martes, marzo 31, 2009

Festival en el Zócalo: Reggae, Cumbia, Sonidos Balcánicos y Cerveza.

Detrás del escenario, la Catedral más grande de América Latina. A sus luces, en el interior de sus dos torres, las veremos encenderse de a poco, como el fuego en su tiempo y como el fuego en su color, a medida que la noche avance sobre la tarde.
Es el segundo domingo de la primavera en el zócalo del DF mexicano. Son casi las seis de la tarde y está por comenzar el cierre del 25° Festival del Centro Histórico. La gente va llenando a oleadas la explanada gigante, ideal para conciertos, explanada monótona que sólo se quiebra con un mástil gigantesco que sostiene una bandera gigantesca con los colores de la virgen de Guadalupe y en su centro, pintando el blanco, exhibe un águila parada sobre un nopal y con una serpiente en la boca.
Debajo del zócalo alguna vez existió Technotitlán. Los mexicas, más conocidos como aztecas, llegaron peregrinando hambrientos y cansados, y encontraron en este lugar a ese águila sosteniendo una serpiente con su boca y posando sus patas sobre un nopal. Por mandato de los dioses en el lugar donde hallaran esa escena deberían fundar su nueva civilización, y así fue. Cuando los españoles llegaron al valle de México no podían creer lo que estaban viendo: una ciudad perfectamente trazada (cuadriculada a diferencia de las curvas ciudades españolas), comunicada con puentes, porque el valle de México era puro lago y chinampas, islas flotantes donde los mexicas desarrollaban su agricultura (hoy en día puede verse una pequeña muestra de esto en el sur del DF, en Xochimilco, donde uno puede pasear con embarcaciones entre canales y chinampas, dándose besos y tomando cerveza).
Es así, la Ciudad de México descansa sobre un colchón de agua y sus pesados edificios lo hacen notar. El Palacio de Bellas Artes y la mismísima Catedral se hunden año tras año. Los ingenieros levantan pilares en el fondo acuático de la ciudad para sostener la historia. Es que antes el agua de la red se sacaba de abajo (para nada potable), y esa succión constante que abastecía a 20 millones de personas hizo cavilar al cemento de arriba. México se hunde, se escucha decir en el metro y en los mercados.
Así que eran las seis de la tarde y ya estaba todo listo para empezar el concierto de cierre del festival. Este ciclo comenzó hace 25 años gracias a una asociación civil que se conformó para recuperar el centro histórico de la ciudad, que para ese entonces, 1985, parece que estaba lo suficientemente abandonado y roto para pensar en su recuperación. En el proceso se logró que se declarara a toda el área Patrimonio de la Humanidad, por la Unesco. Y como todo patrimonio de la humanidad, tiene que estar limpio, sin vendedores ambulantes (es curioso, porque uno de los colores más lindos de México es el color de la venta callejera, de los tianguis, de los mercados, y en el centro histórico, en tanto zócalo pelado, no hay frutas y verduras sobre las piedras, dándole color a tanta roca), sin M gigantes de Mc Donalds, ni B de Burgers. Pero claro, hay Mc Donals y Burgers King, pero están camuflados con la arquitectura histórica del centro, lo mismo que los Oxxos y los Seven Eleven y los…etc etc.
Una voz en off (o por lo menos yo no vi al presentador) anunció al Rastrillo, la primera banda de la tarde. El Rastrillo hace un reggae clásico, algo así como Los Cafres mexicanos, pero con algunas variaciones interesantes en ciertas canciones. Están cumpliendo veinte años de carrera y le metieron onda. Me llamó la atención, a lo lejos y desde un principio, la camiseta de fútbol que vestía el guitarrista. Esperé a que lo enfocarán en las dos pantallas inmensas que había a los costados del escenario y corroboré: no era la camiseta de Banfield, ¡Era la de Excursionistas! El pelado era de excursio, y era el más sobrio de los integrantes del Rastrillo: cuando había que saltar, no saltaba.
Pasó el Rastrillo y pasaba la tarde, ya se veía la luna bien finita sobre la terraza del Holiday Inn (también camuflado en la arquitectura, por supuesto). Todo alrededor y dentro del zócalo se iba encendiendo: desde las hierbas de los asistentes hasta las luces hermosas que decoran el Palacio Nacional. Dato curioso: el piso del zócalo termino siendo un cementerio de botellas de cerveza…!acá se puede tomar mientras se asiste a un concierto público! Y si no se puede, se hace.
La voz en off que nunca vi anunció al segundo artista…y que sorpresa que fue: “Emiliano Gomez, desde Argentina…!El hijo de la cumbia!”...!Que lo parió! Me empecé a reír, sí, sí, sí, primero el guitarrista de Excursionistas y ahora El hijo de la cumbia…no sabía quien era pero me dije “veamos que tal…me viene bien la cumbia después de tres meses y medio de sones cubanos y corridos mexicanos”. Y es que cuando estando yo de viaje alguien me pregunta que se escucha en Argentina, que se baila, digo y comento: se baila tango y se escucha cumbia. Y sí, a veces exagero y cedo a las influencias, porque existe esa cosa tradicional de que queremos arraigarnos en nuestro folklore, hermoso folklore, pero de a poco uno empieza a entender que la cultura cambia como el lenguaje y como toda la sociedad, en cada uno de sus aspectos. Buenos Aires no tendría tango, ni Uruguay tendría candombe, sino fuera por la herencia africana que depositó la milonga en el Río de la Plata. ¡Ay afroargentinos!, ¿Dónde están que les debemos tanto? En el estado de Veracruz, en México, existe el fandango jarocho (jarocho es el gentilicio del estado de Veracruz), y eso es tan folklórico y mexicano, hoy en día, como la música purépecha (etnia indígena) en el estado de Michoacán, y eso que el fandango lo trajo el español. Así que folklore o no folklore, que viva la cumbia.
