sábado, enero 31, 2009

Baseball: Camaguey VS Las Tunas





Eran las ocho de la noche del día de Navidad, un 25 de diciembre. Decidimos ir a ver un partido de pelota (baseball) en Camaguey. La pelota es el deporte nacional de Cuba, el más masivo. En las calles se ven chicos jugando con palos, bates, latas haciendo de pelotas, chapitas de cerveza o de gaseosas. Juegan en los baldíos, en las escuelas y, por supuesto, los estadios se llenan (la entrada cuesta un peso cubano, es decir, la vigésimo cuarta parte de un dólar).
La liga cuenta con 16 equipos, uno por cada provincia más dos equipos de la ciudad de La Habana, Metropolitanos y el múltiple campeón, Industriales.
Como todo en la isla, la liga se divide entre oriente y occidente. Los ganadores de cada zona juegan playoff con los de la otra, en un sistema de eliminación directa hasta llegar a la final. Al parecer la final más popular es Santiago de Cuba (del oriente) contra Industriales (del occidente habanero). La gente de oriente se queja porque dicen que la zona oriental es mucho más pareja, y que Industriales no tiene casi competencia en el occidente, llegando siempre a las finales sin sobresaltos.
Divisamos el estadio “Candido González” de Camaguey, frente a la plaza de la Revolución. Sacamos la entrada y subimos las escaleras oscuras, como en todo estadio. Llegamos justo cuando empezaba el duelo entre Camaguey y su provincia vecina (y más oriental): Las Tunas. Camaguey de blanco y azul, Las Tunas de verde y naranja.
En la liga se disputan subseries de tres partidos, en general juegan martes-miercoles-jueves, sin parar. Camaguey y Las Tunas iban 1 a 1 en partidos ganados, y ese jueves navideño se definía la subserie. Nos acomodamos a mitad de tribuna, el estadio estaba lleno en sus tres cuartos de capacidad. Al lado nuestro un hombre, botella de ron en mano, nos explicaba que el de la foto, al lado del cartel del resultado, era el mismo Cándido González, un hijo ilustre de la ciudad, revolucionario camagueyano, fundador del mítico Movimiento 26 de Julio.
La voz del estadio (una voz con acento de relator antiguo, de esos de los años 50) anunciaba el nuevo bateador. Nosotros comíamos un bocadillo de jamón y queso mientras descifrábamos las pocas reglas que nos quedaban por entender. “Yo no entiendo este deporte, la gente está quieta todo el tiempo y todos se ponen a gritar cuando la pelota está se va afuera de la cancha. Es de locos”, nos contaría Marrero en La Habana, unas semanas después, de esa conclusión sobre el juego de pelota de una amiga suya, europea.
Se escuchaba, en el estadio, una batucada. Sonaba todo el tiempo, sin parar, a veces se oían trompetas y otros vientos. El público, por lo general, es solamente local, y se nota por los momentos de festejos y los momentos de quietud y silencio. Cuando cambia el equipo que batea, en ese pequeño entretiempo, se escuchaba música desde los altoparlantes del estadio: pura salsa. La gente bailaba en las tribunas.
Nos movimos, en uno de esos entretiempos, al escalón más alto de las gradas. Todas las tribunas son una gran popular, con escalones gigantescos para sentarse. Las tribunas cubren los tres sectores que están a la espalda del bateador, del lado del frente hay un paredón que divide el estadio de la calle, y en el medio, el cartel mecánico de los resultados y las estadísticas, coronado por la inmensa foto de Cándido González. Arriba las luces del estadio y al fondo los edificios más altos de la ciuda de Camaguey.
Desde lo alto, mientras el equipo local anotaba dos carreras, pudimos sacar algunas fotos. Recorrían las tribunas los vendedores de golosinas, de maní y de bocadillos. En el estadio se encontraban familias enteras viendo el partido, parejitas, y hasta chicas muy arregladas, como para salir de noche.
Hubo ciertas cosas del folklore cubano de la pelota que no entendimos. En ocasiones la gente se paraba, la tribuna completa, y gritaban todos juntos mirando a un sector de la tribuna que no alcanzábamos a distinguir. No sabíamos si se trataba de algún famoso, de una simple pelea de tribuna o qué. También sucedía que, de tanto en tanto, se escuchaba un sirena a todo volumen dentro del estadio. La gente como si nada, así que debería ser algo normal.
En la cancha todo seguía igual, Camaguey siempre arriba, Las Tunas no amagaba siquiera a anotar una carrera y los “in” iban pasando y pasando (se juega a 9 “ins”).
De pronto, lo más esperado en un partido de pelota: ¡un jonrón! (homerun en inglés). El bateador de Camaguey arrojó la pelota hacia fuera del estadio, y su equipo anotó tres carreras más.
Ya con el resultado de 5 a 0, era un partido liquidado.
Salimos del estadio poco antes de la medianoche, después de más de tres horas de intenso cubanismo y anotaciones camagüeyanas. Las sombras de los grupitos de jóvenes que salían del estadio iban poblando las callecitas del centro histórico, y enredado, de la ciudad. Las conversaciones hacían eco entre los edificios viejos y la noche.
El primer viaje en tren: de Ciego de Ávila a Camaguey





