domingo, enero 13, 2008

Villa de Leyva, Boyacá. Colombia.




La buseta que tomé en Chiquinquirá me dejó en el cruce de rutas. Caminé hacia Villa de Leyva, a la espera de la combi que viene de Tunja, la capital del departamento de Boyacá. Todos los pueblos de la zona me sonaban conocidos. Apenas un día había pasado desde que terminé de leer "Siervo sin tierra", una novela de Eduardo Caballero Calderón. En ella cuenta la vida de Siervo Joya, un pobre campesino que añora comprar un puñado de tierra de la vega del Chicamocha, un río que baja desde Santander. En esa novela, Siervo con su mujer, la Tránsito, y su hijo bebé, van a Chiquinquirá, junto con multitudes, en camiones destartalados, para pedirle ayuda a la virgen del pueblo, el más devoto de toda Colombia. De tanta gente que hay en la nave de la iglesia, el pequeño se les muere de asfixia ante la virgen.
Llegué a la terminal de Villa de Leyva, pueblo fundado en 1572, pleno valle de Zaquencipá. Tenía cierta expectativa de conocer la plaza más grande de todo el país, 14000 metros cuadrados de piedras incómodas para el paso.
Pregunté a un policía turístico por el hostal donde quería acampar. Finalmente un hermano/monje/seminarista, Jose Edgar, me acompañó a una oficina donde el dueño del hostal, Oscar, tiene montado un cyber bar. En su Jeep modelo 77, con el que quiere hacer un viaje a través de Sudamérica, y al cual me invitó para iniciarlo en dos o tres años, me llevó al hostal Renacer, o Colombian Highlands, tiene dos nombres para hacer menos papelerio burocrático. En el camino me contaba de la chica que le ayuda en el local de internet. "Tiene mal genio, y es mi ex novia".
Llegamos después de un kilómetro y medio de camino en subida. Por la vista y la paz del lugar, valía la pena caminar esa distancia las veces que fuera necesario. Me decidí a montar la carpa, luego de más de cuatro meses sin sacarla de su bolsita Northland agujereada por las estacas y los parantes. Y ahí estaban de nuevo, el aroma del pasto, el ruido de los cierres, el cantar de grillos y ranas. El mate en pleno campito, con la serranía en mis narices.
A unos doscientos metros del hostal, hay una gran base militar. Villa de Leyva es uno de los lugares más seguros del país, hace años que la guerrilla o los paracos no llegan. A esta base de dos mil soldados viene de vacaciones Alvaro Uribe, el nuevo fascista latinoamericano, ese que el 28 de mayo será reelecto por el pueblo colombiano. Gracias al miedo, y al engaño, claro está. De Bogotá salen dos helicópteros militares, cuando Uribe decide vacacionar aquí. Dan la vuelta al pueblo miles de veces, antes de la llegada del mandatario. Luego despegan dos helicópteros civiles, idénticos entre si, y por dos rutas diferentes llegan a Villa de Leyva, nadie sabe en cual viene Uribe, por seguridad.
Caminé al pueblo y llegué, por fin, a la Plaza Mayor. Este pueblo es de casas bajas, con techos de teja, paredes blancas, impecables, y calles empedradas. Cuelgan de las medianeras flores muy parecidas a las Santa Rita, rosas y violáceas. La plaza mayor no tiene árboles, ni un solo arbusto. Es una explanada de empedrado, gigante. Alrededor se ve la Iglesia del Carmen y diversas casas de ilustres colombianos de otros siglos. El lugar ideal para tomar mate.Es domingo y todavía queda el resabio turístico local del fin de semana. Oscurece en un clima perfecto, con un cielo azul oscuro, atravesado por unas cuantas nubes inofensivas. El firmamento se ve ideal desde Villa de Leyva. Astrónomos de todo el mundo llegan a los alrededores del pueblo, para tener esa vista única de las estrellas del hemisferio norte. Cae la noche y se terminó el medio litro de agua caliente que cargué en el termo. Un cachorrito negro marca-perro se me pegó con desconfianza. Duerme al lado mio porque un grupo de jovencitos le aguo la siesta. Cuando hago ruido con el mate, abre los ojos y encaja la cola entre las patas traseras. Mañana lunes dan Capote en el cine del pueblo, tal vez vaya.
Y llegó el lunes, o "el día de las invitaciones", como le llamé yo. Caché una bici todo terreno de d-i-e-c-i-o-c-h-o cambios, y partí en subida, luego en bajada, a recorrer los alrededores, primero al Fósil y después al Infiernito.
Este lugar fue un gran mar hace mas de 100 millones de años, en El Fósil se ven amonitas, que fueron las dueñas del lugar. Amonitas de tamaño exhuberante.El mar ocupaba las llanuras, las serranías, las ciudades, y las montañas. Vi un mapa donde supuestamente el mar conectaba los dos oceanos. Ver para creer. che.
