miércoles, enero 28, 2009

Un viaje dominical desde Remedios a Morón (o “viajar en Cuba es lindo aunque no lo parezca”)








Nos sentamos bajo la sombra de un árbol, en la entrada de Remedios, a esperar la guagua de Astro que recorre el trayecto desde La Habana a Yaguajay. Es que ya sabíamos de entrada que este viajecito de 100km íbamos a tener que hacerlo de a tramos, y los domingos el transporte se complica, mucho más si no es por la ruta central de la isla.
Sobre esa guagua dominguera existieron opiniones encontradas: en la terminal de Remedios nos dieron una hora, Nélida, la señora de la casa donde nos hospedamos, nos dijo otro horario, y por teléfono desde la terminal de buses de Caibarién otra hora distinta. Con esos datos fuimos a sentarnos bajo al árbol.
Queríamos llegar ese mismo domingo, 21 de diciembre de 2008, a Morón, y sin pagar un solo peso en divisas.
Cuando vimos que la guagua llegó a tiempo (un micro chino nuevito y con aire acondicionado) lo corrimos y subimos a sentarnos en los dos últimos asientos disponibles. La cosa empezaba bien.
Pasamos por Caibarién y luego fuimos directo a Yaguajay, completando el tramo de los primeros 50 km, y recordando a partir de ese instante que cualquier distancia en Cuba es lejos.
En Yaguajay debíamos esperar una hora en la terminal hasta que saliese un camión a Mayajigua, 23 km más allá. Acá el trayecto se empezaba a balcanizar, no tuvimos en cuenta esa parada al comienzo del itinerario. Durante esa espera conocimos a dos señoras, dos hermanas antagónicas que viajaban a un pueblo cercano a Chambas, y anterior a Morón, nuestro destino final. Esas hermanas luego nos darían una gran ayuda para avanzar. Una de ellas, todavía en la terminal de Yaguajay, se acercó a nosotros con un chupetín para cada uno, “para que se diviertan hasta que salga el camión”, nos dijo con mirada de tía.
Subimos al camión a la una del mediodía. Ese camión reemplazó aquél domingo a la guagua habitual, que estaba rota. En cada parada tocaba gritarle a los distraídos: “Esta es la guagua”, porque esperaban un micro y no ese camión con asientitos.
Llegamos a Mayajigua, un pueblito mínimo en el medio de un valle verde repleto de estribaciones, palmas, platanales y típicas casas de campo tropicales (coloridas, de madera, y con lindas galerías en las entradas y a los costados). Preguntamos en la terminal y fueron claros: “hoy no hay nada para Chambas”. Eran las dos de la tarde.
Escuchamos que las dos hermanas pararon una carreta. Nos llamaron para que subamos, era la única manera de salir de ese pueblito. “Sino se quedan empacadados (varados) en Mayajigua”, nos dijeron.
El caballo era de color marrón y el hombre que manejaba el carro le llamaba “Guitarrón”, “no es mío pero el dueño no le puso nombre así que lo llamo Guitarrón. Mírenlo, es igualito a un Guitarrón”, nos explicaba el chófer.
A las tres cuadras se bajó una señora y “pelusita”, una nena de tres años. Quedamos los dos con las señoras hermanas en la parte de atrás, y el chófer con su mujer y su hija adelante. Ellas iban a un cumpleaños con torta en mano, y aprovechaban el viaje del padre.
El paseo duró varios kilómetros. En el camino cruzamos un micro repleto de borrachines, un club con aguas termales y piscinas, más casas de campo, animales, la tranquilidad típica y vespertina de un domingo.
Aprovechamos el paso sosegado de Guitarrón para charlar sobre Cuba con las dos señoras. Una de ellas nos hablaba de los niños y las embarazadas: “Oye, acá en Cuba los niños son oro, nuestro oro”. Nos contó de los cuidados que tiene el Estado con las mujeres embarazadas, “Es que aquí los niños nacen sabiendo, con todos los cuidados que tienen con ellos antes de nacer, esos niños nacen sabios”, decía una y la otra agregaba: “A los tres meses echan dientes y no paran de reírse”. En Cuba las mujeres embarazadas deben dejar su embarazo a cargo del Estado, que tiene planes especiales para embarazadas, con todo tipo de terapias y estímulos. Cuba es el país de América con menos mortalidad infantil, inclusive delante de Canadá (las últimas mediciones de la UNESCO mostraron que en Cuba la tasa de mortalidad infantil es de 4.7 de cada mil nacimientos, en Canadá es de 5 cada mil, en Argentina es de 14 cada mil y en Haití es de 61 cada mil, duplicando la tasa de Guatemala que es la segunda peor del continente).
