martes, enero 27, 2009

Remedios, Caibarién y las parrandas








“Una voladora paró el reloj de la iglesia”, nos dice Jorge, coleccionista de billetes (nos mostró billetes egipcios, guatemaltecos, checos). Jorge nos habla, nos conversa, en la plaza Martí de Remedios, un pueblo colonial en la provincia de Villa Clara.
Remedios es famoso por sus parrandas del 24 de diciembre, es una de las tres fiestas más importantes de Cuba junto al carnaval de Santiago y la charanga de Bejucal.
Jorge tuvo un accidente y ahora recibe una pensión y come gratis en un comedor de “enfermos”. Nos decía que una voladora (cañitas, morteros) explotó cerca del reloj de la iglesia de San Juan Bautista y las agujas se pararon. Eso fue unos días atrás, durante una pequeña parranda previa, la parranda de los niños.
Cuentan que en el siglo XIX la gente no asistía a la misa de gallos del 24 de diciembre. Con la idea de convocar a la población a que asista a la iglesia, el párroco de esa época reunió a un grupo de niños y salieron haciendo bulla por las calles. Esa especie de festejo-convocatoria derivo en las parrandas remedianas actuales que congregan miles de personas.
En Remedios existen dos barrios antagónicos que compiten en las parrandas: San Salvador y el Carmen. Para el 24 arman dos carrozas gigantescas (les llaman “trabajos de plaza”) y compiten en originalidad y presentación. Las carrozas se mueven con tractores, y desde varias semanas antes se ven los esqueletos de las estructuras en las esquinas opuestas de la plaza central. A su vez, cada barrio prepara un espectáculo de fuegos artificiales (con aportes de todas partes del mundo) que, según los mismos remedianos, “es la guerra, es Irak”. Lo cierto es que a la hora de competir ninguno de los barrios reconoce ganador al otro, aunque al día siguiente, si la diferencia fue muy grande, la gente del barrio perdedor no sale de su casa ni siquiera al trabajo por miedo a las gastadas. “Es que si uno sale lo cogen para la broma”, nos dice Rosendo del barrio de el Carmen que vivió esa pesadilla el año pasado.
Para estas parrandas viaja gente de toda la isla, incluso viajan los “remedianos ausentes”, gente oriunda del pueblo que migró a La Habana y otras ciudades. Llegan todos juntos y son recibidos para el festejo.
En la noche del 24 empiezan las demostraciones de “fuerza” de los dos barrios y sólo uno será el ganador.
El cura actual de la iglesia San Juan Bautista es mexicano, y parece que le molestan mucho las parrandas. “Esa noche que el cura no duerma, y sino que se vuelva a México”, nos dice Bárbara, la mujer de Rosendo.
Faltaba una semana para la parranda de Remedios y el canal local mostraba una filmación de la parranda del año anterior. La plaza se ve repleta, las carrozas llenas de luces y bailarines, y lo más impresionante, los tableros de morteros y voladores que se encienden todos juntos, cada barrio desde una calle opuesta de la plaza. Es una guerra de estruendos, luces, pólvora y humo denso. El piso de la plaza queda varios días con una capa de ceniza, una especie de volcán Hudson artificial. “Uno no puede ni sentarse en los bancos de la plaza”, nos cuenta Jorge, el coleccionista de billetes.
Era 20 de diciembre y decidimos conocer las parrandas de Caibarién, un pueblo pescador de la costa a 7 km de Remedios. “No son las de Remedios, pero son buenas”, nos aclaran.
Fuimos la noche del sábado 20 a “coger botella” en la salida de Remedios. Desde allí se veían fogonazos en el horizonte, pero el cielo estaba despejado. Eran los fuegos artificiales de la plaza de Caibarién.
Viajamos en un jeep y una vez en el pueblo caminamos hacia el parque principal. La multitud tomaba ron y cerveza, las carrozas estaban apagadas en dos puntos opuestos de la plaza. Eran monstruos dormidos, ya desfilarían más tarde en la noche.
El barrio “la Marina” tenía sus tableros listos en una de las calles que bordean el parque central. El barrio “el Gallo” ya había concluido su show de fuegos artificiales y morteros. Las calles eran un cementerio de cañitas, morteros y pólvora.
Entre cervezas y murmullos veíamos personas con voladores en la mano que las encendían sin siquiera soltarlas, caían en los techos o en el medio de los grupos de gente que conversaban animados por el alcohol.
Llegó el turno de “la Marina”, nos acercamos a la reja (porque no se puede ir más allá de la reja, la calle se cierra y sólo están allí los representantes del barrio que encienden las mechas de los tableros) y empezó la guerra.
Los fogonazos eran impresionantes, los estruendos no se terminaban nunca. Hombres identificados con un pañuelo rojo y guantes para no quemarse encendían todos los fuegos a la vez. Habrá durado una media hora, el humo quedo flotando denso en el ambiente, el suelo casi que todavía temblaba.
Antes del desfile de carrozas, con mucho menos gente en la plaza y alrededores, nos fuimos hacia Remedios caminando por la ruta oscura en la noche. El cielo era una sábana estrellada.
En la mitad de los siete kilómetros un taxi para turistas paró delante de nosotros y nos llevó gratis hasta la plaza de Remedios.

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