Mi expectativa cambió cuando vi que se trataba de un DJ. No había músicos…sólo El hijo de la cumbia VS el zócalo repleto de gente. Un desafío, algo así como El Santo Vs Blue Demon, el clásico de clásicos de la lucha libre mexicana. Yo no sé de donde lo habrán sacado al hijo de la cumbia, pero no fue un lindo espectáculo…con algunas bases cumbiancheras, pero escasas, no tan sólidas, empezó a mezclar ritmos metiéndole suficiente punchi punchi como para quebrar la esencia bailantera. Siempre me dije: Si la pizza de muzzarela sola es más rica, ¿para qué meterle un pedazo de ananá o de anchoa encima? ¿Eh?
Lo cierto es que El hijo de la cumbia se lo pasó arengando al público que respondió con poco y nada. Algunas frases del maestro, mientras la tecno-cumbia reventaba todo: “¿Qué pasa che? ¿A México no le gusta la cumbia?”, “Palma, palma, palma”…y al rato…”El que no hace palma es un cornudo”, “Vamos que la cumbia no tiene fronteras”, y para el cierre (después de que se le cortó el sonido y pidió “chiflidos para el sonidista”) con todas buenas intenciones tiró las frases: “Aguante el zócalo y aguante esa bandera, loco”, señalando la bandera mexicana gigante. Al lado mío un grupo de mexicanos se preguntaban: “¿Aguante el zócalo, dijo?”, y sí, es difícil de entender los modismos ajenos en semejante situación.
Ya estaban llegando los platos fuertes de la noche, porque eran las siete y la noche era casi completa. Entre artistas se oía a la voz en off que repetía el lema: “recuerden que todos somos la Seguridad”, así, la Seguridad con mayúsculas vigilándonos unos a otros a ver que hacemos. La maldita Seguridad, como en Argentina, está de moda gracias a la Inseguridad Mediática y Clasemedista. Acá en México, siglo XXI, hay partidos políticos (Partido Verde, ejem) que piden la pena de muerte para asesinos y secuestradores. Pena de muerte, sí. Hace unos días se realizó una jornada para discutir el tema y se oyeron todas las voces. Hay campañas políticas que le fueron al choque a esa petición, la campaña del PRD, que piden castigo pero no muerte, y la campaña del PSD (los socialdemócratas) que directamente refutan inteligentemente el clamor mortuorio de los yuppies del Partido Verde. El lider del Partido Verde es güero, como yo (rubiecito, digamos). Es un empresario, como Macri tal vez, que remueve el avispero con estupideces mediáticas y publicitarias. Hace falta recorrer pocos metros en México para encontrarse con carteles gigantescos (más grandes que la bandera de México que flamea en el zócalo) del Partido Verde que dicen: “Pena de muerte para asesinos y secuestradores, envía SI al 09999”. ¡No mames, guey!
Así que luego del pedido de que todos seamos la Seguridad, la voz en off anunció a la banda que daría el mejor show de la noche: Balkan Beat Box.
Balkan Beat Box es una especie de fusión de fusiones. Mantiene un sentido balcánico más allá del nombre. Bajo el liderazgo de los israelíes Ori Kaplan y Tamir Muskat, la banda despliega dos saxos en escena que luchan durante todo el set (uno de los cuales es del mismísimo Kaplan). El vocalista Jeremiah Loockwood se mueve para todos lados y agita a la masa. Temas eclécticos en noche ecléctica, cita ideal para descubrir un sonido distinto de la llamada “World Music”. El público chilango (así les dicen a los que habitan o nacieron en el DF) respondió con todo: bailó, gritó, saltó. Así fue que Balkan Beat Box dejó una mezcla rara el aire, un poco de Charlie Parker, una pisca de Fanfare Ciorcalia y un toquecito Manu Chao en el ambiente que seria difícil de superar.
Apenas pasadas las ocho de la noche, la voz en off anunció a la banda que cerraría el cierre del cierre del cierre: Asian Dub Fundation.
Todo empezó bien punk, o bien rap, o quién sabe. La banda se presentó con dos vocalistas-raperos, y uno era bien parecido a un Jackie Chan veinteañero. Esta banda se formó en 1993 en unos talleres de música para jóvenes asiáticos en Londres. Se agruparon para tocar en un concierto contra el racismo. Durante su presentación en el zócalo, uno de los músicos se encargó de tomar posición a favor de las luchas indígenas por la tierra en América, de la lucha Palestina y de la lucha anti-invasión yanki en Irak y Afganistán. El miembro más llamativo de la banda es un percusionista inmenso que se cuelga una especie de bombo legüero y lo toca de parado. Ese mismo músico se puso una máscara de lucha libre mexicana en el medio del concierto.
El recital terminó a las nueve y media de la noche. Muchos esperaban la pirotecnia prometida para el final, pero parece que hubo ajuste de presupuesto y la única luz del cielo capitalino seguía siendo la luna finita sobre el Holiday Inn. Irse del zócalo fue patear botellas y botellas, fue buscar la mejor calle, la más repleta de gente que se alejaba del zócalo, yendo hacia el Eje Central, hacia el metro o en busca de algún pesero que lo acerque a sus casas.
¡Bienvenidos sean los festivales! ¡Órale pues!

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