sábado, febrero 07, 2009

Santiago de Cuba - Volumen 1










Una semana en Santiago de Cuba nos bastó para confirmar eso que dicen de su gente: las personas del oriente cubano son las más conversadoras y simpáticas de la isla. Es así, los habaneros tienen famas de ser hostíles, pero hostíles en el sentido cubano, que no tiene comparación con otras nacionalidades.
Por si fuera poco, Santiago es la cuna de la Revolución y desde allí se gestó gran parte de la hazaña (desde el asalto al cuartél Moncada hasta las palabras de Fidel anunciando el triunfo de los revolucionarios barbudos en la emisora de radio CMFK).
Nuestra vida cotidiana por las calles de Santiago puede resumirse en tres parques, distantes cada uno del otro a tres o cuatro cuadras: Plaza de Marté, Plaza Dolores y el Parque Céspedes (que hasta el primero a la noche estuvo vedado por el discurso de Raúl en el 50 aniversario de la Revolución).
Era el atardecer del sábado 27 de diciembre, tomábamos los últimos mates en un banco de la Plaza de Marté. A un costado, el bullicio de los chicos (los chicos copan las plazas a partir de las seis de la tarde, a diario, en toda la isla) que paseaban en carros tirados por chivos, o en autos gigantes a pedal. Frente a nosotros, cuatro hombres discutían a los gritos sobre baseball (pelota). Al cabo de un rato (en Cuba siempre se acerca alguien para conversar si estás sentado en un banco de plaza), se acercó Manolo Marrero, Manolito, a pedirnos candela, y aprovechó para preguntarnos de dónde éramos ("Ah, de la tierra del Che", respondió). Manolo volvió al grupo de discusión y a los cinco minutos nos llamó para presentarnos a sus amigos. Ahí estaba el director de programación de Radio Rebelde ("es una biblia, una eminencia"), Anselmo (productor de varios programas de la radio) y Manolo (asistente y sonidista). Debajo del banco de plaza, una botella de ron.
La charla fue fluctuando a medida que el ron se acababa. Hablamos de Maradona (sus contradicciones Menem-Che Guevara), de las reglas del baseball (nos sacamos las pocas dudas que acumulamos desde el partido de Camaguey y Las Tunas), de política y de la lucha revolucionaria.
Así llegó la primera invitación: el siguiente lunes a las 19hs en Radio Rebelde, para ver una orquesta típica de son. Aceptamos.
Manolo nos invitó a la casa esa misma noche, y fuimos caminando con él y con Anselmo a lo largo de la calle Aguilera. Pasamos por una barbería y nos paramos a saludar al peluquero-amigo de Manolo. Era el día del barbero y la peluqueria era un descontrol: los peluqueros y peluqueras tomando cerveza y ron dentro del local, bailando con música a todo volumen. "Este es mi peluquero, mi amigo", nos dijo un Manolo entonado, señalando al barbero. El peluquero se acercó después de unos cuantos gritos, se quedó conversando desde la ventana. Gabriel le contó que yo quería cortarme el pelo, "te espero el lunes a partir de las diez de la mañana en esa misma silla", pero luego falté a la cita.
Seguimos camino por Aguilera, en Cuba pasan cosas en cada una de las cuadras y esquinas. Nos detuvimos frente a Radio Rebelde y Anselmó entró apurado a trabajar porque produce el programa que transmite el partido de pelota de Santiago de Cuba. Esa noche se media contra la provincia vecina de Guantánamo.
Arribamos al fin al departamento de Manolo. Subimos los tres pisos oscuros por la escalera y al abrir la puerta de su casa nos recibió "Reina", su perrita de rulos blancos.
Manolo vive solo, está de novio con una mujer que limpiaba en su casa y que vive un piso más abajo. Ella está embarazada. Manolo tiene 45 años, su padre vive en Santiago, en el reparto Sueño, con su hermano mulato (de otra madre) y su cuñada. La madre de Manolo se fue a vivir a Miami hace un par de años, y era actriz. También en Miami vive su hermana y sus tres sobrinos. Manolo, además, tiene tres hijos que viven en distintas partes de Cuba.
Sentados en su living, nos sirvió un par de copas de vino dulce (Don Santiago) y conversamos largo rato.
Nos enseñó la casa, fuimos a la terraza (desde donde se ve una panorámica de la plaza Aguilera), al balcón y hasta arriba del techo, haciendo maniobras peligrosas por las medianeras. Manolo ya estaba bien entonado, y seguiría en esa línea el resto de la noche.