El único coche motor salía de la estación de Morón a las 12.50 del mediodía. Recorría la provincia hasta Ciego de Ávila y luego seguiría camino a Camaguey. Queríamos viajar en tren y era una buena oportunidad, emulando además la canción de Silvio, esa que dice que va a visitar a un amigo camagüeyano en el tren, atravesando valles y poblaciones desconocidas hasta entonces para el trovador.
Cuando llegamos a la ventanilla de la estación de Morón para sacar el pasaje, un hall inmenso y antiguo, vieron los pasaportes y nos enteramos de que en esa estación ya no tenían licencia para vender pasajes en divisas, y con pasaporte uno no puede comprar pasajes en moneda nacional. Insistíamos, mientras comíamos unos chupa-chupa, y llevaron a Gabriel a conversar con el encargado de todos los conductores de ferrocarril de esa sección. Pero Coco era imperturbable en sus deberes y no nos dejó subir al trencito.
Tomamos un micro hasta Ciego de Ávila, la capital de la provincia, por dos pesos cubanos. Íbamos sin esperanza de llegar en tren a Camaguey. Generalmente en las ciudades, las estaciones de ferrocarril y las terminales de buses intermunicipales están una al lado de la otra. Por el momento no salían camiones ni buses a Camaguey, había que esperar, pero los guardas de la estación de tren de Ciego nos dejaron pasar al andén (el trencito, el coche motor que salió de Morón llegaría en media hora). Algún cubano debería comprarnos los dos boletos con un par de carnet de identidad nacionales. Un amigo de los guardas se ofreció, consiguió otro carnet (de una mujer) y nos compró los tickets (3.50 pesos cubanos cada uno, o sea, 0.45 centavos de peso argentino).
El hombre no quiso ni siquiera que le paguemos, así que le dejamos de recuerdo un pin de Argentina, por el lindo gesto.
Pasamos al andén donde el sol, ya casi el solcito fuerte del oriente cubano, nos partía al medio.
Llegó el tren y casi lo perdemos por el antojo de pizza de Gabriel, a último momento. Estuvimos a punto de llamarlo por los altoparlantes de la estación.
Subimos a las 2 de la tarde. EL coche motor es un solo vagón moderno, similar a los trenes que hasta hace unos meses hacían el recorrido de Retiro a Rosario, sin locomotora. En el tren había kiosko y un vendedor circulaba con galletas y golosinas. No había asientos disponibles, así que nos sentamos adelante, sobre las mochilas.
En el tren era cuestión de minutos empezar a conversar con algún cubano. Un hombre y una mujer alternaron preguntas: él me hablaba de fútbol, de la final entre Tigre y Boca, de los jugadores argentinos en Europa, de que nos hacía falta un buen arquero (le gustaba Ustari pero anda lesionado). Ella me hablaba de sus vacaciones, estaban volviendo de unos días de playa, me hablaba de la educación cubana, de Argentina. Eran novios pero se bajaron en estaciones distintas.
Atardecía, el tren atravesaba Baraguá, Piedrecitas, Céspedes, Estrella, Florida y Algarrobo. El ayudante del maquinista bajaba de a ratos para operar los cruces de vías, los desvíos, todos manuales. El tren avanzaba y lo esperaba unos metros adelante, el operador de las vías subía nuevamente y el tren arrancaba.
Entrando a Céspedes detuvieron el tren unos doscientos metros antes del andén. “¿Por qué paran aquí que no hay andén, chico?”, preguntaba alguno de los pasajeros que formaba la fila para descender. “Es que venimos adelantados y vamos a tomar un poquito de guarapo”, respondió uno de los responsables del tren, mientras se bajaba con una botella vacía para cargarla de guarapo (bebida alcohólica en base a caña de azúcar fermentada) en alguna casa amiga del pueblo de Céspedes.
Así fue que diez minutos después el tren avanzó los doscientos metros hasta el andén y los pasajeros descendieron al fin.
Ya casi no había sol, el tren tuve que detenerse en varias ocasiones para dejar pasar a los convoyes nacionales, de muchísimos vagones, que iban hacia La Habana. Tocaba sacar la cabeza por la ventanilla, en cada espera, y aspirar el airecito de la tarde-noche en los valles centrales de Cuba.
Entramos a Camaguey, como canta Silvio, al anochecer.

miércoles, enero 28, 2009

Un viaje dominical desde Remedios a Morón (o “viajar en Cuba es lindo aunque no lo parezca”)








