domingo, febrero 22, 2009

Santiago de Cuba – Volumen 2









Era lunes y estábamos invitados a Radio Rebelde. En esta misma radio, pero en otra ubicación a dos cuadras de la actual, Fidel proclamó el triunfo de la Revolución el 1 de enero de 1959. Esa misma noche dio un discurso a los santiagueros desde el balcón del ayuntamiento en el Parque Céspedes. Lo escuchaba una multitud.
Ese lunes a las siete de la tarde, en un pequeño auditorio tocaría la Orquesta Típica Juventud. Teníamos intriga sobre como nos recibiría Manolo, después de la despedida en medio de la borrachera de la otra noche. Pasamos por el frente de la radio a las siete menos cinco, Manolo nos vio mientras acomodaba unos parlantes. La gente ya estaba entrando a la radio. “¿Por qué no vinieron ayer a la casa?”, nos preguntó Manolo cuando nos vio, de esa invitación nos habíamos olvidado. Fuimos a comer una pizza de parados frente a la Plaza de Marté y volvimos para el show.
Se trataba del programa de radio “Noche tropical”, que sale de lunes a viernes de 19 a 21, y ese día se emitía en vivo. Lo produce Anselmo, “el hombre de los besos tropicales” según la locutora.
La orquesta sonó impecable, entre sones y danzones, la locutora salía de la cabina al escenario, organizaba sorteos y leía mensajes. La orquesta contaba con violín, con vientos, cuatro voces, teclado, bajo y percusión (ahh, y el güiro infaltable!!). Nos preguntaron los nombres a todos los presentes para mandar saludos en vivo, se sortearon discos de la orquesta y un afiche de prevención del HIV que se lo ganó un nene de siete años.
En el teatrito había un alemán, dos portugueses y siete argentinos (mucho número siete), el resto eran cubanos asiduos del programa tropical. La puerta daba a la calle y la gente se detenía a mirar. Fue un lindo show.
Nos despedimos de Manolo y de Anselmo y la noche de lunes siguió en otra plaza.
Atravesando Plaza Dolores vimos a Omar sentado en un banco, el día que lo conocimos en Parque Serrano (íbamos junto a Manolo) él casi ni había hablado. Ahora estaba acompañado por el viejo Tomás, el hombre-ron de Santiago.
Les preguntamos donde podríamos conseguir un poco de ron y Tomás se encargó del .
asunto. Fue la primera petaca de muchas en esa noche
Omar tiene 52 años pero está jubilado por un accidente laboral. Vive con su mujer y con su gallo, Dopito. El mismo Omar, el viejo Tomás y Julio, otro hombre que apareció más tarde, hablaron mal de la Revolución. Pura crítica, y en esos tonos fue el único grupo que nos habló así. Entre otras cosas, esa noche escuchamos que: Raúl es maricón y le dicen “la china” (estábamos a 50 metros del colegio Dolores donde estudiaron por varios años los hermanos Castro), Silvio Rodríguez y Pablo Milanés también son maricones (“pajaritos”, en cubano), que la mujer de Raúl y la hija son lesbianas, que Silvio está casado con la hija de Raúl (pero él es pajarito y ella lesbiana, eh), que la Revolución es una pantalla, que el único con cojones era Camilo Cienfuegos y lo mandaron a matar, que el Che fue una máquina de matar, que Silvio estuvo preso en el UMAP durante los 70, una suerte de campo de concentración para vagos y maricones.
Así fue la charla nocturna, un palo tras otro.
Julio decía que le daba bronca escuchar hablar a los argentinos de la izquierda, sin saber que es la izquierda realmente. Yo le dije lo mismo de la derecha. Durante el resto de la noche tratamos de comparar las ventajas de la Revolución con nuestras desventajas criollas (y las del resto de América Latina). Pero ellos insistían en que los logros que se cuentan son todas mentiras, y que cada vez nacen más niños distróficos en Cuba (a pesar de los últimos números que publicó la UNESCO sobre mortalidad infantil: Cuba aparece en los mejores lugares del mundo y en el primer lugar de América, incluso sobre Canada, con 4.7 muertes sobre mil nacidos, Canada con 5 cada mil, Argentina 14 cada mil, Guatemala 28 cada mil y Haití 60 cada mil).
Sin embargo, siguieron los ataques, ron mediante, al sistema socialista. No hubo caso.
Al parecer Omar estuvo más de una vez preso. Él nos invitó a almorzar a la casa al día siguiente. La noche en la Plaza Dolores terminó con una discusión fuerte entre Omar y el viejo Tomás porque el viejo nos quiso “apurar el trago” para comprar más ron. Omar, desconocido, descargó toda su ira contra el viejo, “que no me guste que se apure el trago”, etc, etc. Discusión de borrachos.
Al día siguiente fuimos a la casa de Omar. Vive en un departamento sin timbre en la esquina céntrica de Enramada (calle Saco) y San Félix. Debíamos llamarlo a los gritos desde la calle, pero una orquesta con órgano sonaba fuerte justo debajo del edificio. Por suerte Omar nos esperaba mezclado entre la multitud de la peatonal y subimos con él.
El edificio parece abandonado. Omar vive con su mujer en un pequeño departamento, juntamos varias sillas en una esquina del edificio, en un primer piso sin uso que tiene ventanales y balcones que dan a las dos calles. En un asiento colocaron un grabador, y al rato estábamos con Omar, Azuley (un vecino) y el viejo Tomás (Omar se disculpó con el viejo por la pelea de la noche anterior). La mujer de Omar cocinaba en el departamento mientras nosotros charlábamos tomando ron y oyendo salsa. Cuba no es país tan machista como cuentan de México, por ejemplo, pero sin embargo hay ocasiones en que uno nota las diferencias de género.
De pronto, Omar fue a buscar a su mejor amigo: el gallo Dopito. Lo quiere como a un hijo. El gallo tiene seis años (“ojalá llegue a 14 o 15 años”, nos dice Omar) y Omar lo besa, lo mima, lo llama y el gallo viene enseguida. El viejo Tomás lo agarra de la cola, lo molesta, y es el único momento de la tarde en que el gallo se inquieta. Cuando Omar se va por un rato y vuelve a su casa, el gallo le picotea los pies como llamándole la atención por su ausencia.
Entre los vasos de ron (yo seguía golpeado del ron de la noche anterior) Omar trajo chicharrón de cerdo y plátano frito (vianda, lo que se convirtió en una de mis comidas favoritas). La conversación fue variando con las horas, mientras el sol avanzaba desde los balcones. Se habló de música, de lo complicado que es en Cuba comer carne de res, del deporte de la isla y las diferencias con el deporte profesional al que estamos acostumbrados. Al fin llegó el plato principal: carne de cerdo con arroz y ensalada.
A las cuatro de la tarde nos despedimos, pero antes visitamos la terraza del edificio, donde en una jaula improvisada había dos chanchitos que esperaban el sacrificio para la cena de año nuevo. Era un 30 diciembre y Omar sentenció: hoy y mañana en Cuba son los días en que los chanchos lloran.

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