viernes, enero 27, 2006

Rurrenabaque, en la puerta de la jungla.

Amanece después de casi 18 horas de viaje desde Coroico. Ya estamos en el departamento de Beni, al norte de Bolivia. Las montañas quedaron atrás, el micro avanza por un camino de tierra, rodeado de vegetación selvática. Pasamos la tranca de Rurrenabaque, es de mañana y el calor se empieza a sentir.
Rurrenabaque es un pueblo que se encuentra a orillas del río Beni. Este río divide el departamento del mismo nombre con el de La Paz.
"Es marrón ahora, pero en agosto y septiembre es bien verde.", me dice la señora del hostal Jislene. El río muta, según la estación. "Acá nomás hay playita en esa época".
El hostal da al río. A cinco metros del torrente marrón nos esperan unas veinte hamacas paraguayas. Mate, lectura y vista al río, nada más que pedir.
Con sólo caminar dos cuadras, descubrimos que el transporte preferido es la moto. Cientos de motos dan vuelta por las callecitas empedradas, hacia el río o hacia la sierra.
Los bares y restaurantes tienen un aire tropical. Las palmeras dominan el paisaje, el calor jamás afloja. Se puede tomar leche o agua de coco, bien refrescante, a un boliviano el vaso.
En las agencias de turismo promocionan dos excursiones: La pampa y la jungla.
A las pampas se llega camino al este. Al parecer se pueden divisar muchos animales. Incluye paseos en bote y demás divertimentos.
La otra opción es la jungla.
Cruzando el río Beni hacia el oeste se llega a San Buenaventura, la orilla opuesta a Rurre. Desde allí sale el camino que te interna en el parque nacional Madidi. Un gigante selvático que espera oscuro tras la vegetación. Las excursiones, dolarizadas, duran desde un día hasta dos semanas en la selva. El objetivo es divisar la imponente anaconda. Gente que pasó la noche en la selva nos aseguró que es increible.
Lejos de los dólares decidimos ir hasta Tumupasa, el pueblo que está en la puerta del parque nacional. El camino se abre en la jungla, algunos claros dejan ver comunidades que conviven palmo a palmo con la vegetación.
En Tumupasa nos esperaba una lluvia torrencial. Amainó el agua y salimos a recorrerlo. El calor es mayor que en Rurre, estamos al noroeste, varios kilómetros de distancia.
Al atardecer, y de casualidad, agarramos una camioneta que volvia a San Buena. Me tocó en suerte viajar en el techo de la 4x4. Atardecer, cielo celeste, selva, camino de tierra, hora y media de espléndido paisaje norteño.
De Rurre se vuelve llenos de ronchas de mosquitos y otros insectos, pero vale la pena el duro viaje de casi un día para llegar hasta allí.

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