martes, marzo 31, 2009

Santiago de Cuba – Volumen 4 – Preparativos para el fin de año

A medida que se acercaba el año nuevo y el 50 aniversario de la Revolución, Santiago se fue plagando de rumores acerca del acto, y la gente iba de un lado a otro comprando las cosas para la cena del 31. La ciudad estaba tapizada de carteles sobre la jornada histórica revolucionaria. De a poco, también, se fue llenando de argentinos. Era sabido que iban a acercarse muchos para ver que pasaría en el 50 aniversario, pero nunca imaginé que seríamos tantos.
Desde nuestra llegada a Cuba supimos, por conversaciones, que el asunto iba a ser tranquilo, ningún gran festejo debido al paso de los tres huracanes. Que aparecería Fidel, que Chavez, que Evo Morales, el entusiasmo crecía y decrecía. El Parque Céspedes estaba vallada y repleta de sillas. Sólo se podía circular por las calles que lo rodean e intentando adivinar lo que vendría. Luego, con el paso de los días, supimos que el acto iba a contar con 3000 invitados especiales, todos cubanos, y que Raúl daría el discurso principal sobre un escenario montado debajo del famoso balcón del ayuntamiento.
La seguridad alrededor del parque también fue en aumento.
Pasaban los días y se sucedían las charlas entre argentinos, nadie sabía con exactitud lo que iba a suceder, como sería la cosa, ni los que fueron por su cuenta ni tampoco los que fueron con agrupaciones. La noche del 31, en año nuevo, vimos muchísimas banderas argentinas, banderas del PC, de Proyecto Sur y de las Madres, que coparon una calle completa frente al parque central. Los cubanos miraban asombrados al grupo de doscientos argentinos que agitaban las banderas y cantaban canciones de los Redondos y consignas políticas. Todo eso después fue comentario de todos, Mario, un hombre barbudo, nos dijo dos días después que nunca en la vida había visto algo igual en ese parque.
Y llegó el primero de enero. El discurso de Raúl sería las seis de la tarde. Las delegaciones de invitados al acto salían de a tandas desde la sede del PC frente a la plaza Dolores, a cuatro cuadras del parque central. La plaza Dolores estaba repleta de argentinos que averiguaban la manera de meterse en el acto. De a ratos avanzábamos una cuadra, la policía nos hacía retroceder, y así.
Cuando una de las delegaciones empezó el camino hacia el acto, cientos de argentinos nos metimos detrás y empezamos a caminar todos juntos por las callecitas estrechas de Santiago, rodeadas de balcones antiguos y gente curiosa. En una esquina, durante media hora y al canto de “Raúl, Fidel, el pueblo quiere ver”, algunos argentinos trataban de negociar con la policía, que cerraba el paso, alguna cuadra más. Pero no se llegó a nada.
Llegó al lugar un hombre de la seguridad del acto y pidió hablar con el encargado, con el representante de todo el grupo. Pero al explicarle que cada uno había ido por su cuenta no logró terminar de entender la situación.
Finalmente, volvimos todos a la plaza Dolores y a fuerza de peticiones colocaron una TV en la sede el PC y, sentados en la vereda, vimos el acto en directo unos 30 argentinos, seguimos el escueto discurso de Raúl, aplaudiendo y gritando vivas. Otro grupo lo vio en el otro costado de la plaza, donde colocaron una TV gigante.
El acto no colmó las expectativas de tantos kilómetros hechos. Se entendía que todo fuera sencillo debido a la cantidad de viviendas que arrasaron los huracanes, pero en nuestro imaginario había una magnificencia revolucionaria que no se cumplió. Para peor, se corrió el rumor de que en La Habana, ese mismo día y también celebrando el aniversario, tocaron los Van Van y Silvio Rodriguez en la tribuna antiimperialista. Pero nada se comprobó finalmente. La cosa era estar ahí, y estuvimos.
Ese día y el siguiente los argentinos seguimos copando Santiago. La Plaza de Marté, incluso, funcionó como una gran escuela de murga al aire libre dictada por un grupo de compatriotas nuestros, donde participaron decenas de chicos cubanos. Y los días pasaron y Santiago de poco fue volviendo a la normalidad.
La última noche en Santiago, ya pudiendo pisar el Parque Céspedes, tomamos mate mirando la casa de Diego de Velazquez, el ayuntamiento, el hotel Casa Granda y la Catedral. Esa noche, también, conversé con Marcos, un chico de 11 años que está en 6to grado. Es un bocho en historia, me habló de fechas y datos de la historia de Cuba con precisión. Ahora, en 7to grado, empieza a estudiar la historia del resto de América. En Cuba son 6 grados de primaria, 3 de secundaria y 3 de preuniversitario.
Cuando se hicieron la once de la noche, Marcos se fue a su casa, aclarándome que quiere estudiar medicina. Marcos estaba sentado en la plaza con una libretita en la mano, era de su hermana y contenía apuntes de italiano, Marcos repasaba el idioma, practicaba, y en voz alta se lo escuchaba pronunciar expresiones típicas italianas, sin espiar en los apuntes. Eran las once de la noche y se fue caminando a la casa. Santiago es la segunda ciudad más grande la isla, en Cuba los chicos andan sueltos, sin preocuparse de mirar atrás, sin mencionar la palabra inseguridad.

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