Nos sentamos bajo la sombra de un árbol, en la entrada de Remedios, a esperar la guagua de Astro que recorre el trayecto desde La Habana a Yaguajay. Es que ya sabíamos de entrada que este viajecito de 100km íbamos a tener que hacerlo de a tramos, y los domingos el transporte se complica, mucho más si no es por la ruta central de la isla.
Sobre esa guagua dominguera existieron opiniones encontradas: en la terminal de Remedios nos dieron una hora, Nélida, la señora de la casa donde nos hospedamos, nos dijo otro horario, y por teléfono desde la terminal de buses de Caibarién otra hora distinta. Con esos datos fuimos a sentarnos bajo al árbol.
Queríamos llegar ese mismo domingo, 21 de diciembre de 2008, a Morón, y sin pagar un solo peso en divisas.
Cuando vimos que la guagua llegó a tiempo (un micro chino nuevito y con aire acondicionado) lo corrimos y subimos a sentarnos en los dos últimos asientos disponibles. La cosa empezaba bien.
Pasamos por Caibarién y luego fuimos directo a Yaguajay, completando el tramo de los primeros 50 km, y recordando a partir de ese instante que cualquier distancia en Cuba es lejos.
En Yaguajay debíamos esperar una hora en la terminal hasta que saliese un camión a Mayajigua, 23 km más allá. Acá el trayecto se empezaba a balcanizar, no tuvimos en cuenta esa parada al comienzo del itinerario. Durante esa espera conocimos a dos señoras, dos hermanas antagónicas que viajaban a un pueblo cercano a Chambas, y anterior a Morón, nuestro destino final. Esas hermanas luego nos darían una gran ayuda para avanzar. Una de ellas, todavía en la terminal de Yaguajay, se acercó a nosotros con un chupetín para cada uno, “para que se diviertan hasta que salga el camión”, nos dijo con mirada de tía.
Subimos al camión a la una del mediodía. Ese camión reemplazó aquél domingo a la guagua habitual, que estaba rota. En cada parada tocaba gritarle a los distraídos: “Esta es la guagua”, porque esperaban un micro y no ese camión con asientitos.
Llegamos a Mayajigua, un pueblito mínimo en el medio de un valle verde repleto de estribaciones, palmas, platanales y típicas casas de campo tropicales (coloridas, de madera, y con lindas galerías en las entradas y a los costados). Preguntamos en la terminal y fueron claros: “hoy no hay nada para Chambas”. Eran las dos de la tarde.
Escuchamos que las dos hermanas pararon una carreta. Nos llamaron para que subamos, era la única manera de salir de ese pueblito. “Sino se quedan empacadados (varados) en Mayajigua”, nos dijeron.
El caballo era de color marrón y el hombre que manejaba el carro le llamaba “Guitarrón”, “no es mío pero el dueño no le puso nombre así que lo llamo Guitarrón. Mírenlo, es igualito a un Guitarrón”, nos explicaba el chófer.
A las tres cuadras se bajó una señora y “pelusita”, una nena de tres años. Quedamos los dos con las señoras hermanas en la parte de atrás, y el chófer con su mujer y su hija adelante. Ellas iban a un cumpleaños con torta en mano, y aprovechaban el viaje del padre.
El paseo duró varios kilómetros. En el camino cruzamos un micro repleto de borrachines, un club con aguas termales y piscinas, más casas de campo, animales, la tranquilidad típica y vespertina de un domingo.
Aprovechamos el paso sosegado de Guitarrón para charlar sobre Cuba con las dos señoras. Una de ellas nos hablaba de los niños y las embarazadas: “Oye, acá en Cuba los niños son oro, nuestro oro”. Nos contó de los cuidados que tiene el Estado con las mujeres embarazadas, “Es que aquí los niños nacen sabiendo, con todos los cuidados que tienen con ellos antes de nacer, esos niños nacen sabios”, decía una y la otra agregaba: “A los tres meses echan dientes y no paran de reírse”. En Cuba las mujeres embarazadas deben dejar su embarazo a cargo del Estado, que tiene planes especiales para embarazadas, con todo tipo de terapias y estímulos. Cuba es el país de América con menos mortalidad infantil, inclusive delante de Canadá (las últimas mediciones de la UNESCO mostraron que en Cuba la tasa de mortalidad infantil es de 4.7 de cada mil nacimientos, en Canadá es de 5 cada mil, en Argentina es de 14 cada mil y en Haití es de 61 cada mil, duplicando la tasa de Guatemala que es la segunda peor del continente).
Camino a “Paso real”, dónde nos dejaría la carreta, las dos hermanas descubrieron un camión estacionado en una casa al costado de la carretera. “Es de Ciego”, dijo una de ellas, se refería a que la patente era de la provincia de Ciego de Ávila, hacia donde íbamos nosotros también. “Ey, Orestico”, llamaron las señoras, es que lo reconocieron, era el camión de Orestes, un vecino de su pueblo. Frenó la carreta y bajamos todo el equipaje. Orestes dijo que nos llevaría, pero que primero iba a almorzar en esa casa, y en el camino tendría que pasar a buscar a unos muchachos.
El hombre de la carreta no quiso cobrarnos, las señoras le dieron 2 CUC y nosotros 20 pesos cubanos, el hombre nos salvó un buen trayecto y ese gesto de no querer cobrarnos fue inmenso.
En definitiva, eran las tres de la tarde y nos sentamos a esperar a que Orestes termine el almuerzo.
Cruzamos la carretera y buscamos la sombra, la encontramos en la escalerita de una casa, y descansamos un rato junto a las dos señoras. Una mujer salió de esa casa y se sentó en la galería de la entrada a fumar, apoyó las dos piernas, como para descansarlas, sobre una silla. “Hola señora, ¿tiene problemas en las piernas?”, le preguntó una de las hermanas. Y mientras la otra hermana le hacía señas a todos los vehículos que pasaban, la hermana conversadora le daba consejos de fisioterapia para las piernas a la mujer de la galería: “En Chambas, usted tiene que ir, hay una sala de fisioterapia que en quince días sale usted curada”.
El domingo ya nos tornaba impacientes, y la hermana que no paraba de hacerles señas a los coches para que nos llevasen a Chambas, le pegó un grito a Orestes: “Oye Orestes, ¿Cuándo nos vamos?”, la otra terminó abruptamente con los consejos de salud para reprocharle: “Oye niña, no seas fresca, como vas a gritarle así”. Ahí empezó otra discusión sobre modales.
Finalmente, Orestico salió de la casa, se subió al camión y atrás nos subimos todos en la caja. Ya casi caía el sol (en invierno a las 6PM se hace de noche), el paisaje era bellísimo. Paramos en Maluya, un poblado del camino, a recoger a los chicos de una escuela que tenían un día de recreación junto a los maestros por el día del Educador. Pero se habían retrasado con la merienda y decidieron quedarse un rato más.
El camión de Orestes salió semivació hacia Chambas. En el trayecto se subió un grupo de adolescentes con guitarras, se subió algún que otro pionerito vestido tal cual van a la escuela aunque fuese domingo, y un par de hombres de campo.
Llegamos a Chambas a las 4.30 de la tarde. En la pequeña terminal compramos galletas y refrescos. Las hermanas esperarían otra guagua a Fallas, les ayudamos con el equipaje y partieron cerca de las cinco. Un micro saldría a Morón a las 6.20Pm, en lo que sería nuestro último trayecto del día En ese lapso vimos un partido de pelota entre Santiago y Villa Clara por TV, rodeados de fanáticos. Se paseó por la terminal un borracho idéntico a Tandarica que animó el atardecer.
Ya era la hora, el micro debía salir pero no aparecía por ningún lado. Era de noche y los pasajeros se impacientaban. A las 7.30 PM nos dieron la noticia de que esa guagua estaba rota y que no saldría. El alboroto fue grande, llamaron al director de tráfico de la provincia, llamaron a todas las autoridades que pudieron. No había más opciones para llegar a Morón, todos dependíamos de la guagua. En el medio de esa espera sonó el teléfono de la terminal de Chambas. Atendieron en la boletería y nos gritaron que era para nosotros. Alguien nos llamaba en pleno domingo a la terminal de Chambas. Eran las dos señoras para saber si habíamos conseguido viajar.
Luego de pensar en cómo íbamos a pasar la noche en esa terminal, vimos la luz al final del túnel: llegó la noticia de que otro micro reemplazaría al averiado (y eso porque los pasajeros se quejaron lo suficiente.
Partimos hacia Morón a las 8.20 PM, escuchando música y durmiendo de a ratos en el camino. Pisamos las calles de Morón a las 9.30 PM, terminaba un domingo de esos bien bien largos.

