Y sí, vamos”…Al rato nos pasó a buscar por la plaza y empezamos la caminata hacia el Reparto Sueño, un barrio que está detrás del cuartel Moncada.
En el camino pasamos a comprar una botella mientras Manolo nos contaba un poco de la historia de su familia. Su abuelo paterno había sido militar de Batista (el dictador que derrocó la Revolución) y sus tíos (hermanos del padre) también. Pero el padre fue fiel a la causa revolucionaria y luchó junto a Fidel. En Santiago es común encontrar ex combatientes, guerrilleros de la Revolución
Llegamos a la casa, en ese barrio (como en muchos barrios de ciudades cubanas) se juega al dominó en las calles, los jóvenes sacan los parlantes a la vereda y escuchan reggaeton a todo volumen.
Entramos a la casa y encontramos al hermano de Manolo, a la novia del hermano y al padre. En el living estaban colgadas las fotos del abuelo en su época de militar, y la foto de un tío que lucho contra la Revolución. Hay música de fondo y el ron no tarda en empezar a circular. Al rato, entre la salsa de la Charanga Habanera y las bachatas de Juan Luis Guerra, llegó la comida: congrí, plátano frito y huevo. Manolo se acercó a charlar sobre la Revolución y repitió lo de la otra noche y fue algo que escuchamos muchas veces de boca de los cubanos: la Independencia de Cuba y la Revolución se ganaron gracias a la unidad, el concepto martiano de que hay que unirse con objetivos en común para poder vencer al enemigo.
Antes de irnos, mientras Nano empezaba en la televisión y la música se silenciaba de repente, anotamos los datos de Manolo, tal vez sea posible enviarle una carta de invitación desde Argentina para que pueda visitar a su madre que vive en Miami.
A las cuatro de la tarde emprendimos el camino hacia el Parque Céspedes, a las seis empezaría el discurso de Raúl, el acto central del 50 aniversario de la Revolución.