martes, enero 27, 2009

Santa Clara y las primeras (segundas) impresiones



Después de pasar la noche en la terminal de Santa Clara, a las siete de la mañana salí a caminar en busca del punto de encuentro acordado con Gabriel. Tenía el recuerdo de siete años atrás de lo que era la vida cubana, los resabios que habían quedado de aquella vez.
A esa hora de la mañana, avanzando por la carretera central, las paradas estaban repletas de trabajadores y alumnos, Santa Clara empezaba a agitarse. Se ven bicitaxis, carretas, camiones, buses y hasta “camellos” (camiones soviéticos con un acoplado gigantesco y jorobado que se usa como transporte colectivo), estos se veían hasta hace un año por las calles de La Habana. Se compraron micros nuevos de China, los Youton, y los camellos fueron a parar a las provincias.
Luego del encuentro con Gabriel, en casa de Olga, frente a la iglesia del Cármen, salimos a recorrer la ciudad. No recordaba mucho del fugaz paso anterior por ese lugar. Subimos a la terraza del hotel Santa Clara Libre, frente al parque Vidal, para ver una panorámica de los alrededores. Este hotel fue tomado durante el sitio a Santa Clara por los rebeldes. La columna del Che hizo descarrilar el tren blindado que llegaba con armas para abastecer a los soldados del régimen de Batista. Con una grúa Caterpillar, que está en exhibición junto a los vagones de ese tren, levantaron las vías. Una vez en el centro de la ciudad, el Che entró al hotel y bajó a varios soldados de la dictadura.
Durante el resto del día sucedería lo que siempre sucede en Cuba: tomar mate en una plaza y que la gente se acerque a conversar, los parques repletos de ancianos y chicos correteando. Almorzamos pizza con un refresco y al atardecer, mientras se oían los preparativos de una performance teatral en una esquina del parque, nos sentamos frente al gazebo con el termo y la yerba. Ahí mismo se nos acercó un hombre de 81 años que vendía maní. Se nos puso a hablar: que cuando era joven se podía “echar un bollo” (amor pagado) por “30 kilos” (30 centavos de moneda nacional), que tuvo 39 mujeres en su vida, que una vez se fue con dos a Holguín, que a una mujer de Santiago que era demasiado fogosa le tuvo que poner cebolla “ahí en el bollo” para matarle su “fuego uterino”, que mientras haya mujeres él no come gansos (hombres), que en el hotel del frente, el Santa Clara Libre, el mismísimo Che, herido en un brazo, se enfrentó a 9 soldados de Batista y los venció. Así se fue dando la charla con el buen hombre que de a ratos volvía a cerrar conversaciones de vueltas anteriores (recorría la plaza con sus conos de maní). Hasta que empezó el espectáculo teatral y se mezcló con el público para reforzar la venta.
Más tarde tomaríamos una cerveza frente a un bar con música cubana en vivo. Luego de la cerveza llegaría la primera noche de buen sueño en la isla.
Y ya estaban los recuerdos activos otra vez, esa comunicación de los cubanos, los puestos callejeros de comida repletos de gente, las calles a toda hora pobladas, murmullos y griteríos, de no mirar atrás en las noches, del clima cálido y el ambiente de amistad en parques y bares.
De Cuba.

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