Nos propuso que el 30 de diciembre, cuando nos teníamos que cambiar de casa, vayamos a parar allí, en su departamento. Nos ofrecía un precio bajo y un lugar céntrico. Siempre aclaró que era por amistad, que no tiene permiso para alojar gente.
Estábamos en plena tratativa cuando llegó su novia con una amiga. Manolo le contó de su idea de alojarnos y ella le dijo que era imposible, porque el día del acto del primero de enero (y los días anteriores), la policía cortas las calles aledañas y suben a todos los balcones y terrazas para prevenir cualquier atentado. Si al ingresar al depto. nos preguntaran donde nos alojamos, les causaria un problema, así que descartamos la idea.
Manolo nos invitó el primero de enero a almorzar a la casa de su padre, y esa misma noche de sábado salimos a comer con él (bajo quejas de su mujer y después de mirar las fotos familiares de un álbum que armó su madre antes de irse a vivir a Miami).
Quisimos entrar al Bodegón, frente a Plaza Dolores, pero estaba lleno. En Marilyn tomamos unas cervezas Bucanero porque no había comida, charlamos un poco de música (de Silvio Rodriguez a Montaner, pasando por José José) y terminamos en La Dalia. Gabriel y yo cenamos, Manolo, ya borracho, siguió tomando.
Hablamos de política durante la cena. Él explicaba que la izquierda no triunfó en Argentina porque jamás se unieron bajo un mismo lema y bajo un mismo objetivo, además carecíamos de un lider como Fidel, que además Perón fue un dictador y que la dictadura de Videla y que Nestor Kirchner y bla bla bla.
Gabriel comía, Manolo y yo discutíamos. Una especie de conversación de locos o de borrachos. "¿Y qué hicieron ustedes para salvar al pueblo?", nos recriminaba.
Terminó la cena y siguió la caminata (recuerden que todo esto había empezado unas horas antes mientras tomábamos mate en una plaza).
En otro parquecito nos topamos con otros amigos de Manolo: Carlos, Omar y dos hermanos mulatos (el colorado y el otro), que contaron una batería de chistes. Uno de ellos fue a buscar unas petacas de ron (hay lugares ocultos donde uno lleva el envase vacío y vuelve lleno por diez pesos cubanos).
Me tocó sentarme al lado de Carlitos, un hombre que al parecer fue o es policía. Tiene unos 65 años. Empezó la ronda de chistes sobre maricones e infidelidades. Cada tanto, Carlitos me anotaba su dirección en un papel, calle Rastro 257, para que lo vaya a visitar uno de esos días. Estaba bien borracho el hombre. "Yo los cuido, porque somos amigos", me decía, "sí, sí, amigos", le decía yo, "Tu no entiendes, a-mi-gos", me silabeaba repitiendo. mientras me señalaba el pecho y luego se señalaba su pecho.
Los muchachos, mientras, les decián piropos a las chicas que pasaban frente a la placita. Una de ellas pasó insultando en voz alta, y las hicieron detenerse, haciéndose pasar por policías de civil, "cobrele multa oficial", le decián los amigos a Manolo, que iba al encuentro de las dos mujeres.
Luego, el colorado empezó un chiste (los contaba de parado, haciendo gestos) que insinuaba ser sobre Fidel (hizo el gesto de una barba larga). A modo de broma todos se alejaron un poco, haciéndose los distraídos. El chiste terminó siendo sobre Jesucristo y su loro.
Omar, que tenía puesta la camiseta de Brasil, no dijo ni una palabra en toda la noche. Despues de una hora de chistes y piropos, seguimos camino con Manolo y Gabriel hacia el bar Baturro. Entramos a ese bar para orinar, y una cuadra más adelante intentamos ingresar gratis a la casa de la Trova, el lugar más famoso de Santiago de Cuba para escuchar música en vivo. Pero en la puerta el encargado retó a Manolo por su borrachera ("otra vez en ese estado") y no pudimos entrar.
La comunicación con Manolito, en ese estado en que estaba, se empezó a complicar, y se lo dije. Nos abrazaba y nos hablaba de la vida. Fuimos a duras penas hasta nuestra casa y lo despedimos, con enojos de las dos partes (es que andaba pesado pesado ya). A los cinco minutos volvimos a salir hacia la casa de la Trova y entramos gratis nomás. A Manolo lo cruzaríamos varias veces en el resto de nuestra estadía en Santiago.
A la salida de la casa de la Trova le pregunté a un hombre, señalando el Parque Céspedes: "¿Vendrá Fidel?". "No", me dijo, bien rotundo, "tienen que empezar a surgir dirigentes jóvenes".
Y nos fuimos a dormir.

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