Y seguí en pura picada con mi bici, hasta que se terminó el asfalto. Más adelante encontré el desvío hacia el parque arqueológico de los Muiscas, indígenas que habitaban la zona. Se cree que llegaron a ser más de un millón. Llegué al parque, más conocido como El Infiernito, mote puesto por los españoles cuando llegaron al lugar. Y si, en el parque se encuentra el observatorio astronómico de los Muiscas, y alrededor se pueden contemplar decenas de penes de hasta tres metros (si si, de pitos) tallados en piedra, paradiiiitos ahí, en el medio del valle. La tierra de la zona es árida, infértil, y los Muiscas le pedían fertilidad al Dios Sol. Fertilidad de la tierra, y de ellos mismos. Cuando los españoles vieron esos monumentos a la orgía dijeron: "Esto no puede ser sino obra del mismo demonio", y le quedó Infiernito, para siempre. En el sector del observatorio se pueden ver doce pititos (tal vez esos no eran pitos, pero pongámosle que si, que simpáticos me resultaron los Muiscas!) que reciben la luz del sol durante todo el día. A la mañana hacen sombra los pititos de una punta, y al atardecer los pititos de la otra. Con esos datos sabían cuando eran los equinoccios y los buenos tiempos de la cosecha, y del sexo, claro.
Después de tan cultural escena seguí por el camino de tierra hasta un puente. Ahí me paré a sacar unas fotos y a escribir pareceres de los Muiscas en mi cuaderno de viaje. Y llegó la primera invitación. Una señora cargada de bolsas de mercado venía desde Villa de Leyva a Monquirá, así se llama la zona del parque. Es dueña de un hotel nuevo, que tiene piscina, bar, DVD y hasta zona de camping con horno de barro. La señora me invitó a conocer el lugar. "Ya estoy hospedado con carpa, señora", "No importa, para que conozcas". Así que muy amablemente me mostró el lugar, me preparó una limonada y me regaló un fósil de Amanita, a elegir entre tres posibles. Estuve más de media hora charlando con la señora sobre la zona y sus leyendas, hasta que me despedí diciendo que la próxima volvería a parar allí, si me hace descuento.
Volví al pueblo bajo el sol de la media tarde. El clima de Levya es casi ideal. Rara vez pasa los 25 grados y los relámpagos siempre ocurren del otro lado de las montañas.
Cuando estaba en la parte alta, dando vueltas bien despacio con la bici (el empedrado lo deja a uno con dolores extremos) me encontré con el seminarista y su familia, el hermano y la madre. Me invitó a que vaya a visitar, a las cuatro, el convento de los padres, frente a la iglesia del carmen. Después de dar unas vueltas, comer un helado casero de Feijoa, y guardar la bicicleta en el hostal, fui para allá. Me recibió Jose Edgar y su hermano Jairo. El convento es de 1911 y está plagado de flores. Tiene un parque ideal, del que dije: "Acá pondría una canchita de futbol", y me dijeron que sí, que ahí juegan al futbol y también al Volley, me convidaron una mini-arepa de queso, un par de empanaditas que andaban cocinando, una seven-up y dos brevas en almibar. Cuando probé las brevas, después de verlas en su árbol de origen, les dije: "Que parecido a los higos", "Ah, si, también se les dice higos". Ups, resulta que los higos me gustaban, finalmente?
Terminó mi segunda invitación del día y me fui a tomar unos mates a la plaza gigante, para que pase un poco el tiempo antes de ver la película. Pero llegó la tercera invitación. Una mujer pasó cerca, me preguntó si el cachorrito negro era mio y me dijo que me vio andando en bici por "allá". En fin, tenía una pareja de amigos, él italiano, ella colombiana, y me invitaba a ir a charlar con ellos. Además, dijo, tenía que llevarle a Luciano-el tano, una carpeta con algunas técnicas de tai-chi. En fin, me dije, vamos a ver que deparan estos tres personajes. Y así fue la noche, charlando sobre tai-chi, sobre Italia y Argentina (no podían creer que yo fuese mezcla de italiano y bielorruso). La colombiana me decia que tenía cara de italiano, "pero soy igual a mi mamá!", le decia yo.
También entre limonadas terminó la cosa, mientras el tano contaba como en Bogotá le dicen, al menos una vez por día mientras camina por las calles, "gringo puto".
Nos despedimos los cuatro a las once de la noche, y me fui caminando el kilómetro y medio de cada día.
Pasaría luego otra jornada más en Villa de Leyva, antes de viajar a San Gil. Pero mis únicos movimientos serían entre los dos parques, el Nariño y el Ricaute, y la plaza mayor, buscando el mejor lugar para tomar mate y leer.

Abril,2006-

1 comentario:

  1. Anónimo6:18 a. m.

    Bonita la foto, y me gusto su descripción del lugar.

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