martes, enero 27, 2009

Camaguey y los encuentros con Manuel







A Manuel lo conocimos una noche lluviosa entre las laberínticas callecitas de Camaguey, hechas así, a lo europeo, para confundir a los piratas e invasores del Siglo XVI y sitiarlos mediante emboscadas defensivas.
Manuel tiene 71 años y vive en Caibarién, provincia de Villa Clara. Llegó a Camaguey en busca de un remedio oncológico para su mujer. Lo encontró en el pueblo de Florida, en una farmacia internacional, y a 11 CUC. Imposible que él pueda comprarlo.
Así fue que volvió a la ciudad de Camaguey y anduvo caminando, haciendo tiempo hasta emprender la vuelta a su pueblo, el día siguiente.
Manuel nos contó historias, resguardándonos de la lluvia bajo techos y toldos, del proceso de lucha revolucionaria en Cuba. Es asmático y en una ocasión, yendo hacia Viñales, le dio un ataque de asma y no quiso viajar. El Che le dijo que viajara, que los ataques de asma se deben pasar agarrándose de un palo o del hombro de otro hombre que lo sostenga.
Manuel dice que el único que bromeaba con el Che era Camilo Cienfuegos. Le desordenaba la oficina, le hacia chistes. Nos contó las veces que el Che hizo remover de ciertos puestos a trabajadores que quisieron favorecerlo en su época de funcionario de primera línea, por tan sólo ser “el che” (regalos, comidas suntuosas, etc). “¿Esto comen los obreros?”, preguntaba el Che cuando veía que su plato era tan abundante. Ante la respuesta negativa se hacia traer la misma comida que el resto, y hacia sancionar al culpable de la desigualdad.
Manuel seguía hablándonos frente a la casa natal de Ignacio Agramonte. Habló de Brasil, de Venezuela, de Unasur.
Al día siguiente, caminábamos con Gabriel por la calle Maceo, una calle curva llena de tiendas y restaurantes. Encontramos a Manuel esperando su turno para hablar por un teléfono público (la gente en Cuba habla horas desde un teléfono público, debe ser la única desventaja de tener una telefonía tan barata). Nosotros íbamos camino a un restaurante en moneda nacional para cenar en la Nochebuena (restaurante Rancho Luna). Manuel quería llamar a su mujer para avisarle que el tren de las 6PM se había cancelado y que tenía que salir a “coger botella” a esa hora de la noche.
Conversamos un rato y nos quedamos con un sabor amargo por las desventuras del hombre, dos días sin dormir, el tren cancelado y la vuelta a casa sin el remedio oncológico.
Siguió la noche y a las dos de la mañana íbamos rumbeando por la calle República, botella de ron en la mano, cuando nos topamos una vez más con el viejo Manuel. Finalmente el tren saldría a las 4 AM. Luego de un rato de charla nos pidió que lo acompañemos a la terminal del ferrocarril.
Allí estuvimos adentro, en el hall, conversando largo rato, mirando “Nano”, la telenovela argentina en la que Araceli hace de muda y Bermúdez es el sex symbol. La mitad de la gente de esa sala de espera miraba la novela y la mitad dormía, así transcurría la noche navideña en Camaguey, el típico espíritu navideño cubano: ni pelota.
Salimos a tomar fresco frente a la estación y Manuel siguió contando sus historias de Fidel, del Che, de Camilo, de Raúl, de Huber Matos y otros. Nos contaba que las rivalidades entre estos personajes son inventos del enemigo, que el PC boliviano fue el culpable de que el Che estuviese tan aislado en su intento revolucionario en ese país, que Fidel apreciaba a Camilo y ahora las escuelas de formación militar juvenil se llaman “los camilitos”.
Seguimos entre esas charlas e historias, mientras pasaba un joven cubano, le pidió un cigarrillo a Gabriel, nos confundió con españoles y nos decía que “que lindo es Salamanca”. Manuel nos dijo que una revista colocó a Fidel como el cuarto hombre más rico del mundo hace unos años. Fidel dijo que si le encuentran “mil dólares, no, si me encuentran cien dólares, no, si me encuentran un dólar en algún banco del mundo renuncio a la presidencia”. Fidel sigue esperando.
Manuel enfatiza que en la época de la reforma agraria que llevó a cabo la Revolución en los primeros años, las primeras tierras en colectivizarse fueron las del padre de Fidel Castro (hay versiones de que la madre murió de un infarto por eso).
Eran cerca de las 3 de la mañana de la Navidad. Nos abrazamos con Manuel, brindamos con ron por la buena vida y nos despedimos.

Datos de la ciudad:
Camaguey es una ciudad laberíntica y desconcertante. Su trazado es bien misterioso. Fue una de las siete villas que fundó Diego Velazquez en los años 1514-1515. Es la ciudad natal del gran poeta cubano: Nicolás Guillén, hogar del revolucionario Ignacio Agramonte, héroe de la independencia. Camaguey fue un enclave pirata en el centro de la isla más grande las Antillas.

Obs:
Quiero aclarar que el remedio oncológico que Manuel no consiguió no llega a Cuba por el bloqueo. Los remedios que sí llegan se consiguen por un precio irrisorio.
Remedios, Caibarién y las parrandas








“Una voladora paró el reloj de la iglesia”, nos dice Jorge, coleccionista de billetes (nos mostró billetes egipcios, guatemaltecos, checos). Jorge nos habla, nos conversa, en la plaza Martí de Remedios, un pueblo colonial en la provincia de Villa Clara.
Remedios es famoso por sus parrandas del 24 de diciembre, es una de las tres fiestas más importantes de Cuba junto al carnaval de Santiago y la charanga de Bejucal.
Jorge tuvo un accidente y ahora recibe una pensión y come gratis en un comedor de “enfermos”. Nos decía que una voladora (cañitas, morteros) explotó cerca del reloj de la iglesia de San Juan Bautista y las agujas se pararon. Eso fue unos días atrás, durante una pequeña parranda previa, la parranda de los niños.
Cuentan que en el siglo XIX la gente no asistía a la misa de gallos del 24 de diciembre. Con la idea de convocar a la población a que asista a la iglesia, el párroco de esa época reunió a un grupo de niños y salieron haciendo bulla por las calles. Esa especie de festejo-convocatoria derivo en las parrandas remedianas actuales que congregan miles de personas.
En Remedios existen dos barrios antagónicos que compiten en las parrandas: San Salvador y el Carmen. Para el 24 arman dos carrozas gigantescas (les llaman “trabajos de plaza”) y compiten en originalidad y presentación. Las carrozas se mueven con tractores, y desde varias semanas antes se ven los esqueletos de las estructuras en las esquinas opuestas de la plaza central. A su vez, cada barrio prepara un espectáculo de fuegos artificiales (con aportes de todas partes del mundo) que, según los mismos remedianos, “es la guerra, es Irak”. Lo cierto es que a la hora de competir ninguno de los barrios reconoce ganador al otro, aunque al día siguiente, si la diferencia fue muy grande, la gente del barrio perdedor no sale de su casa ni siquiera al trabajo por miedo a las gastadas. “Es que si uno sale lo cogen para la broma”, nos dice Rosendo del barrio de el Carmen que vivió esa pesadilla el año pasado.
Para estas parrandas viaja gente de toda la isla, incluso viajan los “remedianos ausentes”, gente oriunda del pueblo que migró a La Habana y otras ciudades. Llegan todos juntos y son recibidos para el festejo.
En la noche del 24 empiezan las demostraciones de “fuerza” de los dos barrios y sólo uno será el ganador.
El cura actual de la iglesia San Juan Bautista es mexicano, y parece que le molestan mucho las parrandas. “Esa noche que el cura no duerma, y sino que se vuelva a México”, nos dice Bárbara, la mujer de Rosendo.
Faltaba una semana para la parranda de Remedios y el canal local mostraba una filmación de la parranda del año anterior. La plaza se ve repleta, las carrozas llenas de luces y bailarines, y lo más impresionante, los tableros de morteros y voladores que se encienden todos juntos, cada barrio desde una calle opuesta de la plaza. Es una guerra de estruendos, luces, pólvora y humo denso. El piso de la plaza queda varios días con una capa de ceniza, una especie de volcán Hudson artificial. “Uno no puede ni sentarse en los bancos de la plaza”, nos cuenta Jorge, el coleccionista de billetes.
Era 20 de diciembre y decidimos conocer las parrandas de Caibarién, un pueblo pescador de la costa a 7 km de Remedios. “No son las de Remedios, pero son buenas”, nos aclaran.
Fuimos la noche del sábado 20 a “coger botella” en la salida de Remedios. Desde allí se veían fogonazos en el horizonte, pero el cielo estaba despejado. Eran los fuegos artificiales de la plaza de Caibarién.
Viajamos en un jeep y una vez en el pueblo caminamos hacia el parque principal. La multitud tomaba ron y cerveza, las carrozas estaban apagadas en dos puntos opuestos de la plaza. Eran monstruos dormidos, ya desfilarían más tarde en la noche.
El barrio “la Marina” tenía sus tableros listos en una de las calles que bordean el parque central. El barrio “el Gallo” ya había concluido su show de fuegos artificiales y morteros. Las calles eran un cementerio de cañitas, morteros y pólvora.
Entre cervezas y murmullos veíamos personas con voladores en la mano que las encendían sin siquiera soltarlas, caían en los techos o en el medio de los grupos de gente que conversaban animados por el alcohol.
Llegó el turno de “la Marina”, nos acercamos a la reja (porque no se puede ir más allá de la reja, la calle se cierra y sólo están allí los representantes del barrio que encienden las mechas de los tableros) y empezó la guerra.
Los fogonazos eran impresionantes, los estruendos no se terminaban nunca. Hombres identificados con un pañuelo rojo y guantes para no quemarse encendían todos los fuegos a la vez. Habrá durado una media hora, el humo quedo flotando denso en el ambiente, el suelo casi que todavía temblaba.
Antes del desfile de carrozas, con mucho menos gente en la plaza y alrededores, nos fuimos hacia Remedios caminando por la ruta oscura en la noche. El cielo era una sábana estrellada.
En la mitad de los siete kilómetros un taxi para turistas paró delante de nosotros y nos llevó gratis hasta la plaza de Remedios.
Santa Clara y las primeras (segundas) impresiones



Después de pasar la noche en la terminal de Santa Clara, a las siete de la mañana salí a caminar en busca del punto de encuentro acordado con Gabriel. Tenía el recuerdo de siete años atrás de lo que era la vida cubana, los resabios que habían quedado de aquella vez.
A esa hora de la mañana, avanzando por la carretera central, las paradas estaban repletas de trabajadores y alumnos, Santa Clara empezaba a agitarse. Se ven bicitaxis, carretas, camiones, buses y hasta “camellos” (camiones soviéticos con un acoplado gigantesco y jorobado que se usa como transporte colectivo), estos se veían hasta hace un año por las calles de La Habana. Se compraron micros nuevos de China, los Youton, y los camellos fueron a parar a las provincias.
Luego del encuentro con Gabriel, en casa de Olga, frente a la iglesia del Cármen, salimos a recorrer la ciudad. No recordaba mucho del fugaz paso anterior por ese lugar. Subimos a la terraza del hotel Santa Clara Libre, frente al parque Vidal, para ver una panorámica de los alrededores. Este hotel fue tomado durante el sitio a Santa Clara por los rebeldes. La columna del Che hizo descarrilar el tren blindado que llegaba con armas para abastecer a los soldados del régimen de Batista. Con una grúa Caterpillar, que está en exhibición junto a los vagones de ese tren, levantaron las vías. Una vez en el centro de la ciudad, el Che entró al hotel y bajó a varios soldados de la dictadura.
Durante el resto del día sucedería lo que siempre sucede en Cuba: tomar mate en una plaza y que la gente se acerque a conversar, los parques repletos de ancianos y chicos correteando. Almorzamos pizza con un refresco y al atardecer, mientras se oían los preparativos de una performance teatral en una esquina del parque, nos sentamos frente al gazebo con el termo y la yerba. Ahí mismo se nos acercó un hombre de 81 años que vendía maní. Se nos puso a hablar: que cuando era joven se podía “echar un bollo” (amor pagado) por “30 kilos” (30 centavos de moneda nacional), que tuvo 39 mujeres en su vida, que una vez se fue con dos a Holguín, que a una mujer de Santiago que era demasiado fogosa le tuvo que poner cebolla “ahí en el bollo” para matarle su “fuego uterino”, que mientras haya mujeres él no come gansos (hombres), que en el hotel del frente, el Santa Clara Libre, el mismísimo Che, herido en un brazo, se enfrentó a 9 soldados de Batista y los venció. Así se fue dando la charla con el buen hombre que de a ratos volvía a cerrar conversaciones de vueltas anteriores (recorría la plaza con sus conos de maní). Hasta que empezó el espectáculo teatral y se mezcló con el público para reforzar la venta.
Más tarde tomaríamos una cerveza frente a un bar con música cubana en vivo. Luego de la cerveza llegaría la primera noche de buen sueño en la isla.
Y ya estaban los recuerdos activos otra vez, esa comunicación de los cubanos, los puestos callejeros de comida repletos de gente, las calles a toda hora pobladas, murmullos y griteríos, de no mirar atrás en las noches, del clima cálido y el ambiente de amistad en parques y bares.
De Cuba.