Camino a “Paso real”, dónde nos dejaría la carreta, las dos hermanas descubrieron un camión estacionado en una casa al costado de la carretera. “Es de Ciego”, dijo una de ellas, se refería a que la patente era de la provincia de Ciego de Ávila, hacia donde íbamos nosotros también. “Ey, Orestico”, llamaron las señoras, es que lo reconocieron, era el camión de Orestes, un vecino de su pueblo. Frenó la carreta y bajamos todo el equipaje. Orestes dijo que nos llevaría, pero que primero iba a almorzar en esa casa, y en el camino tendría que pasar a buscar a unos muchachos.
El hombre de la carreta no quiso cobrarnos, las señoras le dieron 2 CUC y nosotros 20 pesos cubanos, el hombre nos salvó un buen trayecto y ese gesto de no querer cobrarnos fue inmenso.
En definitiva, eran las tres de la tarde y nos sentamos a esperar a que Orestes termine el almuerzo.
Cruzamos la carretera y buscamos la sombra, la encontramos en la escalerita de una casa, y descansamos un rato junto a las dos señoras. Una mujer salió de esa casa y se sentó en la galería de la entrada a fumar, apoyó las dos piernas, como para descansarlas, sobre una silla. “Hola señora, ¿tiene problemas en las piernas?”, le preguntó una de las hermanas. Y mientras la otra hermana le hacía señas a todos los vehículos que pasaban, la hermana conversadora le daba consejos de fisioterapia para las piernas a la mujer de la galería: “En Chambas, usted tiene que ir, hay una sala de fisioterapia que en quince días sale usted curada”.
El domingo ya nos tornaba impacientes, y la hermana que no paraba de hacerles señas a los coches para que nos llevasen a Chambas, le pegó un grito a Orestes: “Oye Orestes, ¿Cuándo nos vamos?”, la otra terminó abruptamente con los consejos de salud para reprocharle: “Oye niña, no seas fresca, como vas a gritarle así”. Ahí empezó otra discusión sobre modales.
Finalmente, Orestico salió de la casa, se subió al camión y atrás nos subimos todos en la caja. Ya casi caía el sol (en invierno a las 6PM se hace de noche), el paisaje era bellísimo. Paramos en Maluya, un poblado del camino, a recoger a los chicos de una escuela que tenían un día de recreación junto a los maestros por el día del Educador. Pero se habían retrasado con la merienda y decidieron quedarse un rato más.
El camión de Orestes salió semivació hacia Chambas. En el trayecto se subió un grupo de adolescentes con guitarras, se subió algún que otro pionerito vestido tal cual van a la escuela aunque fuese domingo, y un par de hombres de campo.
Llegamos a Chambas a las 4.30 de la tarde. En la pequeña terminal compramos galletas y refrescos. Las hermanas esperarían otra guagua a Fallas, les ayudamos con el equipaje y partieron cerca de las cinco. Un micro saldría a Morón a las 6.20Pm, en lo que sería nuestro último trayecto del día En ese lapso vimos un partido de pelota entre Santiago y Villa Clara por TV, rodeados de fanáticos. Se paseó por la terminal un borracho idéntico a Tandarica que animó el atardecer.
Ya era la hora, el micro debía salir pero no aparecía por ningún lado. Era de noche y los pasajeros se impacientaban. A las 7.30 PM nos dieron la noticia de que esa guagua estaba rota y que no saldría. El alboroto fue grande, llamaron al director de tráfico de la provincia, llamaron a todas las autoridades que pudieron. No había más opciones para llegar a Morón, todos dependíamos de la guagua. En el medio de esa espera sonó el teléfono de la terminal de Chambas. Atendieron en la boletería y nos gritaron que era para nosotros. Alguien nos llamaba en pleno domingo a la terminal de Chambas. Eran las dos señoras para saber si habíamos conseguido viajar.
Luego de pensar en cómo íbamos a pasar la noche en esa terminal, vimos la luz al final del túnel: llegó la noticia de que otro micro reemplazaría al averiado (y eso porque los pasajeros se quejaron lo suficiente.
Partimos hacia Morón a las 8.20 PM, escuchando música y durmiendo de a ratos en el camino. Pisamos las calles de Morón a las 9.30 PM, terminaba un domingo de esos bien bien largos.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario