sábado, enero 31, 2009

Baseball: Camaguey VS Las Tunas





Eran las ocho de la noche del día de Navidad, un 25 de diciembre. Decidimos ir a ver un partido de pelota (baseball) en Camaguey. La pelota es el deporte nacional de Cuba, el más masivo. En las calles se ven chicos jugando con palos, bates, latas haciendo de pelotas, chapitas de cerveza o de gaseosas. Juegan en los baldíos, en las escuelas y, por supuesto, los estadios se llenan (la entrada cuesta un peso cubano, es decir, la vigésimo cuarta parte de un dólar).
La liga cuenta con 16 equipos, uno por cada provincia más dos equipos de la ciudad de La Habana, Metropolitanos y el múltiple campeón, Industriales.
Como todo en la isla, la liga se divide entre oriente y occidente. Los ganadores de cada zona juegan playoff con los de la otra, en un sistema de eliminación directa hasta llegar a la final. Al parecer la final más popular es Santiago de Cuba (del oriente) contra Industriales (del occidente habanero). La gente de oriente se queja porque dicen que la zona oriental es mucho más pareja, y que Industriales no tiene casi competencia en el occidente, llegando siempre a las finales sin sobresaltos.
Divisamos el estadio “Candido González” de Camaguey, frente a la plaza de la Revolución. Sacamos la entrada y subimos las escaleras oscuras, como en todo estadio. Llegamos justo cuando empezaba el duelo entre Camaguey y su provincia vecina (y más oriental): Las Tunas. Camaguey de blanco y azul, Las Tunas de verde y naranja.
En la liga se disputan subseries de tres partidos, en general juegan martes-miercoles-jueves, sin parar. Camaguey y Las Tunas iban 1 a 1 en partidos ganados, y ese jueves navideño se definía la subserie. Nos acomodamos a mitad de tribuna, el estadio estaba lleno en sus tres cuartos de capacidad. Al lado nuestro un hombre, botella de ron en mano, nos explicaba que el de la foto, al lado del cartel del resultado, era el mismo Cándido González, un hijo ilustre de la ciudad, revolucionario camagueyano, fundador del mítico Movimiento 26 de Julio.
La voz del estadio (una voz con acento de relator antiguo, de esos de los años 50) anunciaba el nuevo bateador. Nosotros comíamos un bocadillo de jamón y queso mientras descifrábamos las pocas reglas que nos quedaban por entender. “Yo no entiendo este deporte, la gente está quieta todo el tiempo y todos se ponen a gritar cuando la pelota está se va afuera de la cancha. Es de locos”, nos contaría Marrero en La Habana, unas semanas después, de esa conclusión sobre el juego de pelota de una amiga suya, europea.
Se escuchaba, en el estadio, una batucada. Sonaba todo el tiempo, sin parar, a veces se oían trompetas y otros vientos. El público, por lo general, es solamente local, y se nota por los momentos de festejos y los momentos de quietud y silencio. Cuando cambia el equipo que batea, en ese pequeño entretiempo, se escuchaba música desde los altoparlantes del estadio: pura salsa. La gente bailaba en las tribunas.
Nos movimos, en uno de esos entretiempos, al escalón más alto de las gradas. Todas las tribunas son una gran popular, con escalones gigantescos para sentarse. Las tribunas cubren los tres sectores que están a la espalda del bateador, del lado del frente hay un paredón que divide el estadio de la calle, y en el medio, el cartel mecánico de los resultados y las estadísticas, coronado por la inmensa foto de Cándido González. Arriba las luces del estadio y al fondo los edificios más altos de la ciuda de Camaguey.
Desde lo alto, mientras el equipo local anotaba dos carreras, pudimos sacar algunas fotos. Recorrían las tribunas los vendedores de golosinas, de maní y de bocadillos. En el estadio se encontraban familias enteras viendo el partido, parejitas, y hasta chicas muy arregladas, como para salir de noche.
Hubo ciertas cosas del folklore cubano de la pelota que no entendimos. En ocasiones la gente se paraba, la tribuna completa, y gritaban todos juntos mirando a un sector de la tribuna que no alcanzábamos a distinguir. No sabíamos si se trataba de algún famoso, de una simple pelea de tribuna o qué. También sucedía que, de tanto en tanto, se escuchaba un sirena a todo volumen dentro del estadio. La gente como si nada, así que debería ser algo normal.
En la cancha todo seguía igual, Camaguey siempre arriba, Las Tunas no amagaba siquiera a anotar una carrera y los “in” iban pasando y pasando (se juega a 9 “ins”).
De pronto, lo más esperado en un partido de pelota: ¡un jonrón! (homerun en inglés). El bateador de Camaguey arrojó la pelota hacia fuera del estadio, y su equipo anotó tres carreras más.
Ya con el resultado de 5 a 0, era un partido liquidado.
Salimos del estadio poco antes de la medianoche, después de más de tres horas de intenso cubanismo y anotaciones camagüeyanas. Las sombras de los grupitos de jóvenes que salían del estadio iban poblando las callecitas del centro histórico, y enredado, de la ciudad. Las conversaciones hacían eco entre los edificios viejos y la noche.

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