martes, enero 20, 2009

La entrada a Cuba









Desde el aeropuerto Jose Martí viajé en un la parte delantera de un Opel modelo 58. Verde, impecable, con la música a todo volumen. Lo manejaba el cuñado de Osdary, una mujer cubana que conocí en el Airbus desde México a Cuba.
Osdary subió al avión buscando su asiento, llevaba un bolso amarillo y un paraguas celeste con florcitas azules, "me lo pidió mi abuela, y a mi abuela la consiento en todo", diría Osdary al rato sobre semejante equipaje. Su abuela vive en Baez, un pueblo de la provincia de Villa Clara. El resto de su familia vive en La Habana. Ella se casó con un mexicano casi veinte años más grande, tienen dos hijos y viven en Jalapa, estado de Veracruz.El viaje en avión duró casi lo que Osdary tardó en contarme su historia. Abraham, su marido de 50 años (ella tiene 33) no la deja trabajar. Ella parece no quejarse mucho, resiste lo embistes del machismo mexicano sin titubear y hace algún que otro cursito los fines de semana. El resto de la semana se lo dedica a la casa y a los hijos. Abraham es médico de Harvard, neurolinguista y viaja por todo el mundo, en solitario. Osdary me mostró fotos de
sus hijos (la cosa fue completa).Ella viaja a Cuba una vez al año, el marido ya no va porque a la familia de Osdary no les cae simpático.
Arribando a La Habana me pidió el favor de pasarle una de sus valijas porque al ser cubana se la pesan y le cobran por cada kilo ingresado. Es una multa importante la que pagan por el exceso de peso. En el aeropuerto la esperaban la hermana, el hermano y el cuñado. Como retribución me subieron al "monstruo" (el OPEL del 58) y me llevaron a una terminal de buses en el Vedado. Me ahorré unos 20 dólares.
En el camino a la terminal (yo mirando cada calle de La Habana, recordando lo que vi 7 años atrás) hablamos de todo un poco, ella no dejaba de darme las gracias, pero el agradecido era yo por el ahorro que hice de entrada. Me invitaron a cenar a la casa, pero ya caia la noche y yo quería salir para Santa Clara donde me debía encontrar con Gabriel a la mañana siguiente.
De nuevo era La Habana, ese movimiento constante de autos y de gente, ese movimiento
caribeño que nunca se detiene. Caballos, colectivos, camiones, bicitaxis, cocotaxis,
bicicletas, bocinas, gritos de vereda a vereda y de balcón a balcón. Las calles repletas de gente, esa sensación hermosa que tanto cuesta explicar si no se vive de cerca, ese murmullo cubano que no para.
De pronto apareció la Plaza de la Revolución de noche, la escultura del Che iluminada, el mausoleo de Martí que de tan alto vigila a La Habana completa.
En el camino la familia se contaba las novedades de uno y otro lado, se reían a carcajadas. Antes de bajarme, Osdary me explicó: "Es que, Martín, cuando vengo de visita a Cuba me rió todo el tiempo, tu sabes, allá con mis hijos, la casa, mi marido, es otra cosa".
Había quedado clara la diferencia.

lunes, enero 19, 2009

Curiosidades de la Cuba cotidiana

-Listas de espera, turnos, filas:

En Cuba, incluso en la empresa Via Azul que son buses para turistas, se usa un sistema de lista de espera, o de pedido de turnos. Mucho más usado en el transporte que se paga con moneda nacional. No todos los sistemas de espera son iguales, voy a darles algunos ejemplos. En un viaje desde Santiago de Cuba hacia Matanzas (unos 800km) que hicimos en 5 tramos durante 24 horas y que resultó agotador, las experiencias fueron dispares (nada resultó sorprendente porque ya conociamos todos los sistemas a esa altura del viaje).
Entonces:

Terminal Intermunicipal de Bayamo: Llegamos y pedimos el "último para el camión que va a Las Tunas", en realidad, lo que uno dice es "Ultimo para Las Tunas", por supuesto, y alguien levanta el brazo y dice: "Yo, y estoy detrás de tal", entonces uno sabe perfectamente quien está adelante y puede sentarse a conversar donde quiera, sin necesidad de hacer una cola. Pero en Bayamo fallaron algunas cosas. Primero, el que estaba atrás nuestro "pidió último", asi se dice, y se fue a comer por ahí, llegó el siguiente y al pedir último no lo encontró, entonces se ubicó detrás de nosotros. El camión no venía y la gente se empezó a acumular.
Hubo varios intentos de rearmar la cola original, una mujer se recorrió toda la terminal preguntando "detrás de quién está usted?", y así logramos un equilibrio más o menos "Normal" (palabra muy usada por los cubanos, pero es sabido que suprimen de una forma extraña la "r" del medio y dicen algo asi como "Nolmal", pero no es una L, es un hueco inconcluso en la palabra, no sé, cuando vuelva a Bs As se los digo en vivo). Pero el camión arribó después de dos horas de espera y la cantidad de gente rebalsaba la capacidad de un sólo camión, entonces la encargada nos sentó a todos en filita y en órden y nos dio los cartoncitos de los turnos. "Sentados, sentados", era como un reto, y todos ahí sentaditos obedeciendo. Pasamos a los andenes y subimos al camión.

Terminal Intermunicipal de Las Tunas: En este caso había que ir a una ventanilla a buscar número (un amontonamiento catastrófico, pero en Cuba nunca se pierde el humor). Con ese número teniamos que ir al camión que salía hacia Camaguey. En la puerta del camión una mujer dictaba los números en órden. Me acuerdo bien, la mujer dijo "686", miramos nuestros números y teníamos el 864 y el 865. Un alma caritativa nos regaló el 810 y el 811 y entramos casi primeros al TERCER camión que partió hacia Camaguey. Hay que tener en cuenta estos camiones cobran 10 pesos cubanos un tramo de entre 70 y 120 km. 10 pesos cubanos equivalen a 0.40 centavos de dólar.

Otros casos fueron el de las terminales de Santiago de Cuba (nos subimos a un camión a las 3 de la mañana y esperamos a que saliera cuando estuviese lleno) y en Camaguey que corrimos para subir a un Camello que cargaba gente hacia Ciego de Avila. Estos Camellos son monstruos increíbles, hasta hace un año transitaban dentro de La Habana, pero hubo un recambio de buses (compraron buses Youtons a China, esos con fuelle en el medio) y mandaron a los Camellos a las provincias. Un camello es un camion sovietico con acoplado, voy a mandar fotos por son impresionantes. En uno de esos recorrimos 110km desde Camaguey a Ciego de Avila, una hazaña.

Las filas en todos los comercios son así. El único orden que vi,es decir, una fila bien derechita, fue en las heladerias Coppelia. Son los helados mas ricos de Cuba y la gente hace cola de una hora o dos para tomarse un helado sentado en el local. !Vale la pena!

-La mujer

En Cuba, en general, la mujer tiene mucho más espacio que en otros paises de América Latina. Hay que tener en cuenta que incluso en la guerra de guerrillas librada en las sierras y en las ciudades ya había mujeres alistadas con los rebeldes. Incluso, una de las organizaciones más importantes de Cuba es la Federacion de Mujeres Obreras. Sin embargo, cuando uno habla en privado con los hombres se dejan ver ciertos atisbos de machismo. Lo curioso es que en Cuba (a pesar de que las mujeres son bien bien bonitas) hay una costumbre de que muchas mujeres se dejen el bigote. Hemos preguntado por eso y nos han dicho: "Mujer con bozo, bollo sabroso". Ya sabrán ustedes a que se refieren con "bollo" los cubanos. Un viejito que vendía maní en la plaza de Santa Clara nos contaba que antes de la Revolución se "conseguían bollos por 0.20 kilos". "Usted por 20 kilos tenía un bollo". Los kilos son los centavos.

- CDR
Los CDR, Comites en Defensa de la Revolucion, son las columnas de observacion del proceso revolucionario en cada barrio. En La Habana, por ejemplo, paramos en un depto. que está en un edificio estilo palomar, gigantesco y con muchas viviendas por piso. La arquitectura es bien sovietica, cuadrado, irrompible, pero de diseño ni hablar. En ese edificio hay al menos un CDR por piso. La gente que forma parte del CDR (aunque esta bien visto que los vecinos roten) tienen que informar anomalías. Y claro, que con esa premisa hay miles de anécdotas. Hace unos años Cuba le dio refugio a un palestino buscado por el MOSAD. El MOSAD llego de incognito a Cuba y en una de las tantas acciones se subieron a un palo de luz para poner una cámara de vigilancia. Un viejito encargado del CDR ese día llamó a la policia apenas lo vio
y en dos minutos el agente israelí estaba rodeado. Algo asi le paso a Marrero, el artista plastico que nos alojo en La Habana. De adolescente andaba borracho con dos amigos y llamo a la casa de un telefono publico para avisarle a la madre que se quedaba a dormir en la casa de un compañero. Uno de sus amigos, de borracho y rebelde nomas, tironeo y rompio el tubo del telefono publico. Un chivatón (un buche digamos) los siguio hasta la casa donde iban a dormir. Fueron denunciados y al rato la policia rodeo la casa. Estuvo preso una semana y se salvaron de ir a Villa Marista, la carcel de interrogatorios mas temida de la isla en esa epoca.

- Remedios

Más allá de la educacion y la salud que son totalmente publicas y gratuitas, si uno va a la farmacia consigue remedios (los que se consiguen, porque el bloqueo no permite que lleguen todos los medicamentos a Cuba) a precios irrisorios. Gabriel usa descongestivo nasal, y la misma solucion que trajo de Bs As y que cuesta varios pesos, en Cuba la consiguio por 1 peso cubano (1 dolar = 24 pesos cubanos)

- Vivienda

Más allá del agravamiento del problema de vivienda por el paso de los ciclones, en Cuba no pueden comprarse y venderse casas (desde el lado legal), pero si pueden permutarse. Entonces, uno encuentra carteles en muchas casas donde indican que permutan por otra, o si es una casa grande y bien ubicada puede permutarse por dos. Lo cierto es que muchas veces se da dinero incluso en la permuta, pero sin llevar un registro, o sea, es un acuerdo ilegal entre los que realizan la transacción. Tambien llama la atencion que cuando las casas tienen que refaccionarse o tal vez ampliar alguna de sus partes, hay que solicitar una licencia y la misma tiene que exhibirse en la entrada con numero correspondiente.

- Estabilidad de precios

Más allá de que Cuba tiene dos monedas (el peso cubano y la divisa o CUC) es impresionante la estabilidad de los precios a lo largo de la isla. O sea, una cerveza cristal cuesta lo mismo en el mejor restaurante de Varadero que en le tiendita de la esquina de cualquier pueblo. Así con todo, los precios se mantienen a rajatabla (salvo los precios de taxis y casas particulares, porque son negocios casi individuales).

- Pelota y dominó

Si hay dos pasiones cubanas (además del tabaco y del ron) son la pelota (el baseball) y el dominó. En las plazas (sobre todo en el parque central de La Habana) uno ve gente discutiendo a los gritos, en ronda (pero mucha gente eh). Cuando uno se acerca se entera de que el problema era el mismo Baseball. Los estadios suelen llenarse, va toda la familia, van parejas jovenes, abuelos, muchachos con su botella de ron. La entrada cuesta un peso cubano, y tuvimos la oportunidad de ir en Camaguey, en su partido contra Las Tunas. Voy a contar esa experiencia en otra oportunidad con lujo de detalles. El dominó también es muy común. Colocan una mesita con cuatro banquitos, generalmente en veredas y calles. Alrededor se ve una nube de curiosos que se quedan a ver toda la partida. Estas situaciones uno las ve tanto un domingo a la tarde como un martes a la mañana. En Cuba no hay horarios, y por eso es tan bajo el nivel de estrés.

- Frentes fríos

Diciembre y enero son dos meses del invierno cubano. En todos lados (tv, radios, en la calle) se habló durante varios días de los "frentes fríos" que azotaron la isla. La cosa es que el frente frío trajo temperaturas de 25 grados. Los cubanos tiritando no entendían porque ibamos igual a las playas